‘El Cometa’ Griñán es ahora un hombre “solo, triste y cansado”
El dirigente socialista siempre estuvo en un segundo plano hasta que aceptó sustituir a Manuel Chaves en la Junta
El nombre de José Antonio Griñán Martínez (Madrid, 76 años) está ligado, muy a su pesar, al caso de corrupción de los ERE. Él, que se considera un servidor público más que un político, no logra entender por qué se le ha condenado a seis años de prisión por malversación de fondos públicos y a 15 años de inhabilitación por un delito de prevaricación. La sentencia de la Audiencia de Sevilla, ...
El nombre de José Antonio Griñán Martínez (Madrid, 76 años) está ligado, muy a su pesar, al caso de corrupción de los ERE. Él, que se considera un servidor público más que un político, no logra entender por qué se le ha condenado a seis años de prisión por malversación de fondos públicos y a 15 años de inhabilitación por un delito de prevaricación. La sentencia de la Audiencia de Sevilla, ratificada después por el Tribunal Supremo, sostiene que, entre 2000 y 2009, la entonces cúpula de la Junta de Andalucía, gobernada por el PSOE, diseñó un “sistema fraudulento” e “ilegal” que repartió “con un descontrol absoluto” un fondo de 680 millones de euros a trabajadores y a empresas en crisis.
El cáncer de próstata alegado un día después de que la Audiencia de Sevilla decretase su entrada en prisión antes del 2 de enero le ha permitido evitar la cárcel, al menos mientras dure el tratamiento. Él confía en el indulto y, sobre todo, en que prospere el recurso que interpondrá en el Tribunal Constitucional a partir del voto discrepante de las dos magistradas del Supremo. Pero ahora su principal preocupación es otra. Los que le conocen dicen que ha empezado a leer todo sobre la enfermedad que padece. Superarla es su única prioridad.
Dos magistradas del Supremo emitieron un voto particular en el que rechazan la condena por malversación de Griñán y de otros cuatro ex altos cargos porque “no intervino en esos actos fraudulentos del tramo final de la ejecución del presupuesto, ni tampoco tuvo conocimiento de que estaban siendo realizados por autoridades y funcionarios de la Consejería de Empleo”. Esa fue siempre la versión de Griñán. “El crédito no delinque nunca”, dijo en el juicio. Era su modo de señalar a Empleo.
El sistema, suele recordar su defensa, se instauró cuatro años antes de su incorporación al Gobierno andaluz al frente de Economía y Hacienda en 2004, cuando su entonces amigo Manuel Chaves lo nombró consejero tras ganar las elecciones andaluzas con mayoría absoluta y 2,2 millones de votos (el 51%).
Griñán fue el cuarto presidente socialista de la Junta también por decisión de Chaves. Este puso en marcha el proceso de su sucesión tras ganar en 2008 sus últimas elecciones autonómicas. Chaves llevaba mucho tiempo dándole vueltas a su relevo —estuvo al frente del Gobierno andaluz 19 años, desde 1990 a 2009―, pero la explosiva mezcla del vértigo y las resistencias internas en el PSOE retrasaron un cambio que los ciudadanos demandaban, como detectaban las encuestas encargadas y no publicadas por los socialistas.
Pasado el tiempo, Griñán siempre se arrepintió de haber aceptado la oferta que Chaves le hizo en un viaje Madrid-Sevilla en un tren AVE a finales de marzo de 2009. El entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero fue quien quitó el tapón que atoraba la sucesión en el PSOE de Andalucía. Nombró a Chaves vicepresidente del Gobierno y ministro de Administración Territorial y el nombre de Griñán era el único que manejaba el presidente saliente tras descartar otros.
En esa época, a Griñán lo apodaban en su partido El Cometa por su brillantez, su sólida formación, su ironía y su vasta sabiduría. Consideraban que era el mejor para sustituir a Chaves en una decisión que se justificó por su capacidad para afrontar la crisis económica. Para sus amigos era “el hombre que sabe de todo”: de cine, literatura, música —cantaba a sus colaboradores fragmentos de su admirado Alfredo Kraus― o hípica ―firmaba crónicas de carreras de caballos bajo el pseudónimo Riu-Kiu en la década de los setenta―. Sin embargo, otros dirigentes consideraban que Chaves se equivocaba con su designación por su “desconocimiento” del funcionamiento del partido, sus prontos (“las cosas de Pepe Griñán”) y su “arrogancia”. Como consejero de Hacienda, Griñán no era muy dado a las declaraciones. Consideraba que la locuacidad era un riesgo. “Equivocarse en Economía y Hacienda es muy malo”, decía. “Cuando lleguemos al río, cruzaremos el puente”, también repetía de manera machacona para evitar un pronunciamiento.
Todo cambió cuando fue investido presidente andaluz en abril de 2009. Griñán sorprendió con un discurso en el que proclamó que la mejor política económica era la educación —”es una inversión, no un gasto”― y la igualdad, prometió primar el mérito y la capacidad en los ascensos en lugar de la fidelidad partidaria y separar lo orgánico de lo institucional. El discurso gustó en el PSOE, pero más a extramuros del partido. De repente acaparó todos los focos. Hasta entonces había estado en segundo plano. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla e inspector de Trabajo, Griñán fue viceconsejero de Trabajo con Rafael Escuredo en el primer Gobierno andaluz en 1982; consejero de Salud con Manuel Chaves en 1990; ministro de Trabajo y de Sanidad con Felipe González, desde 1992 a 1996; diputado en el Congreso (1993-2004); y consejero de Economía y Hacienda de 2004 a 2009.
La operación de la sucesión en la Junta fue modélica al principio. Luego empezaron los problemas de bicefalia —Chaves seguía ostentando la secretaría general del partido y la presidencia federal― y finalmente estalló la herencia del caso de los ERE en enero de 2011. Griñán ordenó poner en marcha una estrategia del “caiga quien caiga”, en la que primó la transparencia y la colaboración con la juez del caso en lugar de la defensa de las políticas de ayudas a empresas en crisis y a trabajadores, que habían sido la seña de identidad de la Junta de Andalucía durante años. Tras las elecciones autonómicas de 2012, las primeras que perdió el PSOE, Griñán pasó el testigo a Susana Díaz y dimitió como presidente de la Junta tras 52 meses en el cargo. En el Parlamento justificó su marcha por razones personales y para propiciar un relevo generacional. Luego razonó su dimisión para “preservar a la Junta de la erosión de los ERE”.
La vieja guardia del PSOE siempre le reprochó que no primara la defensa de las políticas de ayudas de los Gobiernos de Chaves y no fue hasta que se conoció el fallo del Supremo, en julio pasado, cuando la dirección socialista con Juan Espadas como secretario general ha empezado a defender la utilidad de unas subvenciones que los jueces consideran fraudulentas. Chaves y Griñán entregaron a petición de Díaz sus actas de diputado y senador cuando fueron imputados para garantizarse así su investidura por Ciudadanos en 2015, que lo puso como condición. Después presentaron su baja voluntaria del partido.
El propio Griñán narra en su libro autobiográfico Cuando ya nada se espera (Galaxia Gutenberg), un canto a la Transición, una amarga descripción de su vida desde que fue imputado: “Solo, triste, cansado, pensativo y viejo”; “no solo he padecido olvidos; también acusaciones y ofensas personales, miradas insolentes, gestos de desprecio, frases en voz alta para hacerse intencionadamente audibles, insultos o burlas”. Tras el fallo del Supremo decidió aislarse en su domicilio, como se reconoce en la petición de indulto parcial elevada al Gobierno realizada por su familia, en la que esgrime razones de “humanidad y equidad”.