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Clovis Salmon, una vida de ciclismo, cine y religión

Llegó a Londres desde Jamaica, filmó los disturbios de Brixton en 1981, se hizo diácono y fabricó las ruedas de bicicleta más rápidas

La vida puede estar en cualquier rincón en el que haya una probabilidad de oxígeno y de luz. Pero también de arraigo. Para los inmigrantes que se la juegan, la posibilidad y el azar se conjugan para seguir dándole continuidad desde una localización alternativa. El fenómeno de la migración sigue vigente hoy, pero las líneas que siguen hacen foco en un verdadero caso de éxito de la generación Windrush: la de los caribe...

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La vida puede estar en cualquier rincón en el que haya una probabilidad de oxígeno y de luz. Pero también de arraigo. Para los inmigrantes que se la juegan, la posibilidad y el azar se conjugan para seguir dándole continuidad desde una localización alternativa. El fenómeno de la migración sigue vigente hoy, pero las líneas que siguen hacen foco en un verdadero caso de éxito de la generación Windrush: la de los caribeños que se marcharon al Reino Unido entre los años cuarenta y setenta del siglo pasado.

Clovis Salmon fue un jamaicano nacido en 1927 que reinició su vida, junto a su familia, en el Londres de mediados de los años cincuenta. Destacó fabricando las ruedas de bicicleta más rápidas de la época en el Reino Unido (en Jamaica ya tuvo su propio negocio) y por ello se ganó el apodo de Sam the Wheels (Sam el ruedas); fue un realizador autodidacta de documentales y diácono de una iglesia pentecostal. Le concedieron la Orden del Imperio Británico en 2021. Ese mismo año, el Barbican Centre (uno de los centros de producción y difusión artística más importantes de Londres) realizó una retrospectiva sobre su trabajo y su legado ya que él dio testimonio a los disturbios raciales de Brixton del año 1981 entre la policía y la comunidad afrocaribeña, harta de la falta de oportunidades y del racismo.

El fallecimiento de Salmon este pasado mes de junio mantiene encendida la llama del itinerario personal de su figura y de cómo este se cruza con su labor como documentalista. Para Pablo de la Chica, director de Infiltrada en el búnker (historia que narra la experimentación con animales en un laboratorio, disponible en Prime Video), la vida privada de quien filma debe mezclarse con la historia ante la cámara: “Hay un momento en que eso que narramos, que retratamos con la cámara, nos atrapa y forma parte de nosotros. No podemos ser turistas emocionales si queremos contar bien la realidad”. A lo que añade: “Lo que hizo Clovis Salmon tiene una repercusión que quedará en los libros de historia. Creo que sabía dónde se adentraba y, por eso, asumiendo el riesgo se lanzó a documentarlo. Siempre pienso que hay alguien que debe arriesgarse física, mental y emocionalmente para contar la verdad”. Por su parte, el madrileño Javier Dampierre, editor, director y también documentalista formado en la New York Film ­Academy, destaca el trabajo en la sala de montaje: “Es importante recordar el impacto emocional que tienen esas imágenes la primera vez que te enfrentas a ellas. Conviene tomar decisiones narrativas y formales a partir de esas primeras emociones y determinar la selección de testimonios o archivos para que cumplan un papel importante en la estructura de la historia”.

La vida en el sur (casi en cualquier sur) tiene algo más de resiliente, de pausado y con menos reconocimiento en comparación con el centro o en el norte global. Por eso la celebración de ritos aporta la posibilidad de enraizarse en un lugar haciendo posible el añorado sentido de colectividad. Tal vez por todo eso Salmon se convirtió en diácono de una comunidad pentecostal al sur de Londres y también se ocupó de filmar con su ­super-8 los servicios que realizaba. Una muestra más de que el documental registra hitos, pero también observa la vida suceder desde una perspectiva cercana a la antropología cultural, redundando en un género que se desarrolla a caballo entre el territorio periodístico y el cinematográfico. Según Dampierre, “es una maravillosa combinación entre ambos”. Y secunda De la Chica: “Ese principio del derecho a la información creo que es el punto de encuentro de mucha gente. Lo importante es no mentirle al espectador y transmitirle una historia veraz”. En el legado de Clovis Salmon se conjugan el tiempo, la distancia e incluso la belleza de una realidad cruda. Una muestra más de que en el activismo, además de compromiso, también se requiere de una enorme dosis de complicidad.

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