Hallada la fosa común de 150 civiles asesinados en Belchite dos días después de estallar la Guerra Civil
Miembros de la Falange fusilaron en la localidad zaragozana a unas 400 personas, en grupos de 20, tal y como reconoció un falangista detenido por los republicanos en 1937
El río Aguasvivas discurre, sarcásticamente, muy próximo al lugar donde se ocultan las muertes más crueles. La asociación Mariano Castillo Carrasco ha promovido la apertura de las fosas comunes de, al menos, 150 personas, fusiladas en el cementerio de Belchite (Zaragoza) el 20 de julio de 1936, entre las diez y las doce de la noche, a manos de un centenar de ...
El río Aguasvivas discurre, sarcásticamente, muy próximo al lugar donde se ocultan las muertes más crueles. La asociación Mariano Castillo Carrasco ha promovido la apertura de las fosas comunes de, al menos, 150 personas, fusiladas en el cementerio de Belchite (Zaragoza) el 20 de julio de 1936, entre las diez y las doce de la noche, a manos de un centenar de miembros locales de la Falange. El horror que provocó la masacre ―se calcula que hay otros 200 cuerpos más en las tapias exteriores del camposanto― provocó que las tropas franquistas, al retomar el municipio al final de la guerra, se escandalizasen ante actos tan inhumanos. Los primeros cuerpos hallados a pocos centímetros de la superficie, hombres y mujeres indistintamente, están todos sin calzado y algunos, incluso, con los pies y las manos atadas a la espalda. La mayoría presenta orificios de bala en el cráneo. Junto a sus restos mortales, pequeños objetos de la vida cotidiana como botones, hebillas y hasta un humilde lápiz. “Desconocemos la extensión de la fosa, pero las dos prospecciones que hemos realizado [separadas unos 20 metros] dejan ver a pocos centímetros de la tierra los huesos de los ejecutados. Los testigos de todo aquello dijeron la verdad”, afirma el arqueólogo Gonzalo García Vegas, codirector de las excavaciones.
Dos días después del golpe de Estado del 18 de julio de 1936, milicias falangistas entraron en Belchite y depusieron al alcalde de la localidad, el socialista Mariano Castillo, además de detener a su esposa y a su hijo. Castillo se suicidó en la celda donde fue recluido, pero esa decisión desesperada no evitó que sus dos familiares fuesen fusilados sin piedad. Sin embargo, no fueron las últimas víctimas inocentes.
Los republicanos atacaron este municipio de entonces 3.800 habitantes un año después, en agosto de 1937, en su intento de cercar la próxima Zaragoza, por lo que se entablaron unos durísimos combates que terminaron con la total destrucción del pueblo. Se luchó calle a calle, casa a casa, puerta a puerta. En la actualidad hay una ruta llamada Huellas de la Guerra Civil, que señala las trincheras, refugios y construcciones militares, tanto de ataque como de defensa, de esta batalla que se prolongó 13 días y que acabó con la toma de la localidad por los republicanos.
En uno de los combates, Constantino Lafoz Garcés, falangista afiliado a este partido el mismo día en que la Falange se adueñó de la localidad y campesino de 35 años, fue detenido por los leales a la República e interrogado el 7 de septiembre de 1937. Su declaración, que se guarda en el Archivo General de la Guerra Civil Española (Salamanca), es estremecedora. Sostiene que se fusilaron a unas 200 personas en el interior del cementerio ―y otras 200 fuera―, civiles todos, de los que él mismo mató a 50 hombres y cinco mujeres, tal y como le ordenaron los jefes de la Falange. Lafoz detalló que las tropas que defendían el pueblo incluían a unos 100 falangistas, 150 miembros de Acción Ciudadana y un centenar de requetés. Sus jefes se llamaban Miguel Salas, don Antonio (registrador de la propiedad) y el requeté Narciso Garreta.
Acabada la guerra, y tras la destrucción completa del pueblo, el dictador Francisco Franco ordenó que no se reconstruyese y que se levantase otro adyacente. Un manto de silencio cubrió así la localidad durante la dictadura. Los fondos del proyecto Memoria Democrática ―con aportaciones del Ministerio de Presidencia, Secretaría de Estado de Memoria Democrática y Gobierno de Aragón― han servido para que desde hace un mes el equipo del antropólogo forense Ignacio Lorenzo Lizalde, los arqueólogos Hugo Chautón, Gonzalo García Vegas, Sergio Ibarz, la restauradora Eva Sanmartín y un grupo de colaboradores intenten recuperar los cuerpos de los asesinados.
“Casi todas las víctimas de la masacre eran vecinos de Belchite o de algún pueblo cercano”, explica el codirector Hugo Chautón. “Por eso, bajo la coordinación de Ignacio Lorenzo se van a realizar pruebas de ADN a las víctimas exhumadas, para cotejarlas con sus familiares vivos e incorporarlos a la base de datos del Gobierno de Aragón. Así podremos determinar quién era quién”.
La excavación arqueológica que actualmente se está realizando ocupa unos 80 metros cuadrados y es adyacente a la zona de nichos, aunque hay otra menor a unos 20 metros de distancia. Al abrir la tierra se han hallado ―a menos de medio metro― una docena de cuerpos humanos, algunos de los cuales están atrapados por los ladrillos de los nichos, ya que esta zona del cementerio es posterior a la matanza. Se desconoce si bajo estos cuerpos entrelazados hay más, pero no se descarta.
Uno de los restos, perteneciente a un hombre de más de 1,80 metros, ha aparecido boca abajo con los pies y las manos atadas a la espalda. “Posiblemente”, explica García Vegas, “por su gran corpulencia se resistió más y lo ataron antes de asesinarlo. Lo arrojaron a la fosa sin contemplaciones”.
¿Y quiénes eran? El testimonio de Constantino Lafoz no deja lugar a dudas. Da nombres y motes de las víctimas y relata que fusilaron, en grupos de 20 personas, a los hermanos Sargantanas, al Hojalatero, al Listero, al Alpargatero, al Sopas, a Carruela, a Simón Pedro Juan y a una hija de este, a la Pascualota o a las Muñecas... Antes, según Lafoz, fueron azotados “para sacarles declaración”.
En 1940, Franco decidió no reconstruir el devastado pueblo de Belchite como muestra del valor de los defensores. Murieron más de 2.000 soldados del bando franquista, de los 7.000 que resistían en la población, y unos 2.500 atacantes republicanos, en un ejército compuesto por unos 25.000 soldados. El número de vecinos de la localidad pasó de unos 3.500 antes de la guerra a menos de la mitad. “Yo os juro que sobre estas ruinas de Belchite se edificará una ciudad hermosa y amplia como homenaje a su heroísmo sin par”, afirmó el dictador. Lo que se olvidó, sin embargo, fue mencionar que bajo la tierra del cementerio, así como junto a sus tapias, amontonados se ocultaban ignominiosamente los restos de centenares de inocentes, muy cerca del río Aguasvivas.