Luz Casal: “Tengo el alma rockera. Nada ha doblegado mi rebeldía”
Capaz de poner a bailar a un estadio con ‘Rufino’ y de ablandar a las piedras con ‘Piensa en mí'. Artista a flor de piel en un mundo de tipos duros. Humana y divina, intensa y guasona. Casi medio siglo después de decidir, a los 15 años, sublimar la pasión que la consume a través de la música, Luz Casal, la rockera y la diva, presenta ‘Solo esta noche’, su primer disco en directo. Dice que está empezando.
¿Quién es ese tío?”, me susurra Luz, entre foto y foto, señalando la pantalla que emite en bucle el tradicional anuncio que pregona que ya es primavera en ciertos grandes almacenes, con la actriz Blanca Suárez y un atractivo modelo barbado como protagonistas. Estamos en la antesala de la espléndida balconada del Teatro Real sobre la plaza de Oriente de Madrid, donde transcurre la sesión fotográfica de esta entrevista. Abajo, un grupo de jubilados de excursión se muestra más interesado en lo que ocurre aquí arriba que en las explicaciones del guía sobre tan incomparable marco, y no me extraña. ...
¿Quién es ese tío?”, me susurra Luz, entre foto y foto, señalando la pantalla que emite en bucle el tradicional anuncio que pregona que ya es primavera en ciertos grandes almacenes, con la actriz Blanca Suárez y un atractivo modelo barbado como protagonistas. Estamos en la antesala de la espléndida balconada del Teatro Real sobre la plaza de Oriente de Madrid, donde transcurre la sesión fotográfica de esta entrevista. Abajo, un grupo de jubilados de excursión se muestra más interesado en lo que ocurre aquí arriba que en las explicaciones del guía sobre tan incomparable marco, y no me extraña. Luz Casal, la diva de la canción nacida en Galicia hace 63 años y criada en Asturias, acata las indicaciones del fotógrafo vestida con gabardina naranja rabioso sobre sobrio traje negro. Inicialmente tímida, va creciéndose y, al final, celebra el fin de la sesión alzando los brazos y poniéndose de puntillas en escorzo de ballet, tal y como recibe el último aplauso en sus conciertos. Al volver dentro, esta vez en el no menos imponente Salón Azul, oficialmente Salón Carlos III, del teatro, donde Luz actuará el 20 de junio dentro del Universal Music Festival, Casal mira de nuevo el dichoso anuncio y vuelve a preguntarme por el hombre misterioso. Le informo de que es William Levy, modelo y actor, y comenzamos la charla sentadas en un diván ricamente tapizado sobre una alfombra de tres dedos de gorda. En el escenario, la compañía titular del Real ensaya la ópera Siberia. La música, celestial, se cuela en la charla, y la entrevistada no puede evitar seguirla con la cabeza. Luz está a todo. Y todo al final cobra sentido.
Estudió canto. ¿Le tienta la ópera?
Me gusta casi todo, en su momento. Para mí, la gente que no disfruta de la música es como si hablara otro idioma, no me da confianza. Para mí es natural escuchar a Bach, pero también al chavea de 18 años que se está cagando en los muertos de todos porque le sale del alma. Me interesan las dos cosas. La vida es eso. Por eso he defendido hasta quedar exhausta que lo que yo hago como intérprete, y como compositora, es mostrar los diferentes estados de ánimo que podemos tener. Si en el próximo disco canto sobre mis ganas de recuperar la inocencia, no tendrá nada que ver con otro en el que me estoy poniendo chula porque quiero y porque puedo.
¿Cada sentimiento pide una melodía, como dicen los cocineros que la sartén les pide el aceite?
Es un buen ejemplo. No todas las canciones piden lo mismo. Es un tiempo, una sonoridad determinada. Es como vestirte, no te vistes todos los días igual. Tampoco en el escenario. Yo no podría cantar Un año de amor sin llevar una boa de plumas. Lo necesito. No tengo una explicación, solo sé que lo siento.
¿Y para cantar Rufino?
Rufino es un personaje que representa a un determinado tipo de hombre y una determinada época española, los ochenta y noventa, que tú y yo conocemos bien. Tiene un perfil muy definido para mí y lo que necesito para cantarla es una actitud bien macarra para decirle: “Rufino, tío, te tengo calao, sé de qué vas, pero me haces gracia y soy yo quien te uso”.
