Ayuso y Aguado: en guerra ayer, hoy y mañana
La ruptura del Gobierno de la Comunidad de Madrid culmina un año y medio lleno de traiciones y reproches
Las radios amanecieron el jueves crepitando con reproches, quejas, y acusaciones. Menos de 24 horas después de que se disolviera el Gobierno de coalición de PP y Cs en la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso e Ignacio Aguado, líderes de la extinta alianza, se pelean por ver quién es más duro con el otro. Y describen su coalición como algo parecido a un infierno.
“El vicepresidente siempre se ponía de parte de La Moncloa ...
Las radios amanecieron el jueves crepitando con reproches, quejas, y acusaciones. Menos de 24 horas después de que se disolviera el Gobierno de coalición de PP y Cs en la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso e Ignacio Aguado, líderes de la extinta alianza, se pelean por ver quién es más duro con el otro. Y describen su coalición como algo parecido a un infierno.
“El vicepresidente siempre se ponía de parte de La Moncloa por la espalda”, dice Díaz Ayuso, que basa gran parte de su estrategia en enfrentarse con Pedro Sánchez. “Lo que Ayuso ha hecho es una temeridad, juegan con la vida de las personas”, replica Aguado sobre la convocatoria de unos comicios en medio de una pandemia. Ninguno lo dice, pero su choque empezó antes de unirse en el Gobierno.
Verano de 2019. Aguado desespera a Díaz Ayuso. Los dos saben que el PP y Cs solo pueden llegar al poder con el apoyo de Vox, pero él se niega siquiera a reunirse con Rocío Monasterio, la portavoz del partido de extrema derecha. Finalmente, se citan en secreto en la cafetería de un hotel. El encuentro solo sirve para profundizar en el pecado original de la legislatura: como Monasterio considera que se la desprecia, y Aguado no hace nada para desmentirlo, la alianza PP-CS-Vox nace tocada de muerte. Para desesperación de Ayuso, eso supone que no logre aprobar ni una ley significativa, que no pueda presentar siquiera un proyecto de presupuestos en dos años, y que no se apruebe su propuesta de rebajar impuestos.
“En el último año he vivido situaciones inenarrables”, reconocía Díaz Ayuso. “No he tenido mi propio proyecto hasta la fecha, porque me han estado mareando los unos y los otros [por Cs y Vox], no me han dejado gobernar con tranquilidad, como se necesita en estos momentos”, siguió. Y entonces, queriendo justificar cuánto le costó decidir el adelanto electoral, dio una pista para explicar que haya aguantado tanto: “Lo más importante es llegar al poder, y yo ya lo tengo, no lo hubiera ni soñado”.
Porque el Gobierno se forma en agosto de 2019. Y comienza a hacer que hace. E inmediatamente comienzan los problemas. Dos nombramientos abren heridas que luego nunca cicatrizan. Primero llega el de Ángel Garrido: Díaz Ayuso no puede creerse que Aguado le quiera imponer como consejero precisamente al expresidente regional del PP, que dejó a su partido en mitad de una campaña electoral para fichar por Cs (“El mercadillo de segunda mano de políticos espero que ya cierre”, dijo ella). Lo mismo le pasa a Aguado cuando Díaz Ayuso anuncia la contratación de Miguel Ángel Rodríguez como su jefe de gabinete, pese a sus desencuentros previos con el líder regional de Cs (le apodó “el desleal”).
“Respetamos el nombramiento, pero no lo compartimos”, advierte el ya exvicepresidente en una comparecencia pública llena de significado. Allí están, juntos,
Díaz Ayuso y Aguado. El episodio, que tiene como escenario la sede del Gobierno, incomoda a los dos, y al mismo tiempo refleja que ni las cámaras ni el desgaste consecuente a sus constantes choques públicos van a evitar que diriman sus diferencias bajo los focos.
Menos de un mes después de la toma de posesión de sus consejeros, Cs permite que la Asamblea investigue si Avalmadrid, una entidad que facilita el acceso al crédito de pymes y emprendedores, facilitó irregularmente un crédito a una sociedad participada por el padre de la presidenta (“¡Desleales!”, clama el PP; “No les gustó”, dijo ayer Aguado). Y nada cambia cuando los dos partidos parecen encontrar en la pandemia un motivo para unirse, que además les proporciona un rival común.
“Nunca han entendido lo que es un Gobierno de coalición, querían uno de sumisión”, decía el jueves Aguado. “Querían un Gobierno de ordeno y mando, y si no lo tenían, se enfadaban, filtraban cosas por detrás...”.
El entonces vicepresidente se desmarca de la gestión de la Consejería de Sanidad, del PP. La formación conservadora, por su parte, quita a Cs la gestión de las residencias, donde se acumulan miles de muertos durante la primera ola del coronavirus. Y todo se deteriora a marchas forzadas.
El jueves 4 de marzo, Díaz Ayuso se dirige a la cafetería de la Asamblea para tomarse un café con Monasterio. Como si la historia estuviera replicando los problemas de la negociación de investidura, la presidenta debe actuar para intentar salvar el cortocircuito que provoca el desencuentro entre Cs y Vox. Entonces se entera de que el partido de Aguado —que se siente ninguneado por la presidenta— acaba de anunciar en el pleno que impulsará una ley de igualdad. Y se queda atónita. “No sabía nada”, reconocen en su equipo.
Díaz Ayuso empieza a sospechar que algo pasa. Cuando el PSOE y Cs se alían para desalojar al PP del poder en la Región y la ciudad de Murcia, no duda. Y los choques del Gobierno de Madrid se convierten en una guerra abierta entre dos socios.
“Ha traicionado su palabra, no había moción”, se quejó el jueves Aguado.
“Hace tiempo que era consciente de que no tenía apoyos, de que ellos preferían pactar con el PSOE, con Moncloa”, discrepó ella.