“Nos han dejado en la cuneta, votar es primordial”
Miguel Andrés, hijo de refugiados republicanos, es usuario de la residencia Bertran i Oriola de la Barceloneta, que después de un durísimo golpe en la primera ola respira aliviada con las vacunas
Día gris y lluvioso en la residencia Bertran i Oriola de la Barceloneta. Al menos hay movimiento y cierta emoción en el ambiente: algunos residentes salen del centro, algo a lo que no están muy acostumbrados desde que empezó la pandemia. La jornada electoral se ha convertido en motivo de orgullo en estos lugares, por partida doble: después de un año sufriendo ...
Día gris y lluvioso en la residencia Bertran i Oriola de la Barceloneta. Al menos hay movimiento y cierta emoción en el ambiente: algunos residentes salen del centro, algo a lo que no están muy acostumbrados desde que empezó la pandemia. La jornada electoral se ha convertido en motivo de orgullo en estos lugares, por partida doble: después de un año sufriendo las consecuencias más atroces del virus y la soledad de los confinamientos, los residentes por fin podrán hacer escuchar su voz; y, además, ir a votar es una excusa perfecta para salir a tomar un aire que hace tiempo que necesitan. Pero el miedo ha calado y, pese a las ganas, se prevé una alta abstención en las residencias: en la de la Barceloneta, solo han salido a votar nueve de los 67 usuarios.
En el vestíbulo entra una familia vestida con chubasqueros y con paraguas que cubren la silla de ruedas en la que va una abuela que ya ha votado. “¡Vaya día, pero hay que ir!”, dice la hija. El protocolo para que los usuarios de residencias de la tercera edad y de dependientes puedan participar en esta jornada es muy estricto: la franja horaria para ellos es de 9.00 a 12.00 horas, hay que cumplir a rajatabla las medidas de higiene y distancia, y en la salida hay que usar una mascarilla distinta. No todos están dispuestos al trasiego que supone ir a votar. Las amigas Carmen, Pepita y Ana, algunas con un deterioro cognitivo importante, se quedarán en el centro. “Yo iría, pero mi colegio no está en el barrio, y es un lío”, dice. Lo que quiere es poder salir pronto a pasear y hacer cosas con su familia: “Estoy ciega y no veo nada, pero tengo muchas ganas de salir”.
Gloria Carballo espera a que baje su marido, Miguel Andrés. Tiene 72 años, y no tiene ninguna duda de que, si uno puede, tiene que ir a votar. Nació en Toulouse (Francia) y se crio en el exilio, hijo de refugiados políticos, miembros del Partido Comunista que recibían en su casa a políticos e intelectuales como Jorge Semprún. “Votar es un derecho, lo más importante que tenemos. Con lo que nos costó conseguir esta Constitución, no ir sería defraudarla, hay que votar, sea a quien sea”, afirma. La política constituye una parte importante de la vida de este profesor de Climatología en Formación Profesional, lúcido, activo y comprometido, que hace siete años sufrió un ictus que lo dejó en una silla de ruedas y sin habla. Con ayuda de un logopeda recuperó la palabra, pero las dificultades en la movilidad y los problemas de corazón de su mujer hicieron inevitable trasladarlo a una residencia, primero en una del barrio del Eixample, y más tarde en esta de la Barceloneta.
Al salir, rechaza ir en autobús al colegio electoral, que está en el barrio Gótico, y quiere ir andando, con una cuidadora que empuja su silla de ruedas. Pero no es solo por la tenacidad política, sino para disfrutar del día aunque llueva. “Solo por salir un rato ya ha valido la pena”, reconoce más tarde. Al decirlo, se percibe en sus ojos la emoción por hacer algo distinto a estar en la residencia, y la fragilidad en la que la pandemia ha dejado a muchos ancianos. “Llevaba seis meses sin salir. Hace falta más asistencia a las personas con edad, nos han dejado en la cuneta, por eso es primordial votar”, asevera.
Andrés es un superviviente de la covid 19, que le tuvo un mes ingresado en el hospital. Los tres meses más duros de la pandemia estuvo completamente confinado. Podía hablar con su mujer cada día por teléfono móvil, pero el confinamiento hizo mella. “Se ha notado mucho, antes hablaba con más fluidez”, explica Carballo, una licenciada en Bellas Artes que llevó durante años una galería de arte. Se conocieron cuando ambos estaban en la cincuentena. Cuando Gloria explica que su apellido hace referencia a un tipo de roble, Miguel se ríe. “Es que soy fuerte como un roble, sí”, le dice ella.
Del infierno a la vacuna
La residencia en la que vive Miguel Andrés es una de las que más sufrió en la primera ola de la pandemia. Gestionada por la multinacional de servicios Eulen, a la que los familiares ya habían criticado por la falta de medios antes de la pandemia, la residencia se vio completamente sobrepasada con la entrada del coronavirus, y las consecuencias fueron nefastas. Casi todos se contagiaron, y murieron más de 40 usuarios por el coronavirus. La Generalitat intervino el centro a finales de abril, abrió un expediente a Eulen y más tarde le retiró la gestión. La gestora que hizo la intervención, la entidad Hermanas Hospitalarias del Hospital Mare de Déu de la Mercè, está ahora al mando hasta que se abra un nuevo concurso.
“Entramos como un ciclón. Había contagiados por todas las plantas, y tuvimos que ser muy estrictos con los protocolos, y hacer observación y sectorización de los usuarios”, explica Ana González, directora del centro. Desde mayo, en la residencia que se había convertido en un auténtico infierno, no se han registrado más positivos por covid 19. “Las residencias estaban muy desarmadas”, explica José Román, director gerente de Hermanas Hospitalarias, quien añade que su perfil de gestión más sanitario les ha llevado a ser obsesivos con los protocolos para tener a raya el virus. Actualmente, en el centro hay 67 usuarios (la capacidad es de 92 plazas y 16 de centro de día) y 107 trabajadores.
El mayor problema que tuvo la nueva gestora fue recuperar la confianza de las familias. “Lo que pasó fue muy duro, y hemos aumentado mucho el vínculo con ellos, porque tenían mucho miedo. Lo primero que hicimos fue reunirnos con todos en una iglesia, porque no teníamos ninguna sala en la que cupiésemos todos, y explicar lo que íbamos a hacer”, añade Román. Tras meses de esfuerzos, ha llegado la vacuna. “Ha sido un regalo, pero esto no hace que disminuya la vigilancia”, explica González. Se ha vacunado al 96% de los usuarios y solo quedarán los nuevos ingresos que vayan llegando.
Con la vacuna se han reducido los indicadores epidemiológicos en las residencias, y centros como el de Bertran i Oriola creen que se puede empezar a pensar en la reapertura. “Es importante que salgan, si están vacunados y las familias son responsables, lo ideal sería flexibilizar al máximo, porque ya llevamos casi un año”, destaca Román.