La experiencia personal de un conductor de autobús: “Ojalá cuando vuelvan los atascos continúe la empatía"

El autor relata cómo ha vivido la soledad en su trabajo, con calles desiertas, sumándose a los aplausos sanitarios con el claxon y recibiendo también el reconocimiento de los vecinos

Pablo Moral Valdeón, en uno de los autobuses que conduce de la empresa Arriva de Blas, conocidos popularmente como "blasas".

Empezaba el mes de marzo contento por la llegada de la primavera y una maravillosa noticia: una futura paternidad que me llenaba de alegría, mi segundo bebé, todavía no sabía si niño o niña. Llegaba a casa, cada día, después de un duro turno al volante de mi bus y las noticias de la televisión no eran nada alentadoras. Sin apenas darnos cuenta, nos vimos sumergidos en esta locura de pandemia, confinamiento, niños sin colegio, gente sin ir a trabajar y, lo que más me atañe, de la noche a la mañana mi autobús, mi lugar de trabajo, pasó de llevar de 500 personas diarias a llevar cinco o seis pasa...

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Empezaba el mes de marzo contento por la llegada de la primavera y una maravillosa noticia: una futura paternidad que me llenaba de alegría, mi segundo bebé, todavía no sabía si niño o niña. Llegaba a casa, cada día, después de un duro turno al volante de mi bus y las noticias de la televisión no eran nada alentadoras. Sin apenas darnos cuenta, nos vimos sumergidos en esta locura de pandemia, confinamiento, niños sin colegio, gente sin ir a trabajar y, lo que más me atañe, de la noche a la mañana mi autobús, mi lugar de trabajo, pasó de llevar de 500 personas diarias a llevar cinco o seis pasajeros. La soledad, poco a poco, se apoderaba de todo.

Pasear solo por las calles de Alcorcón, sin turismos, apenas cruzándote, con suerte, con algún camión de la basura o algún coche de policía. Hacía turnos difíciles y el café de primera hora… ¡madre mía, que delicia! Cómo echaba de menos lo cotidiano. No quedaba más remedio que cerrar los puños, apretar los dientes y salir a trabajar, con miedo, pero convencido de que era lo que tocaba. No sabíamos cómo actuar, pero había que estar ahí.

Poco a poco empezamos a vislumbrar el futuro: mascarillas, geles hidroalcohólicos… Solo trabajaban los coches con mampara de protección que al principio no queríamos y, ahora, son nuestras mejores aliadas. Cada domingo, esperando resoluciones del gobierno que seguían llegando... Se acababa el pago en metálico, se reducía la ocupación a un tercio y, finalmente, el uso obligatorio de las mascarillas. Mientras tanto los días pasaban. Cuando aplaudíamos a los sanitarios a las 20 horas ya era de día y la pandemia empezaba a retroceder.

En esos aplausos siempre se podía oír el claxon de los numerosos “blaseros” [conductores de esos autobuses] que, a esa hora, pasaban por las calles. Y la gente lo reconocía, también les aplaudían a ellos. Un bonito gesto que ya sería lo máximo si, cuando todo esto acabe, la empatía mutua y la simbiosis que se creó, se siguen manteniendo cuando vuelvan los atascos y el loco trasiego de Alcorcón, con sus correspondientes retrasos. Espero que haya comprensión, empatía y se recuerde que los “blaseros” estuvimos ahí, 24 horas al día y siete días a la semana.

La covid-19 ha llegado para quedarse, tendremos que aprender a vivir con él. Ahora, en este reinicio y a partir de cero, tenemos que escoger cómo queremos ser y hacia dónde ir. Serán difíciles de ver esos buses llenos de gente en horas punta, a los ver pasajeros sin mascarillas o, lo más deseado por todos nosotros, la retirada del dinero efectivo como método de pago del billete a bordo del bus. En todo esto los gobiernos y empresarios tendrán que poner de su parte para garantizar un transporte público seguro, eficaz y cómodo, sin olvidar el compromiso con el medio ambiente.

Pablo Moral Valdeón es conductor de Arriva DeBlas en una de las líneas urbanas/interurbanas del Consorcio Regional de Transportes de la Comunidad de Madrid

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