El joven sudanés que pone a prueba el asilo en España: “Tengo el derecho de entrar legalmente”
Un refugiado que fue devuelto a Marruecos el 24 de junio intenta sentar un precedente al solicitar medidas de protección en la Embajada española en Rabat
El sudanés Basir (nombre ficticio), de 24 años, lleva casi media vida jugándose el tipo. Con 15 años fue dado por muerto en la conflictiva región de Kordofán del Sur junto a los cadáveres de su padre y su hermano, cristianos como él. En las fronteras de Libia y Argelia fue arrestado y maltratado durante semanas en su huida desde 2018 hacia un mundo más seguro. Desde hace más de un año vaga por Marruecos sin un techo fijo, perseguido como migrante indocumentado por la policía, que lo e...
El sudanés Basir (nombre ficticio), de 24 años, lleva casi media vida jugándose el tipo. Con 15 años fue dado por muerto en la conflictiva región de Kordofán del Sur junto a los cadáveres de su padre y su hermano, cristianos como él. En las fronteras de Libia y Argelia fue arrestado y maltratado durante semanas en su huida desde 2018 hacia un mundo más seguro. Desde hace más de un año vaga por Marruecos sin un techo fijo, perseguido como migrante indocumentado por la policía, que lo expulsa de tanto en tanto a la frontera argelina. Ahora, además, ha puesto a prueba al Gobierno español por la vía inédita de solicitar asilo en la Embajada en Rabat, tras haber irrumpido irregularmente en Melilla.
“Atravesé la valla de Melilla el 24 de junio”, relata Basir en Rabat, junto a los abogados que lo acompañaron el martes hasta el registro de la legación diplomática española en la capital marroquí. Ambos mostraban el sello oficial de entrada de un caso relativo a una petición de asilo del que no se conocen precedentes en el país magrebí. “Lo he solicitado en España porque me expulsaron ilegalmente [en el salto masivo del 24 de junio] y me devolvieron a Marruecos. Creo que tengo el derecho de entrar legalmente en España”, aclara el joven sudanés con voz temblorosa en un inglés aprendido en una misión luterana. “Quiero vivir con protección, con seguridad, como cualquier ser humano. Es lo único que pido”, puntualiza. “No fui a Francia ni a ningún otro país, entré en España y quiero tramitar todo el proceso de asilo en España”.
En Rabat teme ser detenido si es sorprendido sin papeles. Tampoco puede volver a Sudán. “Allí no hay libertad religiosa. En la frontera, lo primero que te preguntan es si eres musulmán. Corro peligro de muerte”. Rechaza de plano el regreso a su país de origen. El abogado especializado en la defensa de los derechos humanos Arsenio G. Cores muestra a su lado el artículo 38º de la Ley de Asilo española de 2009. Es el que autoriza a iniciar el procedimiento de protección internacional en una embajada o un consulado para permitir el traslado de Basir a España, con el fin de que pueda ejercitar su derecho efectivo al asilo.
“Que sepamos, [este procedimiento] no se ha utilizado antes en Marruecos, aunque sí se ha empleado en el contexto de Afganistán o Ucrania”, destaca Cores junto a su socia en el despacho legal Demos, la letrada Adilia de las Mercedes. “El problema es que no hay un reglamento que lo desarrolle”, advierte este jurista, quien teme recibir la callada por respuesta desde la Embajada. El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ha esgrimido esta vía de petición de asilo en el Parlamento como procedimiento alternativo para que el Estado español se haga cargo del traslado a territorio nacional de las personas que estén en riesgo físico y tengan garantizado el acceso a la protección.
Está por ver si el artículo 38º de la Ley de Asilo se aplicará en Marruecos. “Si el Gobierno español no cumple [con sus propias normas], se puede poner en peligro la vida de las personas que han sido víctimas de tortura en los países en los que han estado en tránsito”, resalta Cores, quien recuerda que el eventual silencio de la Administración puede abrir la puerta a una reclamación judicial.
“El 24 de junio murieron muchos migrantes [al menos 23, según las autoridades marroquíes]. Había amigos míos”, recuerda Basir en Rabat en un relato retrospectivo de sus tribulaciones. “Uno de ellos, llamado Mohamed, fue atropellado por un vehículo policial marroquí de madrugada”, rememora sobre la situación que se vivía en el monte Gurugú en los días previos al 24 de junio. “Yo me las arreglé para atravesar la frontera. Llegué hasta un pequeño bosque [una pequeña plantación de olivos, dentro de territorio español], pero me detuvieron y me llevaron esposado de nuevo a Marruecos”, prosigue.
