El ‘Hospitalillo’ centenario de Tarancón que resistió los bombardeos y está al borde del derrumbe

Familiares de víctimas y asociaciones defienden la rehabilitación de los centros sanitarios activos durante la Guerra Civil para considerarlos lugares de memoria

El antiguo hospital militar de Santa Emilia, en Tarancón (Cuenca).ARMH Cuenca

Los soldados del primer batallón de la 70ª Brigada Mixta del ejército republicano se arremolinan en la Posición Jaca, una de las más sofisticadas guaridas republicanas en Madrid, en lo que ahora es el Parque del Capricho. Un día de febrero de 1937, en el contexto de la batalla del Jarama, un aluvión de bombardeos del bando nacional sorprendió a la multitud, matando a decenas de personas. Uno de los heridos, Ángel Carrasco Ramírez, natural de Tomelloso (Ciudad Real), fue trasladado al hospital de un m...

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Los soldados del primer batallón de la 70ª Brigada Mixta del ejército republicano se arremolinan en la Posición Jaca, una de las más sofisticadas guaridas republicanas en Madrid, en lo que ahora es el Parque del Capricho. Un día de febrero de 1937, en el contexto de la batalla del Jarama, un aluvión de bombardeos del bando nacional sorprendió a la multitud, matando a decenas de personas. Uno de los heridos, Ángel Carrasco Ramírez, natural de Tomelloso (Ciudad Real), fue trasladado al hospital de un municipio conquense, a 80 kilómetros de Madrid, para tratar sus heridas, que resultaron fatales. Falleció a los 26 años, el 17 de febrero de 1937 en el Hospital de Santa Emilia, en Tarancón.

El cuerpo de Ángel nunca fue encontrado, pero su familia sabe que pasó sus últimos momentos en el Hospitalillo, como todo el pueblo de más de 16.000 habitantes conoce al edificio. Ahora, se hunde. “Cuando vimos la situación del edificio nos dolió”, afirma Ángel Martín-Fontecha, familiar de Ángel Carrasco. Destaca la importancia de tener “un sitio físico” donde imaginar con vida al joven tomellosero.

El hospital se inauguró hace cien años, pero lleva abandonado más de treinta. La Ley de Memoria Democrática, aprobada en 2022, prevé que las administraciones garantizarán la “perdurabilidad e identificación” de los lugares de memoria. Sin embargo, el Hospital de Santa Emilia sobrevive gracias a una ayuda institucional que llega con cuentagotas y a la acción de algunos vecinos. Máximo Molina, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) de Cuenca, explica que la burocracia para conceder el estatus de lugar de memoria al edificio es complejísima y no dispone del tiempo ni los medios para lidiar con ello. Es profesor de inglés en una academia y compagina su trabajo con la asociación. En los casi 15 años que lleva luchando por la preservación del hospital, ha ido conquistando victorias como que el inmueble entrase en el Inventario de Patrimonio Histórico-Artístico de Castilla-La Mancha, otorgándole un estatus de protección.

Molina y sus compañeros llevan desde 2011 luchando por rehabilitar el edificio. Cortan el césped del patio que lo rodea, limpian escombros o bregan para que las instituciones arreglen los desperfectos del tejado. Señala la falta de voluntad que han tenido los gobiernos locales —primero del PP y, actualmente, socialista— desde que comenzó con la iniciativa: “No se hace lo que no se quiere”.

Un escocés hijo de un brigadista internacional

La ARMH comenzó en 2004 con el fin de hallar los cuerpos de los represaliados por el franquismo y puso en el foco Hospital de Santa Emilia a partir de 2011. El primer acto de esta iniciativa tuvo lugar en 2012, cuando Allan Craig, un escocés hijo de un brigadista internacional, quiso buscar los restos de su padre. La documentación apuntaba a que había sido herido en la batalla del Jarama, en febrero de 1937, y que había sido trasladado a Tarancón para socorrerlo. Allan Craig padre nunca regresó a Escocia.

