Un fenómeno contemporáneo

No estamos en un conflicto entre sistemas económicos, como era en la guerra fría entre capitalismo y comunismo, sino entre regímenes políticos

El presidente ruso, Vladimir Putin, anuncia las operaciones militares el pasado 24 de febrero.DPA vía Europa Press (Europa Press)

En un mundo tan entrelazado, en que la aceleración de las comunicaciones acorta vertiginosamente las distancias y los mensajes llegan al instante, el impacto de las noticias es inmediato. Y a menudo, nos abre los ojos sobre hechos de nuestra propia realidad que pasaban desapercibidos. Ahora mismo hemos descubierto que Guissona, por ejemplo, tiene más de mil habitantes ucranianos, conciudadanos nuestros que viven momentos dolorosos. Pero también ...

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En un mundo tan entrelazado, en que la aceleración de las comunicaciones acorta vertiginosamente las distancias y los mensajes llegan al instante, el impacto de las noticias es inmediato. Y a menudo, nos abre los ojos sobre hechos de nuestra propia realidad que pasaban desapercibidos. Ahora mismo hemos descubierto que Guissona, por ejemplo, tiene más de mil habitantes ucranianos, conciudadanos nuestros que viven momentos dolorosos. Pero también que algunos de los grandes yates que moran en el puerto de Barcelona son de magnates rusos y ya están poniendo rumbo hacia refugios amigos de Moscú; que en la Costa Brava hay grandes mansiones propiedad de gentes enriquecidas a la sombra de Putin; o que también aquí alcanzan algunos flujos de la economía rusa. Afortunadamente, la franquicia del Hermitage ya había decaído y nos hemos ahorrado un escarnio.

Estos datos sirven para recordar lo que no siempre se dice: no estamos en un conflicto entre sistemas económicos (como era en la guerra fría entre capitalismo y comunismo) sino entre regímenes políticos: las diferentes decantaciones de la democracia liberal y una cleptocracia que rige el capitalismo oligárquico ruso. Lo que traducido en la práctica significa que el modelo Putin no es ajeno a las organizaciones del capitalismo internacional y que, por tanto, no es nada fácil aplicar unas sanciones efectivas y aceptadas por todos los países que se oponen a la aventura imperial del Kremlin. Los vínculos en el suministro energético son fundamentales, las compañías rusas están presentes en Occidente como las occidentales en Moscú, el dinero corre por los circuitos del capitalismo global, y empresas con poder y reputación tienen intereses allí. Ahí están el excanciller Schroeder y el frustrado candidato a la presidencia francesa Fillon, metidos en el entramado afín al Kremlin. No es fácil deshacer el nudo.

Las complicidades también alcanzan a la política. Y especialmente al espacio de la extrema derecha. Sin ningún recato Donald Trump acaba de alabar la estrategia de Vladimir Putin del que dice que es “un genio” y “muy inteligente” (very savvy). Ni siquiera la brutal agresión en curso contra un Estado soberano ha alterado a Trump. Mientras Le Pen o Zemmour en Francia e incluso Abascal aquí borran mensajes e intentan hacer olvidar sus flirteos con el autócrata ruso, Trump se muestra insensible ante esta escalada de la barbarie.

Ni Estado de derecho, ni sociedad civil: Rusia. Este es el modelo Putin. Que vuelve a mostrar descarnadamente lo que ocurre cuando se pone por encima de todo la sumisión a una fábula de obligado cumplimiento, en este caso la condición rusa de los ucranianos, hasta el extremo de justificar la invasión y la muerte. Una parte de la derecha lo compra, e incluso la tentación ha alcanzado en algunos momentos a algún sector, felizmente minoritario, del independentismo catalán. Mary Kaldor lo formula con precisión: “El régimen ruso es típico de un fenómeno contemporáneo que mezcla capitalismo salvaje, autoritarismo y nacionalismo étnico”. Peligro.

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