El pasado remoto como argumento político

Las afirmaciones de líderes del PP sobre la historia hispanoamericana suscitan críticas entre los expertos

Isabel Díaz Ayuso, en el cierre de la Convención Nacional del PP en Valencia, este domingo. Isabel Díaz Ayuso, en el acto de clausura de la Convención Nacional del PP, en la Plaza de Toros de Valencia FOTO, MÒNICA TORRES EL PAÍSMònica Torres

Para acaparar la efímera atención del presente, la política española viajó 500 años atrás la semana pasada. La presidenta de la Comunidad de Madrid, la popular Isabel Díaz Ayuso, defendió en su viaje a Estados Unidos el que entiende fue el legado español en América: “Llevar el español, y a través de las misiones, el catolicismo y, por tanto, la civilización y la libertad al continente amer...

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Para acaparar la efímera atención del presente, la política española viajó 500 años atrás la semana pasada. La presidenta de la Comunidad de Madrid, la popular Isabel Díaz Ayuso, defendió en su viaje a Estados Unidos el que entiende fue el legado español en América: “Llevar el español, y a través de las misiones, el catolicismo y, por tanto, la civilización y la libertad al continente americano”, y vinculó los movimientos indigenistas con el comunismo. Al poco, desde el otro lado del Atlántico, el expresidente del PP José María Aznar ridiculizó una petición de 2019 del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, al Rey de España para se disculpara por los excesos de la conquista: “¿Él cómo se llama? Andrés por la parte azteca, Manuel por la maya...”, se mofó Aznar. El mismo López Obrador ha rogado perdón este año —cuando se cuentan ya cinco siglos de la caída del imperio azteca y dos siglos de la independencia de México— por lo que calificó como “ocupación militar española” del actual territorio mexicano. Pablo Casado ha cerrado la convención nacional de su partido este domingo eximiendo a su país de esa cuestionada obligación. “España no tiene que pedir perdón a nadie ni por nada. Nos deben dar las gracias por nuestra contribución a América. El acontecimiento más importante después de la romanización es la Hispanidad”, ha dicho el actual líder de los populares.

“El uso político del pasado no es un proceso de búsqueda de la verdad”, señala José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense. “Es una representación de lo que se considera valioso en tanto que es constitutivo de la identidad”. Un mecanismo que rehúye entrar en detalles, insiste. “Son afirmaciones en bloque y genéricas”. Y ese trazo grueso lo atribuye a que “a duras penas un análisis histórico ponderado permite producir una serena vinculación racional al pasado”. Se trata, según la historiadora Consuelo Naranjo, investigadora del CSIC y que prepara una exposición sobre la esclavitud, de un mecanismo que tiene “voluntad de borrar aquellas partes [de la historia] que no gustan a uno o varios grupos”, de lo que resulta que solo queden “retazos del pasado”. Además, cree Miguel Martínez, profesor titular de la Universidad de Chicago, que las polémicas no apuntan a los hechos históricos en sí. “Los debates casi nunca son sobre los hechos históricos, sino sobre el sentido que tienen y en qué medida nos representan”.

Martínez, que imparte clases de literaturas hispánicas e historia cultural, critica la burla de Aznar a López Obrador, que califica de “muestra de ignorancia absoluta”. “Señalar que las personas latinoamericanas tienen nombres y apellidos españoles para deslegitimar cualquier reivindicación anticolonial, o como prueba de su hispanidad, sería como relativizar la historia de la esclavitud, o despreciar la lucha por los derechos civiles, diciéndole a un afroamericano que tiene apellidos ingleses”, especifica. La identificación de comunismo con indigenismo es “una idea completamente local”, critica asimismo el catedrático de Historia de España y América Josep Maria Fradera, de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. “Habría que hablar de indigenismos, en plural, y además la propia idea de indígena es un concepto creado en el siglo XIX”, en Europa, para hablar de una invención. “Bolivia no es un país ‘indígena’, es un país de los bolivianos, con una conciencia muy clara”, explica. “Es como si llamásemos ‘indígena’ a un campesino castellano, para fabricar una obviedad tautológica”.

