La fatal bomba vírica de Tomelloso
La ciudad manchega, de 36.000 habitantes, entra en fase 1 tras unas duras semanas en las que enterró a 181 vecinos
Nicolás de la Rosa perdió a un hermano, una cuñada y dos sobrinos por el coronavirus. Fueron de los primeros contagiados en Tomelloso (Ciudad Real, 36.000 habitantes), donde al menos 181 personas han muerto en la pandemia. Los ojos de este pastor evangélico de 62 años se clavan fijamente en una puerta a tres metros de su casa, donde vivía su familia: “Desde que se nos fueron permanece cerrada”, dice. Las calles están casi vacías, a pesar de que ...
Nicolás de la Rosa perdió a un hermano, una cuñada y dos sobrinos por el coronavirus. Fueron de los primeros contagiados en Tomelloso (Ciudad Real, 36.000 habitantes), donde al menos 181 personas han muerto en la pandemia. Los ojos de este pastor evangélico de 62 años se clavan fijamente en una puerta a tres metros de su casa, donde vivía su familia: “Desde que se nos fueron permanece cerrada”, dice. Las calles están casi vacías, a pesar de que toda Castilla-La Mancha está en la fase 1 de desconfinamiento. Parece como si el miedo por lo que pasó hace menos de dos meses continuase. En su semana más crítica, la del 27 de marzo, hubo hasta 11 enterramientos diarios. Y, según los datos del cementerio, el 17% de las muertes por covid-19 en la provincia —la más castigada en la región— se han concentrado en esta localidad.
No está claro el porqué. El Gobierno de Castilla-La Mancha asocia el brote a un vendedor ambulante que habría estado previamente en el municipio riojano de Haro, uno de los primeros focos de la pandemia. Cuando el Ejecutivo regional comenzó a barajar esa hipótesis, en abril, la atención se centró sobre una calle: Los Olivos, donde viven gran parte de las familias gitanas. Semanas más tarde, en la calzada no hay nadie y los pocos que salen desmienten la versión oficial con un claro tono de hartazgo: “Ni sabíamos dónde estaba Haro, lo buscamos en un mapa cuando nos enteramos de la noticia”, afirman. Al fondo de la calle está la casa de quienes los vecinos identifican como la paciente cero. Era la cuñada de De la Rosa. Para este jubilado el dolor ha sido doble: perdió a cuatro familiares y, además, tuvo que desmentir lo que se ha dicho sobre ellos: “Ni hemos estado en Haro ni somos vendedores ambulantes”.
A unos metros de la puerta de Nicolás de la Rosa se encuentra el centro médico de la ciudad. Silvia Quemada fue presentada como gerente del Hospital General Tomelloso el mismo día en el que el municipio registró el primer positivo por coronavirus: el 4 de marzo. Quemada explica que, en el peor momento, el centro llegó a triplicar su capacidad. Una de las reivindicaciones del Gobierno municipal ha sido instalar una unidad de cuidados intensivos (UCI). Pero Quemada asegura que “en ningún momento hizo falta una”. Algo muy similar dice una hoja pegada en una pizarra detrás de ella: “Lo importante es trabajar en red. No una UCI”. Cuando se le pregunta sobre eso, ella ríe nerviosa y explica que es una “cosa del Gobierno”, mientras coge la hoja y la coloca sobre su escritorio boca abajo.
El consejero de Sanidad del Ejecutivo regional (PSOE), Jesús Fernández, señala al otro lado del teléfono que la respuesta de Castilla-La Mancha se concentró en una red entre hospitales (traslados entre unos y otros), por lo que la instalación de una UCI en Tomelloso no está en los planes por el momento. Miren Elices, jefa de Medicina Interna en el hospital, rompe con ese discurso y explica que una de las cosas más difíciles fue tener que esperar a que otros centros de la zona tuviesen una cama de UCI libre: “Los traslados han sido duros”.
En el sistema de salud de esta ciudad manchega consta un cambio brusco tras el fin de semana del 7 de marzo. Del 6 al 8 de ese mes se realizó una feria de productos como ropa y joyería. La semana siguiente, el lunes, hubo mercadillo. Ambas cosas se montaron a unos metros de la residencia de mayores privada Fundación Elder. Muchos de los residentes, como cualquier día normal, asistieron. Sin saber lo que pasaría después: al menos 65 han muerto. La dirección del centro sostiene que el primer anciano fue ingresado el 7 de marzo; para entonces, el hospital había pasado al lleno total. Poco después, el 18 de marzo, la Junta tomó el control.
La fachada de la residencia destaca del resto de la calle. Un complejo de tres plantas con una entrada de cristal y un pequeño cartel: “Necesitamos héroes”. A la derecha, tres banderas a media asta. A través de la verja que separa el patio de la acera se puede ver cómo Luis Miguel Ruiz, de 59 años, reposa en su silla de ruedas. Su mirada se pierde por momentos. Este exteniente de la Guardia Civil ingresó hace cinco años. Le faltan dos dedos de una mano y los cinco de un pie. Pero nunca había vivido algo como lo que pasó en la residencia. “Nos metieron en nuestras habitaciones cuando murieron los primeros”, recuerda. Desde el inicio de la pandemia, 1.209 personas han muerto en residencias y centros para personas con discapacidad en la región.
Menos del 2% de Castilla-La Mancha —la comunidad con mayor tasa de muertes por covid-19 por cada 10.000 habitantes, un 14,2— vive en Tomelloso. Pero la ciudad concentra el 6% de todos los fallecidos. El 3 de abril, cuando el diario El Español nombró a la localidad como “la Wuhan de La Mancha”, en referencia a la ciudad china, 122 personas habían fallecido por el virus. A la alcaldesa, la socialista Inmaculada Jiménez, no le hace ninguna gracia el sobrenombre: “Nos ha dolido mucho”. La regidora asegura que, una vez pasada la crisis, se intentará reforzar la imagen de Tomelloso. Ahora, con el inicio de la desescalada, puede que el apodo quede como cosa del pasado. No lo harán las heridas que ha dejado el virus.
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