Lourdes Castro: exilio y redención de una artista rebelde
Una muestra en Casa das Mudas, centro de arte de Madeira, reivindica el legado de la creadora nacida en la isla más importante del siglo XX
“Levadas” es el nombre que reciben en Madeira los canales de riego que desde el siglo XVI transportan agua de los picos montañosos del norte hasta el sur, más poblado y con mayor producción agrícola. Las levadas son una seña de identidad de la isla, y también aparecen simbolizadas en Casa das Mudas, el museo de arte contemporáneo que el arquitecto Paulo David proyectó en 2004 para suerte del pueblo costero de Calheta. Lo primero que se ve de este museo que se visita de arriba abajo es el tejado llano en el que se extiend...
“Levadas” es el nombre que reciben en Madeira los canales de riego que desde el siglo XVI transportan agua de los picos montañosos del norte hasta el sur, más poblado y con mayor producción agrícola. Las levadas son una seña de identidad de la isla, y también aparecen simbolizadas en Casa das Mudas, el museo de arte contemporáneo que el arquitecto Paulo David proyectó en 2004 para suerte del pueblo costero de Calheta. Lo primero que se ve de este museo que se visita de arriba abajo es el tejado llano en el que se extienden surcos de los que brotan flores y plantas endémicas que dan el preciso toque de color a un inabarcable balcón con vistas al Atlántico. El edificio, que fue seleccionado para el Premio Mies van der Rohe y recibió la Medalla Alvar Aalto, acoge hasta octubre una retrospectiva de Lourdes Castro, la mayor artista que dio Madeira en el siglo XX, que supo dejar atrás un país colonialista y conservador y luego volver para acabar su obra vital en paz con la conciencia, es decir, con la infancia y sus acequias. Conoció, en fin, lo que Cioran llamó las ventajas del exilio, la mejor “escuela de vértigo”.
La muestra, titulada Como una isla sobre el mar, encierra, según su comisaria, Márcia de Sousa, “la esencia de su tierra y su entendimiento sobre la naturaleza, la luz, las sombra, las tradiciones, la vida”.
Castro nació en Funchal en 1930. Creció entre las aguas, las levadas y las mujeres bordadoras de Madeira. Consiguió salir en los años cincuenta, cuando salir significaba ir a estudiar a Lisboa. En la escuela de Bellas Artes suspendió a conciencia. De ello dan cuenta tres cuadros magníficos en los que viene pintada la palabra “excluida”, tal y como los encontró ella en la clase. Según los profesores, estaba prohibido usar la línea, ella usó la línea. Estaba prohibido pintar un cuerpo descompensado, ella pintó un busto sin cabeza. Estaba prohibido pintar un cuerpo que no siguiera la escala real, ella pintó una mujer con formas cubistas. A la calle. Felizmente deportada de la academia, la libertad la llevó a Múnich y luego, por medio de Vieira da Silva, tuvo acceso a una beca de la Fundación Calouste Gulbenkian para vivir en París, adonde llegó con su primer marido, René Bértholo. Triunfó en la Bienal de 1959. En los sesenta comenzó a realizar obras basadas en siluetas con distintos materiales: pinturas y serigrafías, siendo pionera en el uso de plexiglás o tapicería. Empezó la serie Sombras Proyectadas, en la que aparecen las sombras de colores de amigos como Christo y Jan Voss. La última sombra de plexiglás fue la de su madre, la única transparente, porque nadie puede dejar pasar más luz. Así captaba la evanescencia de la realidad perecedera. Se aficionó a la performance, y se presentaba con sus coloridas corbatas de plexiglás que le valieron salir en Vogue.
La pureza de las líneas la llevó a la serie Sombras Deitadas. Cuando quiso proyectar su sombra en la cama, dijo: “En mi isla las sábanas ni se pintan ni se recortan, se bordan”, y, como aquellas bordadoras de Madeira de antaño, empezó a bordar sombras de parejas acostadas, siluetas que le dieron visibilidad. Más adelante, con el artista Manuel Zimbro, su pareja más duradera, crearon obras de teatro de sombras utilizando un telón, algunas luces y su cuerpo. Tanta búsqueda y tanta obra hacen que hoy se la emparente con otras artistas de su generación, también exiliadas, como la pintora Paula Rego o la fotógrafa Helena Almeida.
Regresó a Madeira en 1983 y adquirió una casa en comunión con la naturaleza, rodeada de floresta laurisilva y levadas. Una tarde del año pasado se sintió mal. Antes de acudir al hospital escribió la nota con la que concluye la exposición: “No lloréis por mí, solo me voy a transformar”. Agua.