El Gobierno sale de la depresión posandaluza
Sánchez teme al otoño, pero cree que ha recuperado la iniciativa tras otro curso político plagado de convulsiones, en el que ha estado varias veces contra las cuerdas
La política española se ha instalado en la ciclotimia y nadie se libra de ella. Hace solo cinco meses, el PP se desangraba a la vista del público y Vox empezaba a soñar con comandar la derecha. Hoy, cada encuesta es un motivo para descorchar cava en la sede popular, mientras los de Santiago Abascal parecen achicarse poco a poco. No ha pasado ni un mes y m...
La política española se ha instalado en la ciclotimia y nadie se libra de ella. Hace solo cinco meses, el PP se desangraba a la vista del público y Vox empezaba a soñar con comandar la derecha. Hoy, cada encuesta es un motivo para descorchar cava en la sede popular, mientras los de Santiago Abascal parecen achicarse poco a poco. No ha pasado ni un mes y medio desde que las elecciones andaluzas hundieron al PSOE en la depresión. La cumbre de la OTAN y el debate sobre el estado de la nación han levantado el ánimo de los socialistas, que se irán de vacaciones con un renovado optimismo y el convencimiento de que nada está perdido, pese a la pujanza del PP de Alberto Núñez Feijóo y a la amenaza de un otoño borrascoso si Vladímir Putin decide cerrar el grifo del gas a Europa.
El curso político que ahora se cierra ha sido como un constante coqueteo con el abismo, para el Gobierno y también para la oposición. En estos seis meses, ha estallado una guerra que propaga presagios apocalípticos por todo el continente y ha revivido a una bestia de tiempos remotos llamada inflación. Desde el comienzo del año se han celebrado dos elecciones regionales —Andalucía y Castilla y León— con consecuencias de calado para la política nacional; ha habido un relevo al frente del partido que aspira a desalojar a Pedro Sánchez de La Moncloa; los socialistas han renovado la dirección que habían elegido hace apenas 10 meses; un escándalo de espionaje ha amenazado con privar al Gobierno de un aliado clave como ERC y la convivencia dentro de la coalición progresista ha vivido algunos de sus episodios más críticos.
En esta primera mitad de 2022 ha habido varios momentos en los que la supervivencia del Ejecutivo ha parecido en peligro cierto. Uno, el 3 de febrero, cuando una carambola —el error al votar del diputado del PP Alberto Casero— permitió salvar la reforma laboral, rechazada por los principales aliados parlamentarios del Gabinete de Sánchez, cuya derrota hubiese resultado letal. Las elecciones en Castilla y León dejaron pobres resultados para la izquierda, aunque paradójicamente proporcionaron una tregua al Ejecutivo, porque donde se destapó de verdad la caja de los truenos fue en el PP y eso permitió a Sánchez vivir unas semanas confortables contemplando cómo su principal rival se despedazaba. Hasta que llegaron las andaluzas, con los populares ya recuperados y el nuevo liderazgo de Feijóo, de quien nadie duda en el Gobierno que supone un adversario mucho más sólido que el caído Pablo Casado.
El PSOE y Unidas Podemos habían descontado la derrota en Andalucía desde días antes. “Lo teníamos claro, porque veíamos las encuestas y nada se movía”, apunta un ministro. Con lo que no se contaba era con una mayoría absoluta del PP en el más tenaz feudo de la izquierda desde el restablecimiento de la democracia. El nerviosismo cundió en La Moncloa, mientras los problemas se amontonaban en la mesa de Sánchez.
Uno de ellos se arrastraba ya desde semanas antes de las elecciones. La revelación de que el CNI había espiado a dirigentes independentistas, incluido el actual presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, hizo tambalearse una de las columnas principales de la base parlamentaria del Gobierno. ERC llegó a votar en contra —al igual que el PP— del primer paquete de medidas para frenar los precios de los combustibles, pese a que, según el Ejecutivo, antes del escándalo había comprometido su voto favorable. “Hemos estado cuatro meses sin que Esquerra nos apoyase en nada. La gente no sabe los esfuerzos que hemos tenido que hacer para que, a pesar de eso, no hayamos perdido ni una votación”, subraya una alta fuente gubernamental.
Si no fueran suficientes los aprietos en el Congreso, casi al tiempo las hostilidades se desataron dentro del Gobierno por la negociación del segundo paquete de medidas urgentes. Unidas Podemos no cedía en su empeño de aprobar un cheque para las familias más necesitadas frente a la inicial negativa del PSOE. Hasta minutos antes del Consejo de Ministros que aprobó las medidas, el 25 de junio, las dos partes estuvieron negociando en medio de una creciente tensión. Miembros de Unidas Podemos dicen que llegaron a temer por la continuidad de la coalición. Con la campana a punto de sonar, hubo acuerdo y se aprobó un cheque de 200 euros, acompañado de otra medida —el impuesto especial a las energéticas— muy del agrado del socio minoritario de la coalición.
