La sandía melonada salvada de la extinción por un proyecto navarro de recuperación de semillas
La empresa pública INTIA logra rescatar simientes de 92 variedades locales y antiguas en riesgo de desaparición
José Manuel Urrutia (Murillo El Fruto, Navarra, 62 años) descubrió con apenas 20 años las bondades de la melona, una sandía de carne blanca típica de la Zona Media y Ribera de Navarra que era muy popular hace varias décadas y que solo se utiliza para hacer dulce. “Es una especie de sandía, de la misma familia, pero es más blanca, más estirada”, explica Urrutia, que cuenta que, de joven, padeció una hepatitis muy fuerte y estuvo varios meses en cama. “Me quedé muy flaco. La medicina popular en el pueblo decía...
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José Manuel Urrutia (Murillo El Fruto, Navarra, 62 años) descubrió con apenas 20 años las bondades de la melona, una sandía de carne blanca típica de la Zona Media y Ribera de Navarra que era muy popular hace varias décadas y que solo se utiliza para hacer dulce. “Es una especie de sandía, de la misma familia, pero es más blanca, más estirada”, explica Urrutia, que cuenta que, de joven, padeció una hepatitis muy fuerte y estuvo varios meses en cama. “Me quedé muy flaco. La medicina popular en el pueblo decía que el dulce de la melona era muy bueno para el hígado y comía un bote de kilo todos los días. Vamos, me tenían que hacer mermelada todas las primas de mi madre”, rememora riendo.
Hoy en día es una de las pocas personas que la cultiva y que todavía hace con ella el dulce de melona, similar en su textura al tocino de cielo. Como él, muchos otros navarros cultivan por gusto productos en riesgo de extinción. El problema es que cuando fallecen, la semilla desaparece con ellos porque nadie más la cultiva.
La empresa pública navarra INTIA puso en marcha en 2018 una iniciativa ―enmarcada en el proyecto LIFE-IP NAdapta-CC― con el fin de recuperar semillas antiguas y locales de las distintas zonas de la Comunidad foral y ha logrado incorporar a la Guía de Variedades Locales Hortícolas de Navarra 92 simientes diferentes. Y ha ido más allá. En los últimos años, ha cultivado 12 de estas variedades ―seis de alubia, tres de tomate, dos de maíz y una de calabaza― en sus fincas experimentales y hace apenas unas semanas entregaron 24,9 kilos de semillas al Banco de Germoplasma del Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria (CITA) de Aragón para garantizar su conservación.
El responsable del proyecto y de la finca que tiene INTIA en Sartaguda, Salomón Sádaba (Cárcar, Navarra, 57 años), explica que, con el paso de los años, “las casas de semillas han ido seleccionando variedades que obedecen a criterios, sobre todo, de productividad”: “Muchas variedades antiguas utilizadas en los pueblos se han visto desplazadas y solo se mantienen en caseríos, huertas y mejanas de pequeños productores, de aficionados en muchos casos, que las cultivan para consumo propio. Cuando fallecen, se van con ellos todas las variedades que tienen”.
Cuando una semilla se pierde, remarca Sádaba, no solo desaparece un producto, también la cultura gastronómica que lo rodea: “Hay algunos que te cuentan, por ejemplo, que esa variedad de maíz se utilizaba en el caserío en tiempos de la guerra porque había que comer y no era fácil y, por eso, mantienen esas semillas con mucho cariño”. Cada una tiene una historia y trae unos recuerdos. Urrutia, por ejemplo, sonríe mientras cuenta que con la melona “se quitaba el hambre del mundo porque con una planta igual salen 30 o 50 kilos”. “Había gente que, cuando les sobraba, se lo daban a las vacas”, añade.
