Fosa 17 de Víznar, el espacio en el que la humanidad se esfumó del barranco
Investigadores de la Universidad de Granada descubren un grupo de 10 personas fusiladas por la espalda y con las manos atadas a la espalda
El Barranco de Víznar, en Granada, es hoy Lugar de Memoria Democrática porque en el año 1936 y siguientes lo fue de infamia y asesinatos. Miembros de la Falange, de la Guardia de Asalto y de las Escuadras Negras –asesinos voluntarios– fusila...
El Barranco de Víznar, en Granada, es hoy Lugar de Memoria Democrática porque en el año 1936 y siguientes lo fue de infamia y asesinatos. Miembros de la Falange, de la Guardia de Asalto y de las Escuadras Negras –asesinos voluntarios– fusilaron allí a varios cientos de personas sin humanidad alguna. Pero incluso en esa falta de humanidad hay escalas, y su máxima expresión ha emergido esta semana en la fosa 17, la última en la que trabaja un equipo de investigadores del proyecto Universidad y Memoria de la Universidad de Granada. En la CE017, la designación oficial de esa fosa común, han aparecido 10 personas asesinadas a tiros por la espalda y todas ellas con las manos atadas a su espalda. Es una situación única en Víznar, donde con 124 personas encontradas en 17 fosas abiertas, este es el primer caso de grupo asesinado con todas las víctimas maniatadas.
El director de la investigación, el profesor Francisco Carrión, no tiene una razón contrastada que explique por qué maniataron a este grupo concreto. En 2021, en la primera campaña, recuerda, apareció otra persona, en una fosa con 13 víctimas, atada con un cable eléctrico. Por ahora, a falta de certezas, solo se puede especular con que los asesinos “tendrían miedo a que se escaparan, saltaran o algo así”, dice Carrión. El modo de disparar sí se ajusta a lo habitual: fueron asesinados por la espalda, como muestran los orificios limpios de entrada y más rotos de salida.
La mañana que EL PAÍS visita la fosa 17, uno de los diez cuerpos ha sido ya exhumado y la antropóloga forense Laura Gutiérrez y los arqueólogos María José Gámez y Féliz Bizarro trabajan en la exhumación del segundo cadáver. La indignidad de los asesinos es enorme pero aquí cabe en un espacio muy reducido. Los cuerpos han sido encontrados en un hueco de 2,20 por algo menos de 1,50 metros. Poco más de tres metros cuadrados en los que junto al inmenso horror se percibe, o se quiere percibir para hacer la escena soportable, la dignidad en los fusilados. Una dignidad que los investigadores esta mañana, como tantas otras desde hace años aquí y en tantas fosas, intentan recuperar con mimo y paciencia.
En ese agujero, a poco más de medio metro de la superficie, fueron encajados estos cadáveres. La falta de humanidad de los asesinos la suplieron en cierta medida los enterradores, un equipo de ocho masones que, explica Carrión, estaban detenidos pero no sentenciados a muerte. Ellos eran responsables de los enterramientos y eran quienes trasladaban los cuerpos desde el lugar del fusilamiento a la fosa. Y ellos fueron los que dejaron caer a estas 10 víctimas en la fosa 17. Tres de ellos uno al lado del otro y el resto, los otros siete, unos encima de los demás. En este caso, “no los arrojaron, sino que los dispusieron con cierto orden”, explica Laura Gutiérrez, que está familiarizada con este horror porque ha trabajado en las diferentes campañas del proyecto en Víznar.
Esta mañana de finales de abril, los tres investigadores trabajan en la segunda exhumación, en una esquina de la fosa, en la zona donde los cuerpos están sobrepuestos. Bizarro exhuma hueso a hueso y Gámez almacena en distintas cajas.
Cada tanto, Bizarro agarra el pincel o una aspiradora y extrae tierra para dejar el siguiente hueso al descubierto. Por allí ha corrido probablemente el agua y en algunas zonas la tierra está húmeda y compacta. Los tres debaten por momentos de qué hueso se trata y si pertenece a la víctima superior o la inferior. Recuerdan cómo sacaron el hueso anterior y recrean la postura para determinar a quién pertenece el hueso. Y así continúan, con mimo y un respeto más que evidente, hasta que cada persona esté individualizada.
