Sheku Kanneh-Mason, el chelista que tocó en la boda de Enrique y Meghan y es la nueva estrella de la música clásica
Su actuación en la boda de Meghan y Harry fue vista por 2.000 millones de personas y su carrera se disparó. Tiene 24 años, domina el chelo. Sus seis hermanos son también músicos en un mundo en que rompen fronteras de raza
Ahora que Sheku Kanneh-Mason no tiene que utilizar el transporte público en Nottingham, Reino Unido, cuenta con un autobús que lleva su nombre. El chaval es un héroe en la ciudad inglesa donde nació hace 24 años después de que ganara en 2016 el premio de la BBC a un talento joven de la música. Tenía 17 y fue el primer artista negro en conquistarlo después de deslumbrar al país en televisión con su chelo entre las piernas.
Pero lo que para muchos de sus compatriotas suponía una rareza, para Sheku resultaba normal. No había s...
Ahora que Sheku Kanneh-Mason no tiene que utilizar el transporte público en Nottingham, Reino Unido, cuenta con un autobús que lleva su nombre. El chaval es un héroe en la ciudad inglesa donde nació hace 24 años después de que ganara en 2016 el premio de la BBC a un talento joven de la música. Tenía 17 y fue el primer artista negro en conquistarlo después de deslumbrar al país en televisión con su chelo entre las piernas.
Pero lo que para muchos de sus compatriotas suponía una rareza, para Sheku resultaba normal. No había sido él quien rompió por sí solo otra barrera racial. Se produjo después del empeño de su familia. De sus dos padres, Stuart, gerente de una cadena de hoteles y Kadiatu, profesora universitaria de literatura, junto a sus siete hijos: ¡Todos músicos!
Cuando Sheku, el tercero de la casa, logró su fogonazo de popularidad, los focos se volcaron en aquel domicilio de Nottingham donde se desbordaba a borbotones el talento. “Yo no he notado diferencia apenas en el mundo musical a nivel de raza porque para mí ha sido natural crecer tocando con mis hermanos”, asegura el intérprete. La banda de los Kanneh-Mason la componen Isata, la mayor, pianista, Braimah, segundo, violinista, lo mismo que Konya y Aminata, además de Jeneba, que domina el piano y el chelo, como Mariatu, la más pequeña.
Pronto les invitaron a tocar en grupo en programas de talentos donde, a pesar de la matraca insoportable de elogios al aire, tan exagerados como vacíos, se ha producido de vez en cuando algún que otro descubrimiento. Si el Reino Unido conoció aquel año a la familia, tres años después, el mundo entero se fijó en ellos. Fue después de que Sheku actuara en la boda de Meghan Markle y el príncipe Harry, duques de Sussex, una aparición que dio la vuelta al planeta desde el castillo de Windsor. El acontecimiento alcanzó una audiencia de alrededor de 2.000 millones de personas. Aquel día, entre la pompa, se coló el aire fresco de un joven músico negro tocando al chelo Sicilienne, de Maria Theresia von Paradis, Après un Rêve, de Fauré y el Ave Maria, de Schubert. Sin embargo, aquello no alteró los ánimos del muchacho, centrado, agradecido y todavía pendiente de su formación, aunque una semana después, los agentes de medio mundo quisieran trabajar para él. “Lo sé, pero no cambié porque ya tenía uno”, afirma.
Entonces ya había debutado como profesional, pero hoy, la carrera de Sheku Kanneh-Mason es un vendaval que no ha alterado mucho el ánimo en la vida de los suyos, aunque sí, la suerte. No fue el chelista quien comenzó. Antes lo había hecho su hermana mayor, con quien ha grabado ya algún disco para el sello Decca a dúo: Muse, con obras de Barber y Rachmaninov. Tampoco sus padres planearon a conciencia que se dedicaran a la música como medio para ganarse la vida, pero muy pronto el talento de la mayor comenzó a despuntar y el ejemplo de su empeño arrastró al resto hasta el punto de que cuatro de sus componentes hayan acabado estudiando en la Royal Academy of Music de Londres, es decir, al máximo nivel.
Lo normal, por su condición, era que, si estaban decididos a brillar en algo, se dedicaran a los deportes, han comentado sus padres. También sobresalían en eso. Pero aquella barrera ya había caído en su generación. Stuart y Kadiatu recuerdan al comenzar el siglo XXI la tendencia en que los equipos de fútbol británicos se llenaron de jugadores con orígenes africanos y caribeños, como ellos. Stuart proviene de una familia de Antigua y Montserrat, en América, mientras que los padres de Kadiatu emigraron a Inglaterra en los setenta desde Sierra Leona, en África occidental.
Los dos crecieron también en ambientes musicales y eso les llevó a transmitir a sus hijos tanto la disciplina y el rigor como los placeres que proporciona la clásica. Pero no siempre les comprendieran en sus entornos. Algunos padres de compañeros del colegio, familias blancas y negras, se lo criticaban. No consideraban que ese ambiente fuera recomendable para chavales de su raza. En una entrevista conjunta que les hizo Helga Davis para la Universidad de Princeton, los padres recuerdan aquellos episodios: “Cuando empezaron a destacar, la gente nos decía: para qué seguir, eso no es para niños negros. Pues, no, no son niños negros. Son, sencillamente, niños”, se rebelaba Stuart. Varios progenitores no se privaron de decirles a los Kanneh-Mason que iban dirigidos hacia un fracaso seguro y que, dada la condena, les exigían demasiado, camino hacia una frustración que acabaría por afectar a sus hijos profundamente.
De alguna manera, aquello les motivó. “Nuestro deber como padres era alentarles a que se arriesgaran y a la vez que se sintieran apoyados por ello. No queríamos que dentro de unos años volvieran la vista atrás y se lamentaran por no haberlo intentado”. Sheku, hoy, apenas quiere pensar en el futuro. Cuando le preguntamos dónde se imagina dentro de diez años, responde: “Disfrutando de la música con otros mejores que yo, aprendiendo y perfeccionándome”.
La última vez que pasó por España de gira tocó solo con su instrumento construido por el luthier Matteo Gofriller en 1700. Escogió piezas de Bach y Benjamin Britten, pero también obras de contemporáneos que han escrito para él, como es el caso de los cinco preludios que le dedicó Edmund Finnis, aparte de otras compuestas por Gwilym Simcock, Leo Brouwer o Gaspar Casado. Aunque Sheku, prefiere la música de cámara y también los conciertos con orquesta. En todos esos campos, como maestros que han marcado la historia del instrumento, tiene sus referentes favoritos: Jaquelin de Pré y Mstislav Rostropovich.
La primera también rompió moldes y quizás por eso se ha convertido en la mayor inspiración del chelista. Su concierto de Elgar resulta difícil de emular, sobre todo la versión que dejó junto a John Barbirolli o los conciertos que grabara con quien fue su marido, Daniel Barenboim. Aun así, es la obra con la que el director Simon Rattle ha querido unirse a Sheku para tocarlo en público y registrarlo también para Decca junto a la London Symphony Orchestra, como hizo en su día Du Pré. “La experiencia ha sido increíble, él es auténtico, genuino y la pieza de Elgar es mi obra favorita”, comenta el intérprete. “Primero ensayamos él al piano y yo, juntos, después jugamos al fútbol -es seguidor del Arsenal- y luego le dimos duro. Además, lo grabamos en los estudios de Abbey Road”, comenta.
Allí debió sentirse un tanto cohibido, no sólo por ser el lugar en que se encerraron los Beatles y se concentró todo el icónico pop británico después, además de las grandes orquestas del país. También porque los había inaugurado el propio Elgar en 1931. Las de Abbey Road son unas paredes cuyos sistemas de insonorización ensordecen con el peso de su propia historia. También le pesaría el hecho de hacerlo junto a Rattle, ya un verdadero mito, un músico de una mentalidad muy moderna y un carisma extraordinario, que llevó a la Filarmónica de Berlín al siglo XXI transformando su esencia alemana en un conjunto radicalmente cosmopolita. El director de Liverpool la renovó con músicos de primer nivel y muy distintas procedencias. Un maestro perfecto para guiar a Sheku y llevarlo de la mano dentro de un mundo anclado aun en el pasado, que necesita de un urgente baño de mestizaje para sobrevivir.
El chelista, en eso, se ha convertido en un icono global muy demandado en varias salas del mundo. Asia y América Latina andan a estas alturas muy integrados en el círculo. Los fenómenos refrescantes que han supuesto referentes como el venezolano Gustavo Dudamel en la dirección o los chinos Lang Lang y Yuja Wang para el piano han arrastrado multitud de nuevos talentos desde sus órbitas a los auditorios. Sheku no quiere sentir la presión por sus orígenes africanos, aunque se considere profundamente británico. Pero entiende el paralelismo. Faltaban figuras de su raza en el circuito. “Me hace feliz, cada vez que alguien joven se acerca a mí y me comenta que le he servido de inspiración, me llena de alegría. Aunque prefiero no pensar en ello”, asegura.
Se encuentra cómodo y consciente de resultar una llamativa novedad en los escenarios que pisa, aunque a veces se coloque una capa protectora anti presión, a una edad donde cualquier exceso de expectativas puede resultar letal para una carrera. “En ocasiones confieso haberme sentido raro, a veces fuera de sitio. Pero mi conexión con la música es tan fuere que me considero parte de ese mundo de una manera muy profunda. También he tenido maestros que me han inculcado ese sentimiento de pertenencia”.
Así ha sido no solo en casa, también en Nottingham donde aprendió simplemente escuchando a otros en la sala de conciertos de la ciudad. “Crecer allí fue bueno, sientes el vínculo con la comunidad de una ciudad pequeña. No tiene orquesta, pero contamos con una gran sala de conciertos que ofrece entradas baratas. Íbamos muchísimo, desde pequeño, casi cada semana, fue la mejor manera de conocer el repertorio”.
Quizás, en gran parte a su pesar, no solo en su caso, sino toda su familia, llevan encima la carga de la ejemplaridad. Así lo cuenta su madre en House of music, raising the Kanneh-Masons, el libro que publicó en 2021. En él, Kadiatu cuenta como, aparte de esforzarse y adquirir conciencia de representar un modelo, debían prepararse para saber resistir y nunca, por ello, dejar de mostrarse amables. “Una cualidad que en estos tiempos resulta escasa”, dice su madre.
También, o sobre todo, a disfrutar sin obsesionarse. A no sentir complejos de ninguna clase o que aquello representara un coto vedado para ellos. Eso les haría rendirse. Y en casa de los Kanneh-Mason no se bajan los brazos. En cierto modo, creen que pueden cambiar el mundo. “La desigualdad y el racismo me sublevan, todo lo que conllevan me confunde y me frustra”, asegura Sheku. Igual que el Brexit. “Lo odio. No pude votar en el referéndum, no había cumplido 18, pero para nosotros esa decisión representa un problema cada día, nos hace la vida más difícil, por no hablar de que yo y tantos jóvenes de mi generación nos sentimos europeos. Mostrar el pasaporte para salir de mi país es un paso atrás”.