Los nietos de los represaliados buscan inculcar la memoria democrática a la generación Z
Los descendientes más directos de las víctimas del franquismo han impulsado la localización de fosas y las exhumaciones. Ahora exploran cómo trasladar a los más jóvenes esa inquietud por el pasado
“Eso fue cuando la guerra”. Es la misma respuesta que muchos nietos y bisnietos de represaliados por el franquismo escuchaban cuando, durante las sobremesas, se les ocurría preguntar por ese abuelo ausente o ese hermano de la abuela cuya foto está presente en el salón, pero del que nadie cuenta nada. La curiosidad de esa segunda o tercera generación por escarbar en el pasado familiar, por taladrar en el muro de miedo y silencio que envolvía esa lacónica referencia a la Guerra Civil, es la que ha permitido que en muchos pueblos pequeños de Andalucía pudiera aflorar la historia sepultada de la r...
“Eso fue cuando la guerra”. Es la misma respuesta que muchos nietos y bisnietos de represaliados por el franquismo escuchaban cuando, durante las sobremesas, se les ocurría preguntar por ese abuelo ausente o ese hermano de la abuela cuya foto está presente en el salón, pero del que nadie cuenta nada. La curiosidad de esa segunda o tercera generación por escarbar en el pasado familiar, por taladrar en el muro de miedo y silencio que envolvía esa lacónica referencia a la Guerra Civil, es la que ha permitido que en muchos pueblos pequeños de Andalucía pudiera aflorar la historia sepultada de la represión. Así se empezaron a localizar fosas y a identificar y a exhumar a muchas víctimas y se empezó a conmemorar la memoria, con el pasado 31 de octubre como día del recuerdo a los represaliados de la dictadura. Ahora la incertidumbre está en que ese afán por buscar la verdad y la reparación penetre en la cuarta y quinta generación.
“Eso fue cuando la guerra”. Es lo que le contó su familia a Lucía Sócam cuando regresó de una charla organizada por vecinos de su pueblo, Guillena (Sevilla), en la que relataron cómo en los albores del golpe militar los sublevados detuvieron y asesinaron a 17 mujeres. “No tenía ni idea de que ellas eran las 17 Rosas de Guillena y mucho menos de que mis apellidos coincidían con los de una de ellas”, explica sobre su tía-abuela, Granada Hidalgo Garzón. Luego averiguó que entre sus antepasados había cinco represaliados más. “En mi casa no hablaban de eso, de algo tan cruel, por miedo, lo habían normalizado y eso normal no podía ser”, indica Sócam. Con la intención de arrancar ese silencio y junto a la asociación de su pueblo, inició la investigación para localizar el lugar en el que las 17 Rosas habían sido enterradas. Lo consiguieron gracias a un vecino anciano que no podía olvidar que, mientras se ocultaba entre las ramas de un árbol, contempló cómo las fusilaban y dónde arrojaron sus cadáveres.
“Cualquier paso requiere de mucha burocracia, eso los descendientes directos, que ya son muy mayores, no pueden hacerlo, y nos toca a nosotros, que somos más jóvenes y tenemos más recursos. Pero esta es una tarea fea, la que está detrás, que no se cuenta, porque es verdad que lo que queremos es que se sepa lo bonito, las fosas encontradas, las identificaciones, pero para llegar a eso hay mucho trabajo duro y desesperante”, reconoce Sócam sobre todo el proceso de búsqueda previo. Una parte “fea” con la que está acostumbrada a lidiar Mar Téllez, una de las pioneras del movimiento memorialista en Andalucía. Ella también empezó a indagar en el pasado de sus tío-abuelos maternos y paternos para llenar todas las evasivas que encontraba en los relatos familiares, pero después decidió organizarse con otros compañeros para ayudar y localizar a otras personas.
“Decidimos constituirnos en asociación en 2004, primero en ámbito andaluz y después nacional”, cuenta Téllez. Su asociación, Foro Ciudadano para la Recuperación de la Memoria Histórica de Andalucía, ha realizado, entre otras muchas acciones, el mapa de fosas de Córdoba y ha sido de las principales impulsoras para la apertura de los enterramientos de los cementerios de La Salud y San Rafael, un proceso que se ha demorado años. “En muchos casos depende de la voluntad política, pero la sensación en este tiempo es que todo va muy lento y es muy desesperante. En todo este tiempo hemos tenido dos leyes nacionales, una autonómica, y el compromiso es el del movimiento asociativo, el de las familias, ese es el motor que te mueve”, resume sobre las cortapisas legales, judiciales y administrativas que han tenido que sortear.
