¿Qué estará pensando Pablo Casado?

Feijóo ha pasado de apóstol del extremo centro en el PP a normalizador de la presencia de la extrema derecha en las instituciones

Alberto Núñez Feijóo y Pablo Casado en el congreso nacional del PP, en abril de 2022.Julio Muñoz (EFE)

Como el resto de los candidatos, Alberto Núñez Feijóo ha dedicado sus últimos mítines a hacer carantoñas a los indecisos, esa gente a la que le gusta vivir en el abismo y dejarlo todo —hasta el voto— para última hora. Ya que estaba en eso, pidió también el voto al 15-M, a los socialistas desencantados, a todos aquellos a los que la izquierda había apartado de sus listas “para medrar”. Esteban ...

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Como el resto de los candidatos, Alberto Núñez Feijóo ha dedicado sus últimos mítines a hacer carantoñas a los indecisos, esa gente a la que le gusta vivir en el abismo y dejarlo todo —hasta el voto— para última hora. Ya que estaba en eso, pidió también el voto al 15-M, a los socialistas desencantados, a todos aquellos a los que la izquierda había apartado de sus listas “para medrar”. Esteban González Pons lo presentó como uno de esos héroes imprevistos que aparecen hacia el final de la película para salvar a la humanidad del virus, del meteorito, de la guerra mundial: “Lo dejaste todo cuando te dijimos que te necesitábamos. Te lanzaste a salvar un partido que estaba en caída libre. Entregaste la mejor parte de tu vida…”. Dicho partido, el PP, estaba entonces dirigido por el primer líder elegido en unas primarias, defenestrado una madrugada tras seis días de cuchillos largos en Génova 13.

En realidad, Feijóo no lo dejó todo en cuanto le dijeron que lo necesitaban. La primera vez, después de que Mariano Rajoy anunciase que se retiraba al registro de la propiedad tras la moción de censura de 2018, miró hacia otro lado y dijo, con lágrimas en los ojos: “Para mí, ser presidente de Galicia es la mayor de mis ambiciones políticas. No puedo fallar a los gallegos porque sería fallarme a mí mismo. La política va más allá del puente aéreo Barcelona-Madrid”. Aquellas calabazas —por la guerra sucesoria a la que abocaban— no sentaron bien en el partido y más de un dirigente comentó entonces si el plantón no tendría que ver con un nombre que ha vuelto a salir estos días: Marcial Dorado, el amigo delincuente —solo era contrabandista cuando lo conocí, vino a decir el viernes el gallego—. Fue a la segunda, con la excusa del enfrentamiento abierto de Pablo Casado con Isabel Díaz Ayuso y el odio creciente, ya inmanejable, del PP contra su secretario general, Teodoro García Egea, cuando Feijóo “lo dejó todo” para irse a la capital.

Antes de eso, durante muchos meses, había encarnado el papel del hombre templado, el gestor moderado que de vez en cuando, como esos peatones amables que te ayudan a aparcar, hacía señales a su partido para que enderezase, para que volviera al centro. Se pasaba Cayetana Álvarez de Toledo —recuperada para la política y luego cesada por Casado— en el Congreso, salía Feijóo a decir que había que evitar dar ciertos “espectáculos” en la Cámara. Se arrimaba demasiado el líder al discurso de Vox, intervenía el presidente gallego para decir que ojo, cuidado, esa no era la estrategia adecuada: “No hemos sabido decirle a la gente que el PP no tiene nada que ver con Vox. A veces hemos cometido algún giro que parecía que íbamos a hacer un Gobierno con Vox y eso ha preocupado a mucha gente…”.

Al contrario que otros ex, Casado no ha estado presente en la campaña, pero cabe preguntarse qué pasará por su cabeza estos días. Obtuvo los dos peores resultados electorales desde que el PP se llama PP, pero nunca dio el salto que “el apóstol del extremo centro” —como llama el exministro Margallo a Feijóo— ha dado al normalizar la presencia de la extrema derecha en las instituciones: el Gobierno bipartito de Castilla y León —que no vetó como líder in pectore; la Junta de Extremadura, la Generalitat Valenciana, el Gobierno central si precisan un sí de Abascal —”sería lo lógico” —. Las encuestas nunca dieron a ese presidente elegido en primarias la predicción de escaños que ahora adjudican a Feijóo, pero sus últimos fieles afirman que fue bajo el reinado de Casado cuando se produjo el abrazo del oso a Ciudadanos. Explican que cuando llegó a la planta noble de Génova, el PP estaba en tercera posición en los sondeos, que logró recuperarse y que las expectativas eran muy buenas para el partido hasta que se produjo la votación de la reforma laboral, que salió adelante con el voto por error de un diputado de sus filas y que habría provocado, en caso contrario, la dimisión de la ministra de Trabajo y ahora candidata de Sumar, Yolanda Díaz. También recuerdan que fue Casado quien pronunció el discurso más duro hasta la fecha de cualquier dirigente del partido contra Vox, en la primera moción de censura que la extrema derecha organizó contra Sánchez: “No queremos ser como ustedes. La alternativa no se construye recitando hazañas bélicas y cabalgando un ejército de trolls. Decimos no a este engendro antiespañol que patrocinan con esa política cainita…”.

Fue también Casado quien puso de candidatos a Isabel Díaz Ayuso —en una decisión muy criticada internamente por su inexperiencia—; a Carlos Mazón en la Comunidad Valenciana —es el actual presidente—; a José Luis Martínez-Almeida para la alcaldía de Madrid —es el alcalde— y a María José Catalá para Valencia —es la alcaldesa—. Aznar, que lo definió de la manera más entusiasta —”es un líder como un castillo”—, reniega ahora del hombre que volvió a abrirle la puerta de Génova 13, después de que el partido ni siquiera lo invitara al congreso de primarias por “el desdén” con el que había tratado a las siglas. Y su sucesor, aquel que lo reprendía periódicamente desde Galicia por haber escorado al partido a la derecha y haber intimado demasiado con Abascal y su discurso, puede ser el hombre que convierta en vicepresidente a un político de extrema derecha. ¿Qué pasará por la cabeza de Casado? Probablemente, algo parecido al quién te ha visto y quién te ve.

Recibe cada tarde el boletín Diario electoral, con el análisis de Ricardo de Querol, subdirector, y Luis Barbero, redactor jefe de edición.

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