Tesoros fotográficos del Rastro
El archivo del doctor Gregorio Marañón es el último gran hallazgo de Paco Gómez en el mercadillo madrileño
Las circunstancias que esconde lo abandonado tras cada inventario estacional o liquidación por derribo vital son insondables. ¿Qué lleva al ser humano a deshacerse de aquello que antaño tuvo cierto valor? En muchísimos casos nunca podremos saberlo. Pero la losa de la incógnita y el desapego no siempre permanecerá inamovible.
Hay quien bucea en ese inmenso océano de lo desconocido impulsado por la corriente de la curiosidad. La afición del fotógrafo y escritor Paco Gómez (Madrid, 1971) por hurgar en los despojos del pasado, entre los desgarros de esta sociedad de fácil desmemoria, le vie...
Las circunstancias que esconde lo abandonado tras cada inventario estacional o liquidación por derribo vital son insondables. ¿Qué lleva al ser humano a deshacerse de aquello que antaño tuvo cierto valor? En muchísimos casos nunca podremos saberlo. Pero la losa de la incógnita y el desapego no siempre permanecerá inamovible.
Hay quien bucea en ese inmenso océano de lo desconocido impulsado por la corriente de la curiosidad. La afición del fotógrafo y escritor Paco Gómez (Madrid, 1971) por hurgar en los despojos del pasado, entre los desgarros de esta sociedad de fácil desmemoria, le viene de largo. Sin escapar a la sorna, vincula ese impulso a los seis años en que trabajó de basurero en las madrugadas madrileñas para pagarse una carrera, la de Ingeniero de Caminos, que nunca llegó a ejercer.
“Por mis manos pasaron miles de toneladas de desperdicios humanos. Era un hijo de la noche que envidiaba a todos los que estaban de fiesta mientras yo trabajaba vestido de payaso”. Así lo cuenta en el arranque de la sexta edición de Los Modlin, una obra de culto nacida de lo arrojado junto a un contenedor de la calle del Pez, corazón de Malasaña.
Pero el río fetiche de Paco Gómez, ese en el que echa la caña cada domingo, está un poco más allá, en el Rastro. Es en las aguas del mercadillo madrileño donde se mueve con soltura este pescador de “frikadas”, como él mismo reconoce en su estudio próximo a la plaza Marqués de Vadillo. Un santuario donde atesora sus capturas. Muestra orgulloso daguerrotipos, ambrotipos, autocromos, postales, álbumes familiares, libros, documentación personal, carteles… “Puedo decir que soy el ministerio de la imagen perdida”, bromea para tratar de ilustrar su misión.
Su técnica consiste en dejar que madruguen los verdaderos especialistas, aquellos que llevan más dinero que él en el bolsillo y están dispuestos a pujar con más solvencia por lo que se oferta en los puestos del Rastro. “Detrás llegamos lo de segunda categoría”, comenta para referirse al equipo dominical que suele integrar junto a su amigo Fernando Maquieira. Buscan material barato pero que guarde cierto interés y, a veces, por despiste de los pescadores profesionales o por pura suerte, dan con verdaderos tesoros. “Mola el no saber con qué vas a volver a casa”, asegura. Entre sus dedos navega un pequeño daguerrotipo de finales del siglo XIX, una joya cuidadosamente enmarcada por la que apenas pagó siete u ocho euros. El desfile de adquisiciones no tiene fin y él mismo reconoce que vive satisfecho absorbido por una espiral sin fondo que le lleva a seguir indagando en el pretérito.
La última gran sorpresa ha sido toparse con parte del archivo fotográfico de las investigaciones médicas del doctor Gregorio Marañón. “Nos pedían mil pavos”, explica refiriéndose a una cantidad que escapa por mucho a lo que él suele gastarse. Para no dejar escapar la ocasión se unieron varios colegas y así poder hacerse con las fotos. Ahora piensan en dar forma a una publicación recurriendo al micromecenazgo.
Gómez muestra mientras habla esas fotografías de hace un siglo. Algunas, con el nombre y apellido del enfermo en el reverso, son imágenes duras en las que las patologías son patentes o aparecen los pacientes posando desnudos para la ciencia. Pero no le cabe duda de que están ante un material con valor y desea que salga a la luz.
En uno de los cajones para la tipografía de un antiguo mueble de imprenta conviven fotos y documentos de autores reconocidos como Alfonso o Kaulak. Guarda también las cajas con las placas de cristal de un fotógrafo aficionado francés que adquirió en el Rastro a principios de 2020, cuando la pandemia asomaba la patita por debajo de la puerta. Empezó a tirar del hilo de manera similar a como hizo con Los Modlin y su investigación en el norte de Francia le llevó a contar la historia del autor de esas fotos, el profesor Joseph Wattebled, y su familia. Wattebled o el rastro de las cosas vio a finales de 2020 también la luz de la mano de Fracaso Books, la editorial del propio Gómez.
Puestos a imaginar, estaría bien encontrar los negativos de [Charles] CliffordPaco Gómez
“Puestos a imaginar, estaría bien encontrar los negativos de (Charles) Clifford”, sueña hablando en alto Gómez refiriéndose al reputado fotógrafo inglés que recaló en España a mediados del siglo XIX convirtiéndose en uno de los primeros divulgadores del invento en nuestro país. Cree que, a diferencia del francés Jean Laurent, de cuyo trabajo nos han llegado más referencias, hay todavía placas del británico, fallecido en 1863, que deben andar perdidas por alguno de esos limbos que él tanto frecuenta.
Más allá de esa imagen de mercadillo de baratijas industriales dominadas por el suvenir turístico y la artesanía sin interés, Gómez demuestra con sus incursiones que no todo es carne de fast food. Pero la paciencia y la perseverancia son pilares sobre los que se forja el buen comprador. “Hay que rebuscar mucho. Lo que buscas lo encuentras. El Rastro es infinito”, zanja.
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