Me lo inventé todo
Nada interesa más que los impostores sin complejos, los que aplastan sin tener idea de nada, los que mienten, los que engañan, los que delinquen haciendo de su vida una farsa
“Los diarios deberían contar solo buenas noticias. Tendrían éxito”, asegura una doctora, transductor en mano. El menú nocturno de Netflix lleva a pensar todo lo contrario: nunca se han reunido tantos crímenes reales e inventados para mayor gozo de la audiencia. La buena prensa se da en casos contados, quizá con los bomberos, algún deportista excepcional, una historia de superación de la base a la cúspide y poco más. Lo que queda en la memoria ...
“Los diarios deberían contar solo buenas noticias. Tendrían éxito”, asegura una doctora, transductor en mano. El menú nocturno de Netflix lleva a pensar todo lo contrario: nunca se han reunido tantos crímenes reales e inventados para mayor gozo de la audiencia. La buena prensa se da en casos contados, quizá con los bomberos, algún deportista excepcional, una historia de superación de la base a la cúspide y poco más. Lo que queda en la memoria es la troleada del ciclista Lance Armstrong con el dopaje más que el sudor de quien jugó limpio. Nuestra mente reconstruye con más facilidad el triple asesinato de las niñas de Alcàsser que cualquier buena gesta.
¿Usted lector lo ve igual? ¿O es solo la visión sesgada de una periodista sucesos? Porque a veces se duda. Y si algo tiene mala prensa de verdad es la duda. Quien no ve clara las cosas a la primera no da la talla, no vale. Y de ahí a sentirse un impostor hay solo un paso. Hasta se ha acuñado un síndrome que se dice que afecta más a las mujeres, acostumbradas a escuchar las peroratas masculinas y callar, o intentar interrumpirlas sin éxito. Pensamientos como “¿Qué pinto yo aquí? ¿A quién he engañado para conservar mi puesto de trabajo? Cualquier día, alguien se dará cuenta y me echará”… Lo que provoca que no nos postulemos para jefas, para corresponsales o para cualquier otro cargo de responsabilidad…
Pero todo eso es un rollo. A nadie le entretienen los mecanismos o cuestiones sociales que provocan la inseguridad. Lo que interesa de verdad son los impostores sin complejos, los que aplastan sin tener idea de nada, los que mienten, los que engañan, los que delinquen haciendo de su vida una farsa. Lo que la doctora del transductor quiere leer o ver con placer es qué mueve al ser humano a usar, manipular y destruir a los demás siendo un farsante, un estafador, aunque anhele un diario repleto de buenas noticias que nadie leería.
Y tiene suerte: la historia está llena de grandes impostores. Todavía sigue vivo Jean-Claude Romand, que se hizo pasar por médico durante una década y estafó a todo su entorno para seguir pasando el día en el bar cuando se le suponía en la OMS, investigando. Cuando se vio acorralado, optó por la solución más drástica: mató a su mujer, sus dos hijas y sus padres. No fue tan certero con su propio suicidio. Al salir de prisión en 2019, lo acogieron unos monjes en una abadía benedictina. La historia la contó Emmanuel Carrère en El adversario (Anagrama)
El libro sirvió de inspiración para el que escribió luego Javier Cercas sobre Enric Marco, El impostor (Random House). Marco, que también sigue vivo, le dio la vuelta a su vida y pasó de ser un trabajador enviado a Alemania a través de un convenio entre el gobierno franquista y el nazi a crearse el personaje de un represaliado, con el que medrar en España. Fingió ser un deportado al campo nazi de Flossenburg, presidió la asociación Amical Mathausen, intervino en el Congreso en unas jornadas del Holocausto, recibió medallas… 30 años de mentiras hasta que en 2005 el historiador Benito Bermejo lo desenmascaró.
El estafador (Península), del periodista de El Periódico Guillem Sánchez, recorre la senda de ambos libros con las peripecias de un hombre que adaptó su vida a cualquier cuento para estafar a amigos y parejas. Policía, probador de coches de fórmula 1, piloto de aviones, técnico del Barça… A medida que pasan las páginas, se busca la respuesta de por qué Francisco Gómez Manzanares se convirtió en un tipo cruel, incapaz de querer a nadie más que a sí mismo.
El adversario, El impostor y El estafador ahondan en la búsqueda, algo poco habitual en el periodismo (a nadie le importa cuánto le cuesta a un periodista conseguir información, si sufre o si lo pasa bien, o si haciendo todo lo que puede, fracasa). Los tres no solo explican lo que saben, sino cómo lo han sabido. Ves al adversario, al impostor y al estafador, pero también a quien intenta desenmascararlos, su propio recorrido vital y que les lleva a obsesionarse con sus trayectorias de (mala) vida. El estilo contrario con el que Truman Capote relató en A sangre fría el asesinato de una familia en Kansas.
Pero el libro de Sánchez aporta algo más, con permiso de Carrère y de Cercas. El farsante no logra eclipsar a sus víctimas. No sabemos casi nada del sufrimiento del entorno del médico Jean-Claude Romand. Y poco de cómo las (diversas) familias de Marco vivieron su engaño. El estafador, en cambio, cuenta con interés cómo vivieron amistades, familias y parejas ser usadas, hundidas y destruidas. Un relato de muchas capas, más allá de la estafa de 800 euros del viaje que nunca fue o la inversión de 30.000 euros del piso que nunca existió.
La lista de farsantes, impostores, inventores de vida y jetas que merecen su libro o su serie en Netflix es interminable. Frederic Bourdin, apodado El Camaleón, logró colarle a una familia de Texas que era su hijo desaparecido tres años antes. Bourdin tenía los ojos marrones; el desaparecido, azules. Bourdin hablaba francés; el desaparecido, inglés. Bourdin tenía 23 años; el desaparecido, 16… Esa fue una de sus muchas farsas que cuenta el periodista David Grann El viejo y la pistola y otros relatos de true crime (Random House).
También haría las delicias de la doctora del transductor la historia de Alicia Esteve. La catalana que, con el nombre falso de Tania Head, dijo ser superviviente del atentado de 2001 de la torre gemela sur mientras su prometido moría en la otra torre. Llegó a presidir una asociación de víctimas del 11-S. La desenmascaró el New York Times en 2007: nunca estuvo en las torres gemelas. El día de los atentados se encontraba en Barcelona. Cuatro le dedicó un documental, titulado magistralmente: “Me lo inventé todo”.