“No dejaban de arrojar gases [lacrimógenos] desde España. A nadie le importaba. No nos trataron como seres humanos”, denuncia. “A mí me arrojaron al suelo junto a otros sudaneses durante tres horas. No nos dieron ni agua. ‘Sois animales’, nos decían, ‘os podéis morir aquí mismo”, enfatiza, al repasar el viacrucis que sufrió en el lado marroquí de la frontera. Basir fue conducido en una caravana de autobuses hasta Beni Melal (600 kilómetros al sur, en el centro rural del país), donde permaneció tres meses hasta que un amigo pudo llevarle en un coche hasta Casablanca.
“Nos tememos que la decisión de Basir de solicitar asilo en la legación de Rabat pueda tener repercusiones, ya que sus denuncias de abusos van dirigidas contra países como España, Marruecos o Argelia”, advierten sus abogados, que lo asisten de forma gratuita. Quien tiene que adoptar la resolución final sobre su futuro es el embajador de España en Marruecos, en la actualidad Ricardo Díez-Hochleitner. Si se acepta su inédita petición, Basir dispondrá de un salvoconducto para viajar a hasta España, cuya Administración se hará cargo de los gastos de viaje y de que el traslado se haga en condiciones de seguridad.
El destino de un cristiano en Sudán
“No fue nada fácil salir de Sudán, me llevaron a Jartum y luego mi madre me envió a casa de un tío musulmán que me forzó a convertirme al islam bajo amenaza de muerte. Si eres cristiano en Sudán, te consideran un pagano y creen que te pueden matar para hacerle un favor a Dios”, describe su sino. “Pensé que lo mejor era irme a Egipto, para intentar tener una vida mejor. Viajé hasta allí en 2018 y me quedé casi tres años. Incluso fui a la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) para pedir ayuda. Solo me dieron una tarjeta amarilla [como solicitante de asilo] y me dijeron que volviera dentro de un año”, revive su decepción. “Intenté buscar trabajo para sobrevivir, mi idea original era quedarme en Egipto. Pero tuve que buscar una salida”.
Sabía que Libia no era un buen lugar para vivir, aunque estaba en la ruta de escape. “Preferí no buscar una patera allí, tenía miedo de acabar en la cárcel”, admite Basir. Prosiguió hacia Argelia y durante tres meses trató de cruzar la frontera (marroquí) por la zona de Uchda. “Lo intenté muchas veces, una y otra vez. Si tenía dinero, con los contrabandistas, que solo indicaban el camino. Si no, por mi propia cuenta”, explica su peripecia. Al final lo detuvieron en Tamaris (norte de Argelia). “No nos dejaban dormir; [los guardianes] hacían mucho ruido y nos despertaban constantemente”.
Basir también se las arregló para huir de allí hasta Marruecos, donde llegó en julio de 2021. En la oficina de la ONU obtuvo documentos —”luego me los rompieron unos agentes marroquíes”, lamenta— y le dijeron otra vez más que esperara. “Estaba sin dinero y sin un lugar adónde ir; durmiendo en las calles, donde te pude detener la policía y te mandan al desierto. ‘Si vuelves por aquí, encontraremos la manera de matarte”, asegura que lo amenazaron antes de expulsarlo hasta la frontera de Argelia.
Tras ocultarse una temporada en Kalaa Sraghna, en la región de Marraquech, Basir malvive ahora en Casablanca. “Cuando llueve, duermo bajo un puente. Si no, en cualquier sitio”, revela. “No nos ayuda ninguna organización marroquí, solo algunos vecinos nos dan algo de comida”, concluye su doloroso relato. “Pero, desde que atravesé Libia, decidí que mi destino era llegar a Europa a través de España”.
El joven refugiado sudanés esboza una sonrisa bajo una mascarilla mientras estrecha con fuerza la mano al despedirse. Perdió a parte de su familia hace nueve años como víctimas de la discriminación religiosa. Lleva casi otros cinco intentando conocer una nueva vida en la que ya no sienta miedo. Ahora se ha atrevido a dar el paso de pedir al Gobierno español que le abra, mediante un mecanismo legal nunca usado en Marruecos, la puerta que le cerró hace casi seis meses en Melilla.