Pau García: “He conocido a muchos patinadores con más talento que yo pero les faltaba ambición”
Con solo 22 años ya ha roto el techo del patinaje artístico español ganando cuatro mundiales. Su libreto para alcanzar la cima es disciplina, compromiso, renuncia, método y sentido de equipo
A Pau García le entusiasma competir. “He conocido a muchos patinadores con más talento que yo”, cuenta el deportista barcelonés, “más equilibrados, más armónicos. Pero se quedaron en el camino porque les faltaba la ambición y el hambre de competición que yo tengo”.
García, nacido en Parets del Vallès hace 22 años, compite en un deporte de precisión, con un claro componente artístico y que exige cultivar el silencio interior. No es ajeno a la belleza inherente a su deporte, es más, le encanta que se diga que hace poesía acrobática con el cuerpo, pero lo que de verdad se exige es “ganar m...
A Pau García le entusiasma competir. “He conocido a muchos patinadores con más talento que yo”, cuenta el deportista barcelonés, “más equilibrados, más armónicos. Pero se quedaron en el camino porque les faltaba la ambición y el hambre de competición que yo tengo”.
García, nacido en Parets del Vallès hace 22 años, compite en un deporte de precisión, con un claro componente artístico y que exige cultivar el silencio interior. No es ajeno a la belleza inherente a su deporte, es más, le encanta que se diga que hace poesía acrobática con el cuerpo, pero lo que de verdad se exige es “ganar medallas y batir récords de puntuación”. Para ello, según admite, hace falta, hasta cierto punto, “obsesionarse”, vaciarse en cada recodo del camino: “Detesto perder. Me ocurre desde siempre, ya de pequeño me esforzaba al máximo en las partidas de oca y parchís con mis hermanas. Aunque fuesen juegos de azar, la intuición me decía que el que gana es, casi siempre, el que se lo toma más en serio”.
Elevar el listón de autoexigencia, convertirse gradualmente en una máquina de pulverizar registros propios y ajenos, implica, por supuesto, una serie de sacrificios: “No pierdo de vista que el deporte de élite no es compatible con lo que se entiende por una vida normal, porque la gente normal no gana medallas en campeonatos del mundo. Espero que no suene pretencioso, pero es que es la verdad. Con 14 años empecé a participar en competiciones internacionales con la selección española, y a partir de ahí no ha habido vuelta atrás”. Eligió un camino que le apasionaba y aceptó las consecuencias: “Me puse a dieta, asumí la obligación de madrugar y hacer sesiones de entrenamiento de lunes a domingo. Me quedé sin vacaciones de verano y, por fin, cuando mi entrenador, Oscar Molins, cambió de equipo y se fue a vivir a Reus, yo pedí permiso a mi familia, dejé los estudios y me fui con él”.
Con 16 años era ya un menor emancipado que dedicaba todo su tiempo al patinaje artístico y se imponía una disciplina espartana. Tenía un modelo, Gabriele Quirini, el entrenador italiano que revolucionó el mundo del patín antes de fallecer en un accidente de tráfico en 2018: “Los patinadores de Quirini eran una especie de cuerpo de élite que vivían juntos y llevaban vidas de atleta. Entrenaban más y mejor que nadie, y eso los convertía en invencibles. Yo quería algo así para mí. Esa disciplina, ese compromiso con el deporte, ese método y esa mentalidad de grupo”.
La determinación y las renuncias han llevado a García a acumular hasta 16 medallas de oro en campeonatos de España y, muy especialmente, a obtener cuatro títulos mundiales, dos juveniles y dos absolutos. Estos últimos, conseguidos en Asunción (2021) y Buenos Aires (2022), son la cumbre de una carrera que ha supuesto “romper el techo del patinaje artístico español”. “Quería demostrar que nosotros también podemos competir al máximo nivel y dejar un legado”. Antes que él, los patinadores nacionales se habían asomado a la absoluta élite, con “terceras, cuartas y alguna segunda posición”. Pau ha competido como nadie. Y hoy recoge los frutos de esa intensidad frenética con la que ha vivido su profesión.
Si le doy una cifra, 289,04, ¿en qué piensa?
Es el récord de puntos con el que obtuve el título en el Mundial de Buenos Aires. Me hace pensar en todo el sacrificio que hay detrás de esa actuación, la mejor de mi carrera. Me viene a la mente el entusiasmo de esa grada en Argentina, aplaudiéndome en pie. Y yo ahí, sereno, con emoción contenida, dándole vueltas a tantas cosas.
Resulta sorprendente, un deportista que acaba de obtener un éxito formidable pero no muestra ninguna emoción. ¿Es usted así de frío y de cerebral?
¡Por dentro estaba eufórico, celebrándolo a gritos! Otras veces he reaccionado de manera mucho más emocional, con saltos y lágrimas, pero es cierto que en Buenos Aires tuve un instante de euforia contemplativa que es raro en mí. Creo que pesó mucho la tensión de los meses anteriores, cuando sufrí una lesión de cadera y casi llegué a resignarme a no llegar a tiempo al Mundial. Tras ese pequeño infierno, llegar a Buenos Aires en perfecta forma y revalidar el título que había ganado en Asunción tuvo para mí un sabor muy especial.
¿Qué hace un deportista de élite tan autoexigente como usted para que no le devore la tensión antes de un campeonato del mundo?
Antes de una jornada de competición decisiva, me levanto muy temprano y me voy a dar un largo paseo en solitario, porque en este deporte te preparas con tu equipo, pero a la hora de la verdad te quedas solo en la pista y es en esa soledad donde está tu fuerza. Luego hago los últimos preparativos de manera lenta y metódica. Me calzo primero el patín izquierdo, me pongo mis pulseras, cierro los ojos y medito unos instantes…
¿Funciona?
Sí, pero el momento de pánico, la descarga brutal de adrenalina en cuanto tus patines tocan la pista, no te lo quita nadie. Es imposible no tener presente que te juegas el trabajo de todo un año en cinco minutos de programa en los que cualquier cosa podría salir mal.
¿Se puede disfrutar compitiendo a ese nivel o es solo un peaje de sufrimiento supremo por el que hay que pasar para alcanzar el éxito?
Es una extraña mezcla de sufrimiento y disfrute, como aquellos masajes musculares que te duelen horrores pero te producen un cierto placer. La adrenalina que genera el deporte de élite es muy adictiva, es de las sensaciones más intensas que he experimentado.
¿Cuándo y por qué eligió el patinaje artístico?
Fue a edad muy temprana. Yo tendría unos cinco años y me habían llevado a acompañar a una de mis hermanas a su entrenamiento en el equipo de baloncesto infantil de Parets. En el pabellón de al lado, vi a unas patinadoras muy jóvenes que estaban haciendo una coreografía en grupo. Lo recuerdo como un flechazo instantáneo: yo quería hacer lo mismo que ellas, aprender a moverme así, con aquella armonía.
¿Qué le ha dado el patinaje?
Una vocación, un camino en la vida. Sobre todo, una manera de expresar lo que llevo dentro y de poner a prueba mis límites. Creo que ya a los 9 o 10 años tenía claro que no quería dedicarme a otra cosa. Me han preguntado muy a menudo si nunca tuve un plan B, porque este es un deporte muy exigente y muy poco profesionalizado. Te ganas la vida entrenando, pero no compitiendo, no firmas un contrato que te asegure un buen sueldo para toda la vida. Pero yo siempre digo que a alguien que quiere ser cirujano no se le pregunta si tiene o no un plan B. Se asume que se esforzará todo lo posible por conseguir aquello a lo que aspira y que, si fracasa en el intento, ya buscará una alternativa.
¿Cuál es la peor renuncia que le ha impuesto su profesión?
Se me hizo duro, sobre todo, separarme de mi familia siendo apenas un adolescente. Pero es la vida que he escogido y no dudo que lo volvería a hacer. En la carrera de un patinador de élite hay que asumir responsabilidades muy pronto, porque todo lo que no hayas hecho a los 16 años ya no podrás hacerlo nunca. Si te esfuerzas al máximo entre los 14 y los 18, tal vez puedas competir un alto nivel hasta los 25 o los 26, pero no mucho más allá.
Implica dar lo mejor de sí mismo a unas edades en que muchas personas no han decidido aún qué quieren ser de mayores.
Exacto. Y, si no entiendes eso, mejor que te dediques a otra cosa. Yo diría que el patinaje es un 30% de talento natural y el resto es trabajo, disciplina y renuncia.
¿Compensa?
Eso es algo muy relativo. A mí, sin duda, pero es fácil decirlo después de haber sido campeón mundial, que es la cumbre del Everest en cualquier disciplina deportiva. Si no hubiese obtenido esos éxitos, tal vez te diría que no compensa en absoluto, pero en ese caso ya habría buscado algo distinto a lo que dedicarme y tú no me estarías haciendo esta entrevista.
¿Cómo es una jornada normal en la vida de Pau?
Soy de costumbres tranquilas. Paseo por la playa o por la Rambla en Vilanova [municipio a 40 kilómetros al sur de Barcelona], que es donde vivo. Quedo con amigos, sobre todo con compañeros de mis dos clubes, el Sitges y el Cunit. Voy al cine, veo series como The Last of Us, leo biografías de deportistas como Tania Lamarca o Almudena Cid.
¿Viaja usted al margen de las competiciones en las que participa?
Apenas he tenido tiempo. Sí que he pasado unas cortas vacaciones en Nueva York y uno de mis muchos viajes a Italia fue por ocio. Pero tengo una sensación extraña cuando estoy haciendo las maletas y no meto los patines dentro, es como si se quedase vacía.
¿Qué espacio ocupan los patines en su vida?
Ahora mismo diría que casi la vida entera. Aunque ya me estoy planteando bajar un poco el ritmo.
¿Por qué?
Aunque solo tengo 22 años, ya he conseguido casi todo lo que me había propuesto. Me faltaba un título, los World Games, que es nuestro equivalente a los Juegos Olímpicos. No había podido disputarlos debido a la pandemia, pero en julio del año pasado debuté por fin ganando la medalla de oro en Birmingham, así que ya tengo todas las medallas a las que se puede aspirar en mi disciplina. Ahora me queda un reto importante, que es dejar un legado, que mi nombre quede en la historia de este deporte. Haberlo ganado todo me acerca al final de mi carrera al máximo nivel, así que poco a poco voy a ir buscando la manera de llenar el vacío que dejarán las grandes competiciones cuando se acaben.