Argüelles, los cazadores y el corazón del Senado

Un paseo entre Galdós, el olor a fotocopias y las cuestas que te llevan a la Gran Vía

La reina Letizia entrega el galardón al periodista Antonio del Rey de los premios Luis Carandell, en el Senado en Madrid.Chema Moya (EFE)

Voy camino de la tercera dosis hacia la Fundación Jiménez Díaz. Tiene Madrid en la zona de Argüelles ahora ese aire de universitario encerrado y escondido entre libros para los exámenes invernales. Y ese olor eterno de fotocopia que inunda la pituitaria cuando se pasa por esas calles. A pesar de la era digital, sigue habiendo papelerías en los bajos con cartulinas fluorescentes que invitan a ofertas de bolis, cuadernos y paquetes de folios. Esa tentación de entrar y tocar esas gomas, grapas, ro...

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Voy camino de la tercera dosis hacia la Fundación Jiménez Díaz. Tiene Madrid en la zona de Argüelles ahora ese aire de universitario encerrado y escondido entre libros para los exámenes invernales. Y ese olor eterno de fotocopia que inunda la pituitaria cuando se pasa por esas calles. A pesar de la era digital, sigue habiendo papelerías en los bajos con cartulinas fluorescentes que invitan a ofertas de bolis, cuadernos y paquetes de folios. Esa tentación de entrar y tocar esas gomas, grapas, rotuladores y archivadores que se desarrolla desde niño y que nunca te abandona. Compiten, al lado, los reclamos de cubos helados llenos de botellines.

Por el número siete de la calle de Hilarión Eslava me topo con una lápida: “A Galdós, el pueblo de Madrid. Aquí vivió y murió don Benito Pérez Galdós”. Hoy no queda rastro de aquel hotelito neomudéjar en el que falleció el gran maestro canario y mejor retratista de la ciudad. Y rescato aquella conferencia que escribió para el Ateneo en 1915. Frases que siguen estremeciendo. Ese “¡Oh, Madrid! ¡Oh, Corte! ¡Oh, confusión y regocijos de las Españas!”. Para relamerse con su: “No hay en el mundo calle más alegre. Todo ella sonríe. La calle de Alcalá es un florido sumidero donde los madrileños arrojan, paseo arriba, paseo abajo, todas las desdichas nacionales”.

Arriba y abajo, eso es Madrid. A la vuelta, serpenteo por esas calles en las que Argüelles pierde su orden y empieza a convertirse en el laberinto de Malasaña. Por allí anda a medio abrir el Cazador, un bar en el que se junta buena parte de la fauna interesante de la urbe. Sitio al que son asiduos muchos adictos a la creatividad. Sus ideólogos, Osama Chami y Enrique Gimeno, expanden sus inquietudes y acaban de estrenar el corto El joven Diego en la plataforma Filmin. Una conversación sobre el miedo del deseo en la ciudad.

Detrás emerge la Torre de Madrid, casi inalcanzable. Esa vista que uno acaricia desde la calle del Tesoro. Siento predilección, y sé que la comparto con muchos vecinos, por esas pequeñas y terrizas vías en cuesta que miran al horizonte algún edificio de la Gran Vía. Estando en lo más alto del listado las de Valverde y Acuerdo. Eslalon de contradicción y urbanidad.

Tiene ese aire de rampa maravillosa también la plaza de la Marina Española, entrada del Senado. Siempre a la sombra de su hermano el Congreso, pero ese palacio guarda algunos de los lugares más mágicos de Madrid, como su antiguo salón de sesiones. Un espectáculo con bancadas enfrentadas que le habla de tú a tú a Westminster. Y ha vuelto a bullir, sin riñas partidistas, esta semana como escenario de los premios Luis Carandell de periodismo, entregados por la Reina. Llevaban cinco años sin celebrarse y son un homenaje a ese género tan difícil, correoso y placentero que es la crónica parlamentaria. Esos pasillos tan madrileños que emiten para toda España y que dominan tan bien los ganadores Antonio del Rey, Loreto Gutiérrez, Joaquín Anastasio y Silvia Mascareño. Esta ciudad se escribe mucho entre escaños.

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