Maica González, de Alcalá de Guadaíra (Sevilla), también tiene experiencia en lidiar con las trabas administrativas para poder desandar las huellas de los hermanos de su abuelo -que también estuvo preso- durante la Guerra Civil. Al preguntar por ellos, le decían que habían muerto en Alemania. “Cuando me enteré de un monolito en el pueblo en honor a las víctimas y alguien comentó que algunas habían fallecido en Mauthausen, empecé a mirar por Internet y encontré muchísimos datos. Desde Amical de Mauthausen me llegaron tres archivos repletos de información, pero todo el periplo que siguieron hasta que llegaron a Francia aún no he podido reconstruirlo porque aquí muchos archivos no están digitalizados”, explica. Ella ha podido narrar la historia de sus tíos en medios de comunicación y también la está contando en los institutos. “Cuando a los chavales les empiezas a contar la historia nombrándoles lugares que conocen, contándoles historias personales, es más fácil que se queden con el dato de que 9.000 españoles, 1.500 andaluces, pasaron por campos de concentración”, cuenta .
Cómo despertar ese interés en los jóvenes de Valverde del Camino (Huelva) es una de las preocupaciones de Eva Arroyo, de 37 años. Fue a raíz de la petición de la familia de un médico del vecino municipio de Nerva, que tenía constancia de que había sido enterrado durante la guerra en Valverde, cuando comenzaron a trabajar para identificar la fosa y tramitar la subvención. “La particularidad de Valverde es que la mayoría de los represaliados enterrados aquí son de otros municipios y los vecinos fueron asesinados y están enterrados en otros cementerios”, explica. Los primeros trabajos se han iniciado este mismo año, aunque solo incluyen la localización.. En este tiempo han recabado testimonios de muchos de sus vecinos y también su ADN. “Son historias dignas de ser contadas, y querríamos hacerlo a través de un documental, pero de forma dinámica para que tenga un incentivo para las generaciones futuras, para que los más jóvenes sepan lo que estamos haciendo en el cementerio y se involucren y que, como me pasó a mí, digan: ‘Pues yo también he escuchado una historia parecida en mi casa, voy a acercarme a ver qué están haciendo”, explica Arroyo.
Quien sí sabe cómo llamar la atención del gran público es la directora, productora y guionista Laura Hojman. A través de sus premiados largometrajes ha conseguido hilvanar los flecos del pasado reciente con los hilos que tejen el futuro, logrando que los espectadores jóvenes constaten que el pensamiento de María Lejárraga o de Antonio Machado “no es algo que pertenezca al pasado, sino que habla de ellos, de su identidad, de las cosas que les pasan”. “Me interesa fijarme en las voces que no pertenecieron al grupo de vencedores, las que no construyeron el relato oficial de la historia, las voces de las mujeres intelectuales, como María Lejárraga, o las de la comunidad LGTBI en el documental que estoy a punto de estrenar sobre Augusto Gómez Harcos, otra de las voces de la disidencia”, explica Hojman. “Es interesante, no solo para rescatar las voces de esas personas, sino para revisar nuestra identidad, nuestra idea de país, que está muy marcada por el relato que se creó en la dictadura”, añade.
En Lebrija también tratan de llegar a la cuarta generación a través de documentales y lo hacen aprovechando una afición generalizada en el municipio: el teatro. “Aquí hemos hecho alguna cata y hemos exhumado siete cuerpos y estamos gestionando la petición de más subvenciones, porque este cementerio es antiguo y va a cerrar. Por eso con el último documental Memoria y olvido queremos llevar la historia del pueblo a los más jóvenes, para que no dejen morir la búsqueda de las fosas. En Lebrija puede haber hasta 500 desaparecidos”, explica Aurora Sánchez. En la cinta ella interpreta a su propia abuela a quien, cuando fue al Ayuntamiento a preguntar por su marido y su tío, raparon, le dieron aceite de ricino y la pusieron a barrer la plaza. “Donde lo hemos mostrado ha habido buena recepción, muchos no sabían que aquí habían pasado estas cosas”, añade.
Ese escarnio público, el tener que sobrevivir solas y señaladas por tener familiares encarcelados o fusilados, y sobre todo el tener que criarlos con el miedo de que no se repitiera lo mismo con ellos, hacía que la mejor protección fuera el silencio. Así se acostumbró a vivir la abuela de Aurora, pero también la de Sócam, Arroyo o González. En el caso de la de Noelia Rodríguez, de Castilleja del Campo (Sevilla), el mutismo era doblemente obligado. “Estuvo en la cárcel tres veces por estraperlo, por vender dulces, porque de algo tenían que vivir”, explica. “A ella se le agrió el carácter cuando se llevaron a su marido en el verano del 36″, explica. Su madre no había nacido todavía, pero en su casa siempre se comentó que su abuelo estaba enterrado en Espartinas. Precisamente fue su recuerdo de ir desde chica a visitarlo a ese cementerio el que permitió a los arqueólogos dar con la ubicación exacta de la fosa: “Nos llevamos un poco de tierra en una cajita, era la forma que mi madre tenía de constatar que no era mentira y que allí estaba su padre, después de tantos negando que allí hubieran matado a alguien”.