Además del sesgo que los historiadores consultados ven en las afirmaciones categóricas sobre el pasado en boca de los políticos, a Fradera le llama la atención que haya que pedir perdón por hechos que ocurrieron hace siglos. No considera este experto en colonialismo que pedir disculpas sea “intrínsecamente malo”, pero cree que solo procede “cuando se aplica a circunstancias cercanas, cuando persiste un malentendido que causa mal en el presente”. Apunta como ejemplos el descubrimiento de las atrocidades contra niños de las poblaciones originales de Canadá o de Australia en el siglo XX. “Ese es el perdón real. Lo otro es retórica nacionalista”.

La memoria histórica en México

El presidente mexicano también ha hecho de la memoria histórica un eje central de su proyecto político. A los pocos meses de asumir el cargo, en 2019, envió una carta a Felipe VI y al papa Francisco para solicitar unas disculpas por los abusos de la conquista. Esta semana, con ocasión del bicentenario de la independencia, el Pontífice le envió un mensaje que volvió a avivar ese debate porque fue interpretado como un gesto de perdón. En realidad, Jorge Mario Bergoglio no ofreció nuevas disculpas, sino que se remite a lo expresado en el pasado e invita a mirar hacia el futuro para “sanar las heridas”. Federico Navarrete, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ve “muy inteligente” el escrito del Papa, ya que reconoce la dimensión del perdón que le da López Obrador. Pero al mismo tiempo afirma que la Iglesia ya pidió perdón en 1992 y hace referencia a “la persecución de los católicos en México a principios del siglo XX, una campaña de intolerancia religiosa contra un grupo de católicos que en la narrativa liberal del Estado laico se suele menospreciar”. Y en su opinión, por ejemplo, el país debe una disculpa también a esa comunidad.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, durante la celebración del Bicentenario de la Independencia de México en el Zócalo de Ciudad de México, el pasado lunes.Nayeli Cruz

En cualquier caso, no es en absoluto nuevo el fenómeno de recurrir a la historia y a valoraciones concretas de los hechos históricos para sazonar los discursos políticos, señalan los expertos consultados. Pero el historiador Javier Moreno Luzón, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, enmarca el auge actual dentro de una “oleada memorialista en todo el mundo a partir de los noventa” que acarrea un rasgo característico: su relación con las identidades colectivas y la creación de comunidades culturales que buscan cohesionar a los propios y enfrentarse con los adversarios. Por eso, entiende Moreno Luzón, se señalan héroes, se recuerdan “victorias y derrotas” o se clama ahora por una justicia retrospectiva, aunque los hechos en cuestión estén a siglos de distancia”. Memorialismo y nacionalismo parecen ir aparejados. “Los nacionalismos no pueden prescindir de la conmemoración”.

El pasado, ‘fetiche’ para inspirar seguridad

“Cuanto más enojoso es dar una imagen verosímil de nuestro futuro, más intensa se vuelve la batalla por el pasado”, abunda Villacañas. “Ciertos rasgos del pasado o precomprensiones nos inspiran seguridad”. El pasado es una fuente de fijaciones y eso se ve “por doquier” en los discursos de políticos “de Filipinas a Perú, México, Chile, de Polonia o Rusia a la India o China”, añade. No desprecia el recurso al recuerdo, pero solo cuando “de él se extrae un arsenal normativo para vincularnos a comportamiento futuro con energía y convicción”. Cuando no es así, el recuerdo es una especie de “fetiche mágico” para inspirar seguridad.

