Lucro sucio

Es necesario poner el foco en la actuación de los más ricos y de las empresas de mayor tamaño, ya que son responsables de una enorme proporción de la contaminación total por carbono

Activado el aviso preventivo de contaminación atmosférica: el área de Barcelona en una imagen de archivo. EFE/Quique GarcíaQuique García (EFE)

Uno de los derechos que tenemos como personas es poder contar con un medio ambiente limpio y saludable en el que desarrollar una vida en condiciones dignas y de bienestar. Sin embargo, el avance de la crisis climática confirma que estamos lejos de que esto esté garantizado. Tratar de frenar el deterioro medioambiental y velar por la salud del planeta es algo que nos atañe a todos y a todas. Pero no tenemos las mismas responsabilidades en la degradación del entorno y los ecosistemas ni nos afectan por igual los impactos de la emergencia climática.

Son los colectivos más vulnerables de todo el planeta quienes sufren con especial intensidad los efectos de la crisis climática, en los que supone otra grave derivada de la desigualdad. De hecho, la emergencia climática y la desigualdad son dos caras de la misma moneda y suponen dos de los principales desafíos a los que nos enfrentamos actualmente como humanidad. Para reducir la desigualdad, es necesario un cambio de rumbo en la política climática y para luchar contra el cambio climático es indispensable mirar primero a los que más contaminan.

Es necesario poner el foco en la actuación de las personas más ricas y de las empresas de mayor tamaño, ya que son responsables de una enorme proporción de la contaminación total por carbono. Un estudio reciente de Oxfam Intermón revela que las 40 mayores empresas españolas emitieron 85 millones de toneladas de CO2 durante 2023, el equivalente a un tercio del total de emisiones de España y más del doble de las emisiones de Cataluña.

Ante esta realidad, la pregunta que surge de forma inmediata es: ¿y qué están haciendo al respecto? Y la respuesta es: no lo suficiente. En el último año, estas empresas redujeron sus emisiones directas, es decir, las derivadas de su actividad, tan sólo en un 3% a nivel agregado. Eso quiere decir que si siguen ese ritmo de reducción de emisiones aún tardarían 33 años en descarbonizar su actividad. Demasiado tiempo para cualquier tipo de emergencia. En el caso de las empresas catalanas incluidas en el estudio, el ritmo no es mucho mayor, un 4% de reducción de sus emisiones directas entre 2022 y 2023, lo que implica que la descarbonización de su actividad tardaría 25 años, también un plazo excesivo.

Es justo admitir que el esfuerzo de descarbonización varía mucho de empresa a empresa, y hay algunas que transitan de forma decidida hacia una actividad baja en emisiones, mientras que otras siguen aumentándolas. Pero al fin y al cabo el aire en el que acaba esta contaminación es el mismo, y es el que todos y todas respiramos. Por ello, el compromiso de descarbonización de las grandes empresas ha de ser firme, pero resulta imprescindible que sea compartido para evitar que haya unos pocos que sigan lucrándose por realizar actividades contaminantes a costa de perjudicarnos al resto.

Miguel Alba es investigador en desigualdad y empresas de Oxfam Intermón


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