¿De dónde le viene el don para ponernos a gritar con Rufino o Loca y a llorar con Piensa en mí?
Puedo lidiar con casi todo, la verdad. Tener esa posibilidad de moverme entre lo más basto y lo más exquisito, transitar esos dos extremos, creo que me lo facilita mi imaginación, el poder imaginarme en un medio y en el otro. Lo importante son las canciones. Me guío por la intuición. Tengo, desde siempre, una especie de saber por dónde tirar. Qué canción escoger, qué hacer y qué no.
Es hija única. Sus padres emigraron de Galicia a Asturias siendo usted bebé. Su madre convivía con su padre biológico y otro hombre. ¿Qué herencia le ha quedado de su infancia?
La rebeldía la llevo en el ADN. Si pudiera recordarlo, estoy segura de que protestaba por tener una cuna demasiado pequeña. Pero el haber vivido de esa manera en mi infancia y mi adolescencia, con mis padres lejos de su familia, relacionándome con adultos, cada uno con sus penas a cuestas, me regaló algo que no se aprende en ninguna escuela. La comprensión del otro. Comprendes las miserias, las dificultades, los miedos, los gozos de los demás. Algo importantísimo para dedicarme a lo que me dedico y para la vida en general. Es una base poderosísima. He visto de todo; entonces, trato de comprender siempre qué hay detrás de cada persona antes de mosquearme. Cuando le cojo manía a alguien es porque no merece mi atención.
Se habla de la luz de un artista. Usted la lleva en el nombre, pero ¿con luz se nace o se aprende a tenerla?
Es verdad que el nombre marca. Aún no sé por qué mi madrina, que fue quien eligió el mío, me puso Luz en vez de Dolores, el de mi abuela. Y, fíjate, creo que muchas de esas posibilidades nací ya con ellas, y lo que he hecho es trabajarlas. Mi objetivo es ser cada vez más honesta y que mi voz le llegue a la gente de la manera más directa y emotiva. Tiro de experiencia e imaginación. Odio la impostura, pero de alguna manera la uso cuando interpreto cosas que no he vivido. Se puede cantar a la pena sin haber penado. Yo puedo cantar Te dejé marchar y no sé si he dejado marchar a alguien alguna vez en mi vida, pero en ese momento lo estoy sintiendo, y puedo tener en la cabeza una imagen determinada, como la del modelo ese tan guapo del que hemos hablado [ríe, cómplice].
No se le escapa una. Parece que tiene un escáner en los ojos.
Tengo la mala costumbre de fijarme y de pensar en varias cosas a la vez, por eso no soy buena conversando. Estoy hablando contigo y a la vez estoy tocando la textura de la tapicería de este sofá, y si algún día lo necesito, tiraré de esta sensación. Todo eso: la elegancia de ese modelo de la tele, la atmósfera de este encuentro, va para la saca y, llegado el momento, sale. El cuerpo, la mente y los sentidos guardan memoria. Hace años que no doy clases de baile, pero mis músculos guardan ese recuerdo y, si lo necesitara, podría simular una pirueta. Para mí las grandes intérpretes vocales, o de cualquier tipo, son aquellas que no sabes qué hacen, pero que te traspasan. Y eso es lo que a mí me gustaría conseguir.
¿Cuándo notó que usted traspasaba a otros?
Precisamente con Rufino, la canción más frivolona del mundo, como decía su autora, Carmen Santonja. La berreaban desde niños pequeños en los conciertos hasta señores mayores que te encontrabas de madrugada en el bar en que parabas con la furgoneta a tomar café. Ahí me di cuenta de que traspasaba generaciones.
En los ochenta era la única mujer, solista además, en un mundo de hombres. ¿Notó sexismo alrededor?
Durante años, tres cuartas partes de las críticas de mis conciertos se dedicaban a comentar cómo iba vestida.
¿Eso no le cabreaba?
Sí, pero pensaba que ya pasaría la tormenta. En vez de hundirme, me fortalecían. Estaba segura de lo que quería hacer y de que me iba a dejar la piel intentándolo.
Una de sus primeras maquetas se llamó La Guapa. ¿Tanto se lo creía?
En absoluto. Ahí no tenía ni 18 años. Es un sencillo de cuyo título me avergoncé un tiempo porque no se entendió. Desde adolescente tengo esa cosa de levantar siempre la cabeza, como has visto cuando hacíamos las fotos, y parecía, más que la guapa, la más arrogante del barrio. Ahí me reía un poco de eso. Luego me ha pasado que no se entiende ese sarcasmo. En cada álbum intento meter una canción así como medio estúpida para rebajar la intensidad de otras. Yo soy las dos cosas.
Siempre lleva los labios pintados de rojo rabioso. ¿Coquetería o rebeldía?
Las dos cosas. Esa rabia del rojo me gusta muchísimo. Tengo alma rockera, por más que haga otros estilos, porque tengo una cosa que nada ni nadie, ni yo misma, por supuesto, ha doblegado, que es mi rebeldía. Mi querer hacer que las cosas sean mejores, no solo en lo que me concierne, sino a mi alrededor. Soy ambiciosa, o a lo mejor inconsciente, de pensar que yo, a través de una canción, puedo cambiar el mundo. Pero sé que, a través de una canción, una frase, una actitud determinada, voy a remover a alguien. Entonces, los labios rojos son por eso y porque así me veo bien. En el hospital tenía la barra en la mesilla y era lo primero que hacía al despertar. Y durante la pandemia he llevado los labios rojos bajo la mascarilla.
Sospecho que, pese a esa autoafirmación, le incomoda la lisonja.
No me gustan las cursilerías, ni ser cursi, ni parecerlo. Tampoco pedante. A veces me dicen: ay, qué sencilla. Mira, no. Eso tampoco. Soy una persona compleja que huye de la pedantería, pero, aunque procuro tener el ego amordazado, soy tan arrogante y vanidosa como la que más.
Pues levitará sobre las aguas: la han llamado gran dama de la canción, clásica viva, diosa…
Y todo lo que tú quieras. Yo me dejo y lo agradezco. Igual el premio de una asociación de vecinos o que me hagan comendador de las Artes Francesas. Qué bien. Es como sacarle partido a la vida en todas sus manifestaciones. Tomar huevos fritos con patatas y un plato delicadísimo que tardan cinco horas en preparar y te va a durar 30 segundos en el paladar. Eso es lo que nos llevamos puesto.
¿Qué siente cuando oye su música en la radio de un taxi o la consulta del dentista?
Pudor. Y sobre todo si el taxista, o quien esté en la sala de espera, mira por el retrovisor y me mira cómplice, como diciendo: sé que eres tú.
¿Pudor a estas alturas?
Todavía, pero porque en esa situación me siento en pelotas. Es como si esa persona me viera por dentro.
Pues en el escenario parece la reina del mambo.
No tiene nada que ver una cosa con otra. En la calle soy la mujer que soy, con mis miedos y servidumbres, entre ellas el pudor. En el escenario soy absolutamente libre.
¿Tan poderosa se siente una ahí arriba?
Es que hay taco de reacciones. Tienes, efectivamente, la sensación del poder y la recompensa. El aplauso, además, es adictivo. Pero también te sientes muy vulnerable. Es una mezcolanza muy bestia. No hay nada en el mundo exterior en ese momento. Sufro como una catarsis. Bajo del escenario como un trapo. La sensación que tengo es que no existo. Es como si me hubiera ido. Necesito 15 o 20 minutos para volver a mi ser.
¿Entra en trance? Eso dicen otros artistas.
Es que hay una cantidad de reacciones físicas. Si yo hago ommmmm, me tiembla todo el cuerpo, no te digo nada cuando cantas los tonos más graves y los más agudos. Hay como un cambio físico. Eso más todo lo que recibes del público, que es bestial. Mira, ya me estoy poniendo mala. Hay canciones que no puedo cantar, como alguna del álbum Sencilla alegría, dedicada a las víctimas del 11-M. Debes tener un cierto control sobre las emociones, y cuando algo te produce mucho dolor y lloras, no cantas. Una lágrima siempre se pierde en muchísimos conciertos, pero no puedes quebrarte.
Su canción Meu pai es un bellísimo canto de amor sin concesiones a su padre fallecido. Impresiona la frase “fuego sin arder” para referirse a la vida de un padre por parte de su hija.
Mi padre murió muy joven, a los 64 años, y me costó años poder escribir esa letra. En vida le dije muy pocas veces que le quería. Eso sí, cuando se lo dije, se lo dije a tope. Pero era un hombre con su propia mochila, con cierta dificultad de comunicarse, incluso con su única hija. Esa frase y esa canción de homenaje vienen de ahí. Con mi madre, por su talante