Amar y comer en el Celler de Can Roca

Sea un ímpetu de juventud, un afecto tranquilo o un cariño blanco, el amor lo gobierna todo. Desde una comida en un restaurante de tres estrellas Michelin al mayor desastre de Renfe en Cataluña

Uno de los aperitivos servidos en la comida en el Celler de Can Roca.Gianluca Battista

Las miradas se cruzan solo bajar del taxi y, al instante, las fotografías de las búsquedas en Google se tornan de carne y hueso. Es ella. Con la cabeza gacha, y casi a la carrera, huye hasta la recepción para aferrarse a la copa de cava y buscar a esa amiga, siempre perfecta, siempre dispuesta. A su lado se está a salvo porque su belleza indolente lo colma todo, sin esfuerzo. Ya solo es cuestión de esperar y pasar desapercibida hasta que empiece el ansiado banquete en el Celler de Can Roca.

Una vez en la mesa, e...

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Las miradas se cruzan solo bajar del taxi y, al instante, las fotografías de las búsquedas en Google se tornan de carne y hueso. Es ella. Con la cabeza gacha, y casi a la carrera, huye hasta la recepción para aferrarse a la copa de cava y buscar a esa amiga, siempre perfecta, siempre dispuesta. A su lado se está a salvo porque su belleza indolente lo colma todo, sin esfuerzo. Ya solo es cuestión de esperar y pasar desapercibida hasta que empiece el ansiado banquete en el Celler de Can Roca.

Una vez en la mesa, el momento no puede postergarse más. El amor pasado y el amor presente de un hombre que no está se saludan. Dos besos fríos, dos sonrisas cálidas. El amor romántico, en los mejores años de la vida, cara a cara con el amor sólido, en los años más previsibles. La obsesión apasionada de la juventud frente a la fijación tranquila de la madurez… Un maridaje que acompaña toda la velada.

Pero no es el único amor que salpica el encuentro. Nueve años antes, otro hombre ausente y otra ruptura marcaron la aventura gastronómica del Celler de esa misma mesa. El final abrupto de una relación transformó una cena romántica en una conjura obligada entre amigas. “Preferí comer, aunque fuese llorando”, recuerda la apolínea protagonista, sentada allí mismo casi una década después, con la misma amiga huidiza. Debe ocurrir a diario en un restaurante donde se reserva con un año de antelación. Juntas ven pasar de nuevo los platos, fugaces, mientras el camarero se apresura para acabar el relato del “libro viejo” comestible antes de que sea devorado.

En la mesa 5 son seis personas en total, unidas por el tercer amor de la jornada. En este caso, uno blanco y leal: el de la amistad, que se limita a ofrecer un kleenex cuando se llora. Al reducido grupo de afortunados invitados al restaurante de tres estrellas Michelin les cohesiona la devoción al explosivo organizador del encuentro. Bajo su batuta, se ha gestado una comida variopinta, donde los comensales han sido ordenados por galones en distintas mesas. La 5 mezcla periodismo, marketing y literatura, en una paridad áurea. La excusa de la celebración es presentar los Roca Awards, unos novedosos premios literarios gastronómicos a los que se desea larga vida.

La unión fraternal de los tres hermanos Roca es el cuarto amor del festín, que sella el baile constante de platos. “El pato curado es de Joan, el consomé es de Pitu y el xuixo es de Jordi”, acierta un integrante de la mesa 5 que ha salido a hablar por teléfono y se ha perdido la explicación del camarero, que tampoco necesitaba. Él no lo sabe aún, pero está ligado indirectamente a sus dos compañeras de menú de lujo por otro amor más. Un conocido en común con el que vivieron historias de juventud entusiasta, con tramas y subtramas ligeras que darían para tres novelas románticas de Julia.

“El amor se ha comparado, en todas las épocas, con el mar, con la inconstancia del mar, las molestias que produce, la agonía que a menudo proyecta. Esta comparación ya significa, por ella misma, que el amor es, de manera general, un desastre muy vasto, origen, en cualquier sitio, de incontables miserias”, escribe Josep Pla en sus notas dispersas. Defiende un “amor real”, físico, frente al amor romántico. Aunque Xavier Pla (no son familia), autor de la biografía más extensa sobre el empordanès, lo atribuye a un desdoblamiento del autor: “Si como hombre es un sentimental, como escritor defiende la desafección sentimental”.

Ya sea un ímpetu de juventud, un afecto tranquilo o un cariño blanco, el amor lo gobierna todo. Incluso el mayor desastre en la red ferroviaria de Renfe en Cataluña, que ha dejado a miles de personas tiradas en los andenes y que no prevé una solución a corto plazo. La madrugada del 12 de mayo, día de las elecciones catalanas, una pareja -él de 52 y ella de 24 años- agarraron una pértiga de madera, de tres o cuatro metros, le pegaron una radial al final con cinta americana, cortaron 60 metros de cobre doble (120 en total) y desataron el caos.

En apenas un mes hicieron lo mismo seis veces (tres en Renfe y tres en Ferrocarriles de la Generalitat), según los Mossos. Seis ocasiones en las que se jugaron el pellejo, no es el primer ladrón de cobre que muere electrocutado. ¿Y cuál era su coartada cuando algún vigilante los sorprendía merodeando de madrugada por lugares solitarios, cerca de cualquier vía? El amor: solo eran dos furtivos en busca de un lugar tranquilo donde quererse.

La despedida en el Celler de Can Roca es cordial. “Recuerdos”, encomienda el amor del pasado al amor del presente de ese hombre que no está. El gozo de un día excepcional continúa varias horas después pegado a la piel. Porque, siguiendo con Pla, “los hombres y las mujeres se aburren de una manera literal e impresionante” y se morirían ante la “tensión insoportable que produce la realidad”, de no ser por el arte al que da pie tanto tedio. Como la gastronomía. O de no ser por el amor, añado. Una temática abandonada en la letra impresa diaria. Ahora que luce el sol, y que el calor dora la piel, lo mínimo sería dedicarle una serie de verano. Una columna como Modern love, del The New York Times. ¿Por qué no? Mucho más saludable que el true crime.

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