China rescata al bar español

Hay que estar siempre en contra de ese interiorismo que hace metástasis por bares, ópticas o panaderías y agradecer a quienes mantienen nuestros baretos reconocibles para la parroquia

Unos hombres juegan una partida de tute en el interior de un bar tradicional de Madrid.Andrea Comas

Tú le das a uno nacido en España un bar, un bareto, un bar tradicional, un grasabar, y lo destroza: le saca las paredes de ladrillo visto, le pone la bombilla vintage, la mesa larga de madera, en esa especie de modernidad clónica y cateta. En estos tiempos turbulentos que nos ha tocado vivir hay que estar siempre en contra del fascismo y de ese interiorismo que hace metástasis por bares, ópticas, panaderías o floristerías, todo igual, de modo que ya no sabes si pedir un Cola Cao o unas gafas para la presbicia.

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Tú le das a uno nacido en España un bar, un bareto, un bar tradicional, un grasabar, y lo destroza: le saca las paredes de ladrillo visto, le pone la bombilla vintage, la mesa larga de madera, en esa especie de modernidad clónica y cateta. En estos tiempos turbulentos que nos ha tocado vivir hay que estar siempre en contra del fascismo y de ese interiorismo que hace metástasis por bares, ópticas, panaderías o floristerías, todo igual, de modo que ya no sabes si pedir un Cola Cao o unas gafas para la presbicia.

Un ejemplo es el célebre bar El Palentino, en Malasaña, que de ser un hito ciudadano se “modernizó” y cayó en la irrelevancia de un barrio cada vez más irrelevante. Una excepción admirable es la del mítico bar Melo’s, famoso en Lavapiés y el mundo por sus croquetas cósmicas y sus contundentes zapatillas: los chavales de la nueva dirección no han cambiado un ápice el local, en su adorable cutrez, y ahí lo tienen, lleno hasta la bandera y sin pijadas hipster (pleonasmo).

Imagino a un alto mando del Partido Comunista de China (PCCh) poniendo chinchetas sobre un gran plano de Madrid en la pared de un oscuro despacho en Beijing, dirigiendo esta gran operación para devolvernos a los madrileños nuestros bares

De igual manera, tú le das a uno nacido en China un bar, un bareto, un bar tradicional español y lo mantiene tal cual, reconocible para la parroquia, para el vecindario, incluso mezclando el sándwich mixto con el arroz tres delicias o el pollo al limón. Así las tabernas siguen siendo lo que tienen que ser, centros sociales donde transcurre la vida y no meros despachos de comida y de bebida. No se ahuyenta a la anciana, al señor-que-baja-al-bar, a la chavalería, al migrante, al que vende la lotería, a la gente que necesita un lugar donde socializar en un país tan poco asociativo como España, donde parece que la única forma de relación con los demás implica comparecer en los garitos.

Sabemos que China se está comiendo el mundo, por ejemplo, con grandes inversiones en países africanos; en España, además, está llevando a cabo este rescate masivo del grasabar, fomentando de paso el diálogo intercultural a ambos lados de la barra. Una de las mejores tortillas de patata que he probado en Madrid la sirven en el bar La Amistad, regentado por chinos en Arganzuela. Imagino a un alto mando del Partido Comunista de China (PCCh) poniendo chinchetas sobre un gran plano de Madrid en la pared de un oscuro despacho en Beijing, dirigiendo esta gran operación para devolvernos a los madrileños nuestros bares, que caen sin remedio en las sucias garras de la moñería del batido smoothie.

Ahora ha cerrado sus puertas el café Barbieri, un vetusto cafetón de aspecto decimonónico que resiste cerca de la plaza de Lavapiés desde 1902. Esperemos que cuando vuelva a abrirlas siga siendo el café Barbieri y no lo conviertan en algo horrendo. Yo invoco desde aquí al gigante asiático para que vele por nosotros también en este caso.

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