Laura Gutiérrez, María José Gámez y Féliz Bizarro completarán las exhumaciones, si no hay contratiempos esta semana. Así, estas 10 víctimas abandonarán el barranco 90 años después y serán trasladados al laboratorio de Arqueología y Antropología Física y Forense que el equipo de Carrión tiene en el pueblo de Víznar, a 10 minutos del barranco. Antes, sobre el terreno, Gutiérrez explica a este diario algunas de las circunstancias que, a ella como experta, le saltan a la vista. Una de ellas es que la ejecución no consistió en disparar una única vez. Algunos recibieron hasta cuatro disparos, explica mientras muestra las consecuencias del tiroteo en el hombro de una víctima o en la pierna de otra.
Hay pocos restos más allá de los óseos y no hay, por ejemplo, rastro de las cuerdas con las que los maniataron, aunque la posición de los brazos no deja lugar a dudas. Sí se advierten muchos botones. Sorprende ver filas completas de ellos sobre la columna vertebral de las víctimas. Las camisas se han desvanecido pero no así sus botones, que ahí siguen, recordando que los cuerpos inertes sobre los que ahora se posan ahora tuvieron vida antes de ser fusilados y tirados en el barranco. Las hebillas de los cinturones también son frecuentes. Por lo demás, algunas suelas de zapatos y pocos más restos no biológicos quedan a la vista.
Será en el laboratorio instalado en el pueblo donde el arqueólogo José Ángel Merino limpie y catalogue cada una de esas piezas no biológicas encontradas. Metido en faena con las pertenencias del primer cuerpo exhumado de la fosa 17, Merino se afana en quitar el óxido a un botón. Ya ha limpiado cinco, “son de hueso”, explica, y tiene por delante tres más y una hebilla. Y así seguirá hasta que la fosa 17 esté vacía y todas las pertenencias de quienes la han habitado, catalogadas. Antes, él fue quien identificó y la goma y al lápiz del niño de 14 años fusilado y encontrado en la fosa 16.
Una vez los cuerpos sean exhumados, se les extraerá el adn para cotejarlo con el de, hasta ahora, medio centenar de personas que no saben dónde están sus familiares pero creen que fueron ajusticiados en el barranco. Todos ellos han dado una muestra propia a la espera de que llegue la coincidencia. Los familiares no paran de llegar. El día que este diario visita el laboratorio y el barranco, Ana Gómez Pantigas, de 83 años, llega temprano. Está muy nerviosa, cuenta, desde hace días. Busca a su abuelo, Francisco Pantigas Pérez, que trabajaba en la azucarera La Purísima, cuenta, y que “enseñaba a las hijas de los ricos a pintar”. “Entró en el sindicato y, con 59 años, los falangistas llegaron un día a donde vivía con su segunda mujer y su hijo y seis hijas”. Iban acompañados, continúa, “de un paisano”. Se refiere a la gente que delataba a sus vecinos. Este “paisano” definió a su padre como “muy buena persona pero es socialista. A los dos días lo detuvieron”. El cálculo de los días siguientes que hace a partir del relato de su madre es que, probablemente lo mataron el 18 de agosto, el mismo día que a Federico García Lorca.
Mientras, el equipo de Francisco Carrión prosigue su cuarta campaña que, probablemente, será la penúltima. Empezaron en 2021, y 2025 debería ser la última, explica Carrión. Se habla de miles de muertos en el Barranco de Víznar, quizá 2.000, pero Carrión cree que hay que suprimir el último cero. “Estimo que habrá alrededor de 200 víctimas”, cuenta. “Terminaremos esta campaña en el entorno de las 150 víctimas exhumadas así que, con una campaña, más habremos terminado aquí”, opina. Pero el trabajo del grupo Universidad y Memoria continúa en la provincia. El Barranco del Carrizo, en Órgiva, en la Alpujarra granadina es su próximo destino. Y el relato conocido más las primeras prospecciones, que ya muestran tres posibles fosas de enterramiento, hacen prever que esa excavación no va a ser agradable.