Para recuperar el mayor número de variedades posible, los técnicos hicieron un llamamiento a través de las redes de semillas y, reconocen, también ha funcionado bien el boca a boca. Dieron con las simientes de Urrutia, dueño de un restaurante en el municipio de Ujué, por casualidad: “Vinieron a comer los de INTIA a mi restaurante y, a uno que lo conozco, le regalé un bote de melona. Me dijo que eso es lo que estaban buscando. Luego les puse en contacto con gente que conocía”.
Un ambicioso proyecto
Hay que tener en cuenta, apunta Sádaba, que las variedades hortícolas se cultivan año a año. En el caso de leñosas como la vid o los olivos, explica, es “más fácil encontrar una planta que lleva años en una esquina y que se reproduce”. En las hortícolas, “necesitas que alguien se ocupe todos los años de cultivarlas”.
Una vez recolectadas las muestras, los técnicos las multiplican en las fincas experimentales que tienen en diferentes zonas de Navarra ―como en Sartaguda, Cadreita, Santesteban o Burutain―. “Las cultivamos en condiciones aisladas porque, dependiendo del tipo de planta, necesita más o menos aislamiento para que no se cruce con otras”, señalan. En función del clima de cada zona y del espacio que tengan en cada finca, eligen una u otra para el cultivo de una determinada variedad. El siguiente paso ha sido llevarlas al Banco de Germoplasma del CITA de Aragón.
Esta entidad es un banco hortícola público cuya responsable, Cristina Mallor (Huesca, 51 años), detalla que su labor es garantizar que las semillas que reciben se conservan a largo plazo. Suelen recibir las simientes de hortelanos locales y de entidades que las han recogido, pero reconoce que la iniciativa de INTIA es más ambiciosa: “En Aragón sí que tenemos muchas comarcas que han recogido semillas locales, pero el plus que tiene este proyecto es que además nos las traen multiplicadas. Nosotros tenemos mucho atasco en ese tema porque tenemos muchas variedades con la semilla original que todavía no hemos tenido tiempo de cultivar en el campo”.
Cuando las multiplican, envían una parte al Centro Nacional de Recursos Fitogenéticos de Madrid, “que es el banco nacional de referencia”. Es una especie de “copia de seguridad” de la muestra que se guarda en Zaragoza. “Hay veces que nos mandan muchísima cantidad de semillas. Nosotros conservamos la cantidad necesaria para garantizar su conservación y, si después nos quedan restos, los enviamos a las bibliotecas de semillas para actividades de divulgación”, cuenta Mallor.
En concreto, las simientes sobrantes procedentes del proyecto de INTIA se destinarán a la red de Bibliotecas y Semillas impulsada por el servicio de bibliotecas de Navarra que, entre otras cosas, las distribuye entre los usuarios. Ese es otro de los objetivos, insiste Sádaba: “Que esté en el banco no significa que esté en una caja fuerte. Puede tener entradas y salidas para seguir siendo una planta viva”.
Además, los particulares también pueden acudir al banco y solicitar semillas de un tipo determinado. “Damos el material de partida para la recuperación de una variedad, pero luego ya es el peticionario el que tiene que responsabilizarse de multiplicar esa semilla todos los años”, detalla Mallor.
No le exigen al usuario que devuelva posteriormente semillas de la misma variedad porque “se pierde la trazabilidad”: “Lo que sí pedimos a los peticionarios es que nos rellenen un pequeño formulario sobre cómo se comporta la variedad en su zona de cultivo porque para nosotros esa información es muy útil. Cuando las multiplicamos en nuestras parcelas de ensayo conocemos cómo se comportan aquí, pero una variedad local cuando demuestra su potencial es cuando se planta en su zona tradicional de cultivo”.
Los técnicos de INTIA prevén cultivar en los próximos meses otras 16 variedades de seis productos distintos con el mismo objetivo: conservarlas a lo largo del tiempo. Citan, entre otras, la alubia negra de Oco o la de Leitza o las variedades de maíz Narbarte y Urdazubi. “Mantener semillas autóctonas, cosas nuestras, es el camino a seguir”, concluye Urrutia.
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