Corinna Larsen, de “princesa serenísima” a pesadilla real

La empresaria alemana viajó por el mundo con Juan Carlos I en viajes oficiales y privados. Ahora se enfrenta a una pena de hasta cinco años de cárcel imputada por blanqueo de capitales

SCIAMMARELLA

Se conocieron en 2004, diez años antes de la abdicación , durante una montería en La Garganta, una finca de Ciudad Real propiedad del duque de Westminster. El rey Juan Carlos tenía entonces 66 años y la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein, 39. E...

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Se conocieron en 2004, diez años antes de la abdicación , durante una montería en La Garganta, una finca de Ciudad Real propiedad del duque de Westminster. El rey Juan Carlos tenía entonces 66 años y la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein, 39. Ella mantenía el apellido y el título de su segundo marido, el príncipe alemán Casimir zu Sayn-Wiitgenstein ―lo perdió definitivamente en 2019, cuando él se casó con una joven modelo de 28 años― y trabajaba como gerente en Boss and Company, una empresa de armas que organizaba cacerías de lujo.

Don Juan Carlos, coinciden varios empleados de La Zarzuela, se enamora “como un niño” de la mujer que conoce a la edad en que otros hombres que no son jefes de Estado estrenan la jubilación. Y en un momento de la relación, estará dispuesto a todo para iniciar una nueva vida con ella, según las mismas fuentes. Pero nada sale como esperaba, y 16 años después del flechazo en La Garganta, escribirá una carta a su hijo comunicando su intención de abandonar el país sobre el que reinó durante casi 40 años para alejarle de “la repercusión pública” de “ciertos acontecimientos” de su “vida privada”.

Corinna Larsen es hija del danés Finn Bönnig Larsen, que fue director europeo de la compañía de aviación brasileña Varig, y de la alemana Ingrid Sauerland ―Ingrid será, precisamente, el nombre en clave que los escoltas de La Zarzuela pondrán a Corinna cuando se instale en El Pardo, a escasos 20 kilómetros del palacio de La Zarzuela―. De joven había veraneado en Marbella. Estudió Relaciones Internacionales en Ginebra y con 21 años se instaló en París. Larsen habla cinco idiomas y en Boss and Company su trabajo consistía, fundamentalmente, en las relaciones públicas: ricos herederos, millonarios árabes, aristócratas. Tras conocer al rey Juan Carlos funda Apollonia Associates, una empresa de “asesoramiento estratégico a clientes corporativos e institucionales en transacciones transfronterizas”.

Corinna Larsen en Nueva York en el año 2016.Andrew Toth (GETTY)

España ignorará su nombre durante ocho años, hasta el safari en Botsuana de 2012 en el que don Juan Carlos se rompe la cadera por tres sitios. El accidente, que obligó a La Zarzuela a admitir que el Rey estaba fuera y acompañado en un momento crítico para la economía española, con el país al borde del rescate, provocará una escena insólita, la del jefe del Estado pidiendo disculpas ante las cámaras. “En España hay dos reinas: la oficial, Sofía, casada desde 1962 con el rey Juan Carlos; y la oficiosa, la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein, separada y amante desde hace cuatro años del soberano”, según publicaba el diario italiano La Stampa. El periodista Raúl del Pozo también se había referido antes de Botsuana a “la novia alemana del Rey”, sin dar su nombre.

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Corinna se convierte en 2004 en su pareja y en una especie de asistente. El Rey le encarga que organice la luna de miel de los Príncipes -hoy Reyes-, un viaje por Camboya, las islas Fiji y California que cuesta casi 500.000 dólares y que, según el diario británico The Telegraph, pagan el propio Juan Carlos I y el empresario catalán Josep Cusí. También le pide que busque trabajo a su yerno, Iñaki Urdangarin, en la Fundación Laureus, pero el marido de la infanta Cristina, que será encarcelado en 2018 condenado por malversación, prevaricación, tráfico de influencias y fraude, lo rechaza.

Está con el Rey en 2010, cuando le operan de un nódulo en un pulmón que resultó ser benigno. Viajan juntos a Alemania, de safari por África, a Mónaco… hasta la inoportuna cacería de Botsuana, donde ella pierde el anonimato. Los viajes, que continuarán, aunque con mucha menor frecuencia, tiempo después, los sufraga un primo de don Juan Carlos, Álvaro De Orleans. Este, entrevistado por Álvaro de Cózar y Eva Lamarca en el podcast XRey, describe así su relación: “Era una pasión que había salido de lo normal. Devino en algo tóxico. Daba escalofríos. Me daba cuenta de que esto podía terminar muy mal”.

No solo realizan viajes privados. En 2006, Corinna había sido recibida con honores militares en el aeropuerto de Stuttgart, caminando detrás del Rey. Ese mismo año, unos meses antes de que se abriera la licitación para el contrato de la construcción del tren de alta velocidad a La Meca, que obtendría finalmente un consorcio de empresas españolas, viajó a Arabia Saudí en compañía del Monarca y de Shahpari Zanganeh, comisionista y exmujer del traficante de armas saudí Adnan Khashoggi.

Desde que pierde el anonimato en Botsuana, su relato de lo sucedido se conoce a través de tres vías: las escogidas entrevistas que Corinna concede en 2013 tras contratar a Schillings, un caro bufete de abogados experto en crisis de reputación; la grabación de sus conversaciones en 2015 con el comisario de policía jubilado José Manuel Villarejo, actualmente en prisión, y sus declaraciones ante la justicia que ahora la investiga.

Tras el safari, Corinna había permanecido en silencio, exceptuando unas declaraciones a The New York Times en las que describió al rey Juan Carlos como “tesoro”. A principios de 2013, cuando el socio de Urdangarin en el instituto Nóos, Diego Torres, la señala, decide poner en marcha una operación para limpiar su imagen. Schillings se dedica a borrar imágenes inconvenientes de Internet y a colocar mensajes. Entre su cartera de clientes hay estrellas de Hollywood y miembros de la realeza.

Juan Carlos I saluda a Corinna Larsen, en un acto en Barcelona en 2006. SCHROEWIG/Maelsa (GTRES)

Sus declaraciones convierten un cotilleo en un asunto de Estado. El director del CNI, que había viajado a Londres en el verano de 2012 para pedir a Corinna que se alejara del Rey –ella sostiene que la amenazó; él lo niega–, tendrá que comparecer dos veces en el Congreso de los Diputados para responder a preguntas sobre la “amiga entrañable” de don Juan Carlos. El ministro de Asuntos Exteriores José Manuel Margallo admitirá dos reuniones con ella.

Ahora solo habla ante la justicia. Por ejemplo, ante Yves Bertossa, fiscal jefe del cantón de Ginebra, dirá que don Juan Carlos I no puso a su nombre una cuenta de 64,8 millones de euros “para deshacerse de dinero”, sino “por gratitud y amor”. El bufete Schillings dejó de trabajar para ella. Su primer marido, Philip Atkins, con el que viajó a Botsuana junto al Rey en 2012 y que fue entonces uno de sus mayores defensores – “Si algo caracteriza a Corinna es su discreción y lealtad. No es una escaladora social, eso es ridículo”– la calificó en 2018, en una entrevista en Vanity Fair de “sociópata narcisista”. Hay un juicio paralelo. Planea sobre la caricatura de mujer fatal y amante despechada mucho más que el delito de blanqueo agravado de capitales por el que está imputada: desde la abdicación de un rey, hasta la crisis de la monarquía.

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