Menos de una semana después, Sánchez recibió la primera inyección de optimismo con la cumbre de la OTAN y se lanzó a anunciar un incremento extraordinario de 1.000 millones de euros en el presupuesto de Defensa. Sus socios enfurecieron y el Consejo de Ministros, según describe uno de sus miembros, vivió una de las discusiones más subidas de tono de la legislatura.
De esto hace solo un mes. Y, de repente, a pesar de que las encuestas continúan esquivas para el Ejecutivo, todo ha vuelto a cambiar. Sánchez reparte sonrisas sin corbata en La Moncloa en su tradicional rueda de prensa previa a las vacaciones para hacer frente al “catastrofismo del PP”. En un gesto mucho menos habitual de lo que podría parecer, las dos partes del Gobierno comparecen juntas para defender los nuevos impuestos extraordinarios a la banca y a las energéticas. Los socialistas alardean de su nuevo estado de ánimo: “Nosotros gobernamos mientras Feijóo cree que le va a caer La Moncloa esperando sentado”. Aunque el diagnóstico de Unidas Podemos no se muestra tan optimista, el sector minoritario del Gobierno está satisfecho con las últimas medidas y subraya que las relaciones internas se han recompuesto tras el debate sobre el estado de la nación.
Esa sesión parlamentaria ha sido clave en el cambio de la temperatura anímica. El papel de Sánchez conquistó la aprobación de casi la mitad de los ciudadanos que siguieron el debate, según el CIS. Y las medidas anunciadas, empezando por los impuestos a las grandes compañías con enormes beneficios en tiempos de crisis, ha levantado la alicaída moral en las filas socialistas. Se habla mucho de giro a la izquierda, en un momento en que la demoscopia apunta a que Feijóo está ganando la batalla del centro. En el PSOE rehúyen hablar en esos términos. Pero al tiempo subrayan su mensaje de que ellos gobiernan para una mayoría social —”las clases medias y trabajadoras”, apelación que Sánchez y los suyos han comenzado a repetir como un mantra—, mientras el PP, según ese discurso, defiende únicamente los intereses de una minoría de privilegiados, banqueros y directivos de empresas energéticas que el presidente citó por su nombre en la última comparecencia en La Moncloa.
Las buenas sensaciones alcanzan a la negociación de los próximos Presupuestos, la principal tarea a la vuelta de las vacaciones. Las dos partes del Gobierno apuntan que el gran escollo, los gastos militares, se salvará con alguna fórmula que permita a los socialistas mantener su compromiso de aumentarlos sin necesidad de que Unidas Podemos tenga que darle una aprobación expresa. Algunas fuentes apuntan como posible solución incluirlos en un fondo especial al margen de los Presupuestos. Con los aliados parlamentarios aún no se ha hablado, pero el Gobierno asegura que percibe una actitud mucho más constructiva en ERC, reflejada en los acuerdos de la mesa de diálogo con la Generalitat.
Otro asunto ha contribuido a la tranquilidad interna en el Gabinete: el anuncio de Sánchez de que no piensa hacer cambios en el Gobierno a la vuelta del verano, una posibilidad que se venía planteando vistos los relevos en la cúpula del PSOE, acogidos también con gran satisfacción en el partido. Tras esas palabras del presidente, la impresión entre los socialistas es que el Ejecutivo se mantendrá al menos hasta las elecciones municipales y autonómicas de la próxima primavera, cuando sí se podrían producir relevos en caso de que se decidiese colocar a algún ministro como candidato. Sobre la voluntad del presidente de agotar la legislatura no existen dudas en ninguno de los dos partidos del Gobierno. Y en ese caso hay un dato que resulta incontrovertible para todo el mundo: tal como están las encuestas, sería poco menos que un suicidio forzar elecciones anticipadas.
El Ejecutivo se va de vacaciones sin la melancolía de las últimas semanas, aunque también sin ocultar que el otoño está lleno de incertidumbres. La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ya ha advertido de que los datos de empleo pueden empeorar. La inflación sigue desbocada y eso “puede derribar un Gobierno”, admite un ministro socialista. Y en última instancia “estamos en manos de Putin”, como apunta otro miembro del Ejecutivo. Si corta el suministro de gas a Europa, todos los cálculos y esperanzas se verían sepultados por un huracán recesivo que podría arrasar el continente. Y, a pesar de todo, los socialistas confían como en un talismán en la voluntad de supervivencia de Sánchez, ese “presidente que nunca se rinde”, como subraya uno de sus más estrechos colaboradores. Ni siquiera tras un convulso curso político que le ha tenido varias veces contra las cuerdas sin acabar nunca de derribarlo por completo.