De la huelga de hambre a luchar contra la covid
Hace 16 años, Achmine fue fotografiado por un fotoperiodista de EL PAÍS mientras reclamaba ser regularizado. Hoy, trabaja de enfermero en Terrassa
Lahcen Achmine (46 años, Marruecos) ha sido tenista, sastre, voluntario de acciones sociales y dueño de una empresa de construcción en su Marruecos natal; trabajador de un locutorio, responsable en una multinacional de juguetes y enfermero en primera línea contra la covid en Terrassa (Barcelona). Cuando Cristóbal Castro, fotoperiodista de EL PAÍS lo vio hace unas semanas por las calles de la localidad, lo reconoció por un gesto en las cejas. Habían pasado 16 años desde que lo fotografió por primera vez en una h...
Lahcen Achmine (46 años, Marruecos) ha sido tenista, sastre, voluntario de acciones sociales y dueño de una empresa de construcción en su Marruecos natal; trabajador de un locutorio, responsable en una multinacional de juguetes y enfermero en primera línea contra la covid en Terrassa (Barcelona). Cuando Cristóbal Castro, fotoperiodista de EL PAÍS lo vio hace unas semanas por las calles de la localidad, lo reconoció por un gesto en las cejas. Habían pasado 16 años desde que lo fotografió por primera vez en una huelga de hambre en la que Achmine se manifestaba contra las trabas para regularizar su situación migratoria. Castro buceó en su archivo y tardó una semana en encontrar la primera foto. Esta es la historia entre dos imágenes.
“El frío que pasé aquella noche nunca jamás se me va a olvidar”, dice Achmine cuando recuerda el día que aterrizó en Roma hace poco más de 17 años, nueve días antes de marchar camino de Barcelona. Aquella primera noche cogió un taxi, buscó hoteles, pero no los encontró. La ciudad eterna le deparó un refugio efímero entre los bancos de una estación de trenes. Poco antes, un seminario internacional de voluntarios en Italia lo había motivado a pedir una visa y el Gobierno marroquí lo becó para viajar durante 20 días desde su natal Meknes, al norte de Marruecos. Algunos conocidos y una curiosidad indómita lo llevaron a la capital catalana; y al final se quedó.
La huelga de hambre llegó unos meses después, en el 2005. Cuando Achmine pensó en serio que podía quedarse, empezó a preocuparse para conseguir los papeles. Era la época de la gran regularización de inmigrantes impulsada por el Gobierno del expresidente Zapatero, cuando se concedieron más de medio millón de permisos. Se debía acreditar seis meses de empadronamiento en España, carecer de antecedentes penales y, como novedad, tener un contrato de trabajo.
Achmine recuerda que muchos les pedían “bastante dinero, hasta 12.000 euros” por hacerles un precontrato que les permitiera regularizar su situación y acceder a la seguridad social; además, continúa, “no había nadie que te fuera a empadronar”. Fue entonces cuando él y una veintena de compañeros se encerraron en la sede de la Universidad Politécnica de Cataluña en Terrassa durante unos 20 días, “porque claro, un inmigrante que no tiene ni para vivir no va a dar 10.000 euros para un precontrato”, defiende. El caso fue muy sonado. Sanitarios, oenegés, sindicatos, religiosos, políticos y periodistas fueron a dar su apoyo a los manifestantes. Cristóbal Castro estuvo ahí.
El día que Achmine vio al fotoperiodista por la calle, lo saludó efusivamente y le contó parte de su vida tras la huelga. Había trabajado durante dos años en un locutorio, mientras estudiaba catalán y castellano en diferentes escuelas de idiomas y avanzaba con la regularización de su situación migratoria: “Me denegaron la documentación, luego hice recursos... los procesos son muy largos aquí: hasta el 2007 no conseguí los papeles”, lamenta. Después todo fue a mejor. Entre otras historias que lo hacen sonreír recuerda a Julia, una amiga catalana. Hoy están casados.
Hay algo más. No es un secreto, pero pocos lo conocen: en Terrasa se habla desde hace un tiempo del método Lahcen. Sus compañeros reconocen en Achmine una manera de trabajar particular, cuidadosa, eficiente. Infinidad de mensajes y correos dan cuenta de ello. Con los documentos, pronto comenzó a trabajar en el almacén de una multinacional de juguetes: de 2007 a 2009. En el 2011 lo volvieron a llamar y lo ascendieron. Le dieron una oficina y pasó a gestionar diversas operaciones. Eso es lo suyo: “Me va la gestión, me gusta”, dice con frecuencia, hombros firmes, y una mirada segura que se eleva conforme explica su vida y proyectos al compás de unas manos ágiles y decididas. Con los juguetes se quedó hasta 2019. Entretanto, llevaba más de una década estudiando: quería consagrarse a la sanidad. “Como mis hermanos, quería dedicarme al servicio”, sugiere, y se le escapa la mirada al recordar: “Uno es enfermero en una UCI en Marruecos y otra es enfermera militar; también tenía un padre policía”.
Eso sí “es duro”, reflexiona Achmine, “cuando llegas al hospital y ves encima de la cama la ropa de una persona que se ha ido, cuando no has vivido ese proceso final de la vida de un familiar tuyo”, piensa al recordar los peores meses de la pandemia, y evoca lo que significó para él la muerte de su padre, en el 94. El año pasado se graduó para ser enfermero, para lo que estuvo estudiando los últimos cinco años. Pronto se incorporó, a finales de 2019, como asistente en la Mutua de Terrassa, donde ahora trabaja como enfermero. Ya ha perdido la cuenta de todas las vacunas que ha puesto; y, con todo, no deja de estudiar. Cuando le preguntan por el futuro, Lahcen Achmine baja la cabeza levemente, guarda un momento de silencio y sonríe: “Tengo un proyecto: me estoy preparando para hacer un doctorado en gestión hospitalaria”. Y se revuelve en la silla, como impulsándose para dar otro salto.