La Costa del Sol nunca cierra: del toples de Gala a los 14 millones de turistas

Torremolinos fue el epicentro del despertar turístico en Málaga y España, que luego se extendió a otras localidades como Marbella, que se especializó en el lujo

Turistas en la playa de Torremolinos (Málaga), en 1979. GETTYullstein bild Dtl. (ullstein bild via Getty Images)

Hoy resulta sorprendente, pero fue la literatura la que puso parte de los pilares del turismo en España. Lo hizo cuando parte de la Generación del 27, la de Emilio Prados, Manuel Altolaguirre o José María Hinojosa recibieron en Málaga a Salvador Dalí y su pareja, Gala. Era 1930 y el encuentro pasó a la historia porque aquella singular mujer hizo el que se considera primer toples de la Costa del Sol. Una locura para la época que muchas décadas después quedó inmortalizado en una escultura a los pies de lo que entonces era el primer hotel de la zona, la Residencia Santa Clara, en Torremolinos, puesto en marcha por el inglés George Langworthy, “un hombre de exquisitos modales, discreto y solidario”, según relata Juan de Dios Mellado en su libro Historia de Costa del Sol. Aún nadie imaginaba que medio Hollywood, con Briggite Bardot a la cabeza, perdería la cabeza por esas mismas playas, que Marbella se convertiría en la meca del lujo y, ni mucho menos, que más de 14,5 de millones de personas visitarían casi un siglo después un territorio totalmente transformado del que conocieron aquellos pioneros.

La Costa del Sol batió todos sus récords en 2024. Lo hizo tanto en número de visitantes (esos 14,5 millones de personas) como de empleo, rentabilidad de los hoteles e ingresos, que superaron los 21.200 millones de euros. “Ha sido el mejor de nuestra historia”, decía el presidente de Turismo Costa del Sol, Francisco Salado, hace unas semanas. Hoy las cifras históricas de 2019, que con la pandemia se llegó a temer nunca se repitieran, se quedan pequeñas. Y en pleno debate por la masificación turística, el destino busca reinventarse en pos de la calidad, siempre con el objetivo de romper una estacionalidad que, aunque menos que en décadas anteriores, sigue afectando a una zona que busca reencontrarse a sí misma. “Creo que ahora hay cierta sensibilidad por comprender lo que era y es la Costa del Sol, su idiosincrasia, su historia. Hubo un tiempo en el que la marca parecía avergonzar por lo que significaba, pero hoy se entiende que ha ejercido de laboratorio de lo que se debe y no hacer”, cuenta el historiador José Luis Cabrera, promotor también, junto a Lutz Petry, del proyecto Torremolinos Chic, espacio virtual que profundiza en la memoria local.

Cabrera subraya que, precisamente, esta localidad fue el epicentro inicial del turismo cuando era aún una barriada de Málaga, que también había dado sus primeros pasos con la apertura de los Baños del Carmen, públicos. Torremolinos se conocía no solo por aquella imagen de Gala, también porque ya a principios de siglo había familias que se habían construido allí sus viviendas vacacionales. La Huerta del Rincón (1923) o la Casa de los Navajas (1925) son dos de los escasos ejemplos que permanecen de aquella arquitectura inicial. La Guerra Civil supuso un parón para el desarrollo turístico, pero en los años 40 volvió sin timidez. Lo hizo gracias a personas como Carlota Alessandri —suegra de Edgar Neville—, que había comprado el cortijo de Cucazorra al torero Félix Asiego. Cuando éste preguntó qué iba a plantar allí, le contestó: “Sembraré turistas” y, después, creó el Parador de Montemar, levantado en 1943. La Segunda Guerra Mundial volvió a afectar, “pero estaba escrito en el destino que el turismo era ya algo irreversible”, recuerda Mellado sobre aquel pueblo de pescadores que se desparramaba hacia el mar y que cautivó, ya en los 50, a estrellas de Hollywood como Briggite Bardot cuando rodó Los joyeros del claro de luna. “Vivía en una casita que se llamaba Las Algas, en una playa desierta. Un lugar que no disponía de ningún confort, pero que era un paraíso salvaje”, contó la diva francesa a El País Semanal.

Nace el turismo de masas

El historiador y creador del proyecto 'Torremolinos Chic', José Luis Cabrera. Foto: García-SantosGarcía-Santos (El País)

Las caras conocidas arrastraron al público internacional. Y en los 60 el modelo turístico cambió: los viajes se democratizaron y arrancó el turismo de masas. Novelas como Hijos de Torremolinos, de James A. Michener, o Torremolinos Gran Hotel, de Ángel Palomino, popularizaron aún más aquel destino. “Era una inspiración diaria”, recuerda Guillermo Busutil en uno de los artículos que conforman Torremolinos, de pueblo a mito, exquisito número monográfico al despertar turístico local publicado en 2017 por la revista Litoral que dirige Lorenzo Saval. Llegaron entonces los primeros grandes hoteles —el mítico Pez Espada, uno de los mejores exponentes de la llamada arquitectura del relax, se inauguró en 1959— y, bajo su influencia, los municipios cercanos crecieron turísticamente.

El régimen franquista entendió entonces que la entrada de divisas era buena, como la imagen aperturista que reflejaba la Costa del Sol. Son los años del destape, del landismo que reflejó el cine. “Vinieron aventureros, gente muy peculiar, muy variada”, subraya Cabrera, autor junto a Carlos Pranger de Excéntricos en la Costa del Sol, libro que recuerda el amplio número de personajes que residieron en la zona. La literatura volvía a tener ahí su peso con la presencia de Gerald Brenan y su mujer, Gamel Woosley, que reunieron a varias generaciones de literatos alrededor de su casa en Churriana, por la que pasó Ernest Hemingway.

“Los españoles entonces no hacíamos turismo, no había para comer. Todo lo que se movía era internacional”, recuerda José Luis Sánchez Ollero, catedrático de Economía Aplicada y buen conocedor de la historia local.

Aquella masificación inicial dio pie a que nuevos emprendedores apostaran por otros puntos de la provincia. Lo había hecho el príncipe Alfonso de Hohenlohe con el Marbella Club en los años 50, donde se concentró la realeza y la jet set y las administraciones aún no eran conscientes de la relevancia que tendría el turismo para la economía. “Pero fue con la llegada de José Banús y la apertura del puerto deportivo cuando Marbella despegó definitivamente”, añade Sánchez Ollero. Entonces llegaron los petrodólares y, tras una breve época dorada, el desaforado desarrollo urbanístico que aterró a arquitectos pioneros, como el australiano Donald Gray. Aquel ascenso coincidió con el bajón turístico de Torremolinos, hasta que la aparición de Jesús Gil acabó también con la idílica imagen marbellí. La llegada de la democracia había quitado la exclusividad de la libertad a la Costa del Sol, la competencia crecía en todo el litoral Mediterráneo. Y a finales de los 90 la zona se sumió una etapa de decadencia.

Justo de la que hoy ha conseguido recuperarse. Porque Torremolinos continúa celebrando sus rarezas y homenajeando su propia leyenda. Y Marbella ejerce de referente mundial del turismo de lujo, con miles de grandes fortunas afincadas en la llamada Milla de Oro que acuden a eventos como Starlite, o residentes que se esconden en el entorno de Benahavís y urbanizaciones como La Zagaleta. Mientras, municipios como como Mijas, Fuengirola o Estepona se han convertido en alternativa porque, de otra manera, sería imposible albergar a más de 14 millones de turistas al año. Y los que llegarán.

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