Más de setenta años después, la asociación consiguió erigir un monumento en el cementerio de Tarancón con los nombres de los brigadistas y las víctimas del frente que habían fallecido en el municipio. Allí, a 2.500 kilómetros de su casa, un olivo plantado por el propio Craig recuerda a su padre. Desde entonces, un viernes de febrero, se reúnen vecinos, familiares de brigadistas y de represaliados del franquismo en un “memorial austero”, como lo define Molina. “La dignidad es sobria”, apunta. En el homenaje, que acoge a varios cientos de personas cada año, leen poemas, entonan los nombres de las víctimas y guardan minutos de silencio.

Memorial a las víctimas de la Guerra Civil, en el cementerio de Tarancón (Cuenca).Álvaro Ruiz

Tarancón constituyó un lugar clave durante la guerra. El municipio se encuentra entre Madrid y Valencia y sus conexiones por carretera y ferrocarril hicieron que llegaran a sus cinco hospitales heridos de Jarama, Guadalajara, Brunete o Teruel. Casi 300 brigadistas pasaron solo por el Hospital de Santa Emilia. Por ello, sufría bombardeos a menudo. El fanzine Tarancón Rojo: Españoles e internacionales en un Tarancón en guerra recoge una carta en la que la enfermera estadounidense Rose Freed relataba cómo vivió el terror aéreo de la aviación sublevada: “De inmediato, llegó la primera explosión ¡Nadie puede imaginar eso, que es como si la tierra se abriera debajo de ti! A continuación, hubo ocho explosiones más y, otra vez, la metralla volando en todas las direcciones. Corrí a mi hospital, donde encontré a todos llorando sin ruido. Les pedí que se durmieran y me quedé sola”.

El futuro del edificio

El municipio acogió durante el conflicto a personalidades reconocidas como el célebre escritor y corresponsal estadounidense Ernest Hemingway. El fotógrafo y cineasta francés Henri Cartier-Bresson filmó la estación de ferrocarril local para su película La victoria de la vida, en la que muestra el desarrollo sanitario del bando republicano durante la guerra. Una vez terminada la guerra, el Hospital de Santa Emilia se convirtió en ambulatorio municipal y funcionó hasta los años 80. Después, durante unos años, sirvió como residencia de caridad. Finalmente, quedó abandonado en la década de 1990. Desde 2019, el edificio está gestionado por el Consistorio y el patronato de la Fundación Lozano, presidido por el alcalde, del PSOE. Sus estatutos establecen que el uso del edificio ha de ser “de carácter asistencial”, es decir, manteniendo el fin sociosanitario por el que se construyó.

Fuentes del Ayuntamiento señalan que es prioritario que la rehabilitación mantenga ese carácter asistencial y enfatizan la necesidad de un centro residencial para personas con discapacidad intelectual. Aclaran que aún no se ha concretado la iniciativa, que es de momento “una posibilidad, una opción”, por lo que todavía no hay fecha para que se desarrolle. El presidente de la asociación de memoria histórica ha recibido esta respuesta varias veces durante estos años, pero siempre se queda en el aire.

El Hospital de Santa Emilia en la década de 1930, en una imagen cedida por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Cuenca.ARMH Cuenca

Pese a esto, el Gobierno local mantiene su voluntad de “convertir en visitable el refugio antiaéreo que tiene el edificio”, que terminó derrumbándose por la falta de cuidados, y de “dotar un espacio para que se divulgue la historia del centro sanitario”. Esta es una de las reivindicaciones de la asociación y, para Clara Serna, investigadora de arqueología de la Guerra Civil en la Universidad Autónoma de Madrid, se trata de un asunto clave para preservar la memoria. Apunta que el problema reside en que los centros sanitarios de la guerra son “muy poco reconocidos”, incluso entre los vecinos de esos municipios. Esto provoca “que caigan en situación de olvido o deterioro”.

Serna recalca la “importante labor” de las asociaciones locales en la reivindicación y rehabilitación de este tipo de inmuebles. También remarca que, al ser recientes, “parece que no tienen tanta importancia histórica”, pero sirven para “complementar con información extra” la documentación histórica. Por ello, defiende que los centros sanitarios de la guerra civil “son testigos físicos” del conflicto y que se debe luchar por preservarlos. Ahora, los taranconeros esperan una salida definitiva que guarde la memoria de los pacientes, fallecidos y familiares. Ángel Martín-Fontecha sentencia que la mera presencia del edificio les ayuda a “rellenar el vacío” de la historia de su familia.

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