Dos grandes cuestiones jalean la “emoción histórica” en el momento actual en Europa, describe Villacañas, autor de Imperiofilia y el populismo nacional-católico: la cuestión colonial —a la que han venido aludiendo los líderes populares y el presidente mexicano— y los totalitarismos. En América, cree que se da un caso “muy especial”, porque “hizo su descolonización hace dos siglos, pero las repúblicas que siguieron a la dominación española no cambiaron demasiado las cosas respecto de ella. Pero tampoco sus políticos quieren prescindir de la energía política que produce el movimiento poscolonial. Así que quieren sumarse al agravio colonial, a pesar de que durante dos siglos ha sido un autoagravio”. La profesora Consuelo Naranjo refiere en este punto “los silencios” sobre el exterminio de indios en EE UU y Argentina tras sus independencias. “La tergiversación por parte de algunos políticos americanos es clara, al responsabilizar únicamente a la conquista y la colonización de todos los males de la historia republicana de sus países”, si bien las protestas y la destrucción de estatuas de figuras históricas de época colonial, cree, no son solo contra el pasado colonial, sino una reivindicación de los colectivos desfavorecidos de las actuales sociedades americanas.

Pero ¿por qué ahora se recurre a ese pasado remoto en el caso de España? “Estamos viviendo un regreso de lo reprimido”, subraya Villacañas. “Ahora ya no estamos en el tiempo de construcción de una legitimidad que tenía en la aceptación general de la monarquía su piedra angular. Hoy se trata de defender con uñas y dientes el statu quo”. Una dinámica, entiende, azuzada por el proceso independentista de Cataluña.

Para empezar, según Alfredo Ávila, historiador e investigador de la UNAM, las declaraciones de esta semana representan unos “exabruptos”, aunque no solo “de la derecha española”. “Los Estados siempre han tenido interés por contar relatos de su propio pasado para legitimarse, para intentar fomentar identidades, conseguir lealtad al régimen. Ese fue el caso de México después de la revolución mexicana”, señala. Y en un caso tan distinto como Cuba también siguen apelando, recuerda Ávila, “al discurso del patriotismo y al discurso nacionalista, y con el nacionalismo no puedes discutir racionalmente, porque genera simpatía o rechazo”. “Los Estados”, continúa, “desde mediados del siglo XVIII han encontrado un relato sobre el pasado que genera identidad para convencer a la gente”. La tendencia se asentó en el XIX y en el XX y “no es exclusiva de la derecha o de la izquierda”. Pero tiene una característica común: esos relatos siempre se presentan como inclusivos y giran en torno a un “nosotros”. “El discurso de Vox y también del PP dice ‘nosotros llevamos la civilización’. La respuesta es ‘nos colonizaron, nos explotaron’. El uso de la primera persona del plural envuelve. Todo el mundo hace relato sobre tu pasado. Conoces a una chica y le cuantas lo mejor de tu pasado”, prosigue el historiador.

Y no todo, en esos relatos, tiene por qué verse en blanco y negro, sin matices. “Por primera vez en México tenemos a muchos grupos sociales que dicen cuidado, yo no comparto este relato, no comparto la idea del viejo Estado pero tampoco la del nuevo”, dice Ávila. “Me parece que el trabajo del historiador es mucho más complejo. Es decir, no que haya españoles malos e indígenas buenos, españoles que traen la civilización y la cultura e indígenas malos. En realidad hay aporte civilizatorio de los dos lados”, resalta.

Las declaraciones de Ayuso y de Aznar llegan después de una reciente visita del líder de Vox, Santiago Abascal a México, en la que utilizó los mismos argumentos y buscó adhesiones en los sectores de la derecha mexicana en defensa de lo que llamó “la libertad en la Iberosfera” junto a unos legisladores del Partido Acción Nacional (PAN). Los dos partidos, tanto el PP como Vox, se disputan el voto del electorado más conservador.

Con todo, no cree la filóloga Elvira Roca Barea, autora de Imperiofobia y leyenda negra —libro que defendía que la leyenda negra y sus consecuencias no son cosas del pasado y que suscitó mucha atención mediática y no pocas críticas— que el recurso fácil a la historia sea patrimonio de una ideología. Apunta como ejemplo la “reivindicación heroica de don Pelayo y la Reconquista, que pasa por ser de derechas”. Sin embargo, “durante la Guerra Civil, en Asturias, Franco era presentado como el traidor aliado con el moro invasor frente a las izquierdas, que eran los hijos de Covadonga y don Pelayo e iban a reconquistar España para el bien”. Tampoco circunscribe el fenómeno a España únicamente. “Boris Johnson [primer ministro británico] celebró la fiesta nacional al grito de ‘No one inch of rock for Spain’ [”ni una pulgada de roca para España”]. En Inglaterra la tradición exige, en clave de exaltación nacional, recurrir a la Invencible o a Gibraltar”, pone por ejemplo.

‘El Trump francés’

En Francia tampoco son ajenos al fenómeno. “La jefatura del Estado convierte a su titular en una suerte de ‘gran sacerdote’ de la historia nacional”, ilustra el historiador e hispanista Benoît Pellistrandi. De ahí los homenajes que ha impulsado Emmanuel Macron en Los Inválidos. Y de ahí también el “fenómeno muy inquietante” que entiende representa el periodista Éric Zemmour, “el Trump francés”, un polemista habitual de los programas de televisión, que quiere concurrir a las próximas presidenciales, un paladín de la extrema derecha francesa. “Su visión de la historia es absolutamente partidista, basada en un complotismo permanente y en una paranoia hacia la izquierda” que defiende, contra el común de la historiografía, que el mariscal Pétain defendió a los judíos franceses y solo colaboró en entregar a los invasores nazis a los judíos extranjeros. “La extrema derecha siempre ha tergiversado la historia y se escuda en el hecho de que los comunistas lo hicieron también, pero eso no hace que la verdad sea lo que dice la extrema derecha”.

Carteles con la fotografía de Eric Zemmour, el 29 de junio de 2021 en París.LUDOVIC MARIN (AFP)

“La política utiliza continuamente los hechos históricos en Italia”, sentencia Giovanni Orsina, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad LUISS Guido Carli en Roma. Califica su país de “divisivo”, citando al historiador Luciano Cafagna, con una memoria “muy politizada” a la que recurre con gusto la política. Un capítulo de los años cuarenta, las masacres de italianos —en un número aún sujeto a controversia— por parte de yugoslavos en unas fobie o simas, cerca de Trieste. “El asunto toca sensibilidades nacionales (italianos asesinados por yugoslavos) y también ideologicas (no comunistas asesinados por comunistas). Es un capítulo que ahora acentúa la derecha y minimiza la izquierda”, describe el investigador.

No tiene esperanzas de que cambie la dinámica Villacañas. “Hay que perder toda esperanza de que los políticos que usan esos métodos lean historia. Ya ni siquiera leen a los que piensan como ellos. Son ellos los que producen la verdad. Si dicen ‘el indigenismo es el comunismo’, esa es la verdad”. Pellistrandi critica que los “políticos y periodistas no leen o leen muy poco y mal”.

Frente a eso, Villacañas propone “mediante la sátira pública de esos personajes, perderles el respeto, decirles que son unos ignorantes”. ¿Puede defenderse la historia de la ‘conquista’ de los políticos? “La historia no puede estar en manos de los políticos”, señala Naranjo, que celebra que la disciplina se librase de la interpretación “uniforme” del pasado “imperial” y del destino “cósmico e irreal” que el franquismo daba a la historia de España. Pellistrandi asiste al que considera “un giro a la derecha, netamente” en la historiografía de su país, aunque también alude a nuevas tendencias que insisten en “desnacionalizar” la historia, porque el marco natural no es válido par entender un país. Fradera cree que la trabajo académico ha mejorado mucho en las últimas décadas y apela a “menos tirarse piedras unos a otros y más dedicar esfuerzos a explicar cómo funciona un imperio, lo que fue en su complejidad”. Coincide Pellistrandi: “Estudiar e investigar piden tiempo y paciencia. Después hay que escribir… y mejor un libro que un tuit”.

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