George Grosz, un degenerado en Berlín
La ciudad salda su deuda con el gran pintor alemán y cronista de la primera mitad del siglo XX, comunista y odiado por los nazis, dedicándole un museo
Para una ciudad como Berlín, con museos de todo pelaje (los hay dedicados al pintalabios o al actor Bud Spencer) e instituciones consagradas a creadores locales (Käthe Kollwitz o Max Liebermann), casi era un agravio histórico que George Grosz no contara con su propia colección. Hablamos del artista plástico más importante que ha dado la capital alemana y su cronista más influyente de la primera mitad del siglo XX: una figura esencial del dadaísmo y la nueva objetividad. ...
Para una ciudad como Berlín, con museos de todo pelaje (los hay dedicados al pintalabios o al actor Bud Spencer) e instituciones consagradas a creadores locales (Käthe Kollwitz o Max Liebermann), casi era un agravio histórico que George Grosz no contara con su propia colección. Hablamos del artista plástico más importante que ha dado la capital alemana y su cronista más influyente de la primera mitad del siglo XX: una figura esencial del dadaísmo y la nueva objetividad. Das Kleine Grosz Museum, un cuidado espacio temporal inaugurado en mayo de 2022, supone un merecido acto de reparación.
La idea parte de la asociación George Grosz de Berlín, que pretende convertir en su hogar definitivo una antigua gasolinera de Shell de los cincuenta, ahora rodeada de cerezos, bambúes y pinos. Cedido hasta 2027 por el coleccionista suizo Juerg Judin, el icónico edificio está situado en Schöneberg, un distrito crucial en la vida nocturna berlinesa de los años veinte del pasado siglo, donde Grosz se inspiró para sus cuadros. “Es su zona”, confirma Matthis Karstens, miembro de la junta directiva de la asociación. “No solo por lugares como el Theater am Nollendorfplatz [allí fue diseñador de producción] y los bares y espectáculos de variedades que había en Potsdamer Strasse, sino por la diversidad de su escena artística y su barrio rojo”.
De aquí surgen sus personajes apocalípticos: mutilados de guerra, prostitutas, proletarios famélicos, señoronas enjoyadas y orondos burgueses, siempre con un puro y una copa en la mano. Unas imágenes grotescas que constituían un espejo (no tan) deformante de la República de Weimar, al tiempo que desenmascaraban el carácter reaccionario de las élites germanas. “Es uno de los gigantes en los que se basa el arte contemporáneo”, asegura Ralf Kemper, el presidente de la asociación.
Nacido en Berlín en 1893 como Georg Ehrenfried Gross, al estallar la I Guerra Mundial en 1914, Grosz se alista en el Ejército Imperial Alemán. Ahí nace su furibunda postura antinacionalista y antibelicista. En 1918 se une al KPD (el Partido Comunista Alemán) y en 1922 es invitado a la Rusia soviética para participar en el IV Congreso Mundial de la Internacional Comunista. Un viaje que marcaría su vida y que conmemora la actual exposición, George Grosz viaja a la Rusia soviética (hasta el 1 de mayo). En su autobiografía, publicada en 1946 (en España, reeditada por Capitán Swing y titulada Un sí menor y un no mayor), cuenta cómo cuando volvió de la URSS abandonó el KPD. “Pero no hay evidencias de eso”, advierte Kemper, que también ha sido el comisario de esta muestra. “Muchos de sus trabajos entre 1923 y 1925 son pura propaganda del KPD. La decepción se produjo después de que el estalinismo llegara al partido, en 1926″.
El gran ejemplo de arte degenerado según los nazis había emigrado a EE UU en 1933, antes de que Hitler asaltara el poder. Allí vivió hasta su regreso a Berlín Oeste en 1958, donde murió un año después. En aquella etapa, quedó fascinado con Nueva York y el estilo de vida americano. “Pero no es cierto que fuera menos político”, explica Kemper, “realizó caricaturas sobre la guerra civil española y la II Guerra Mundial, aunque esas obras posteriores no son tan conocidas”. Y su colega Karstens remata: “Queremos mostrar que hoy sigue siendo igual de relevante en temas como la guerra o el conflicto entre ricos y pobres… Esto no es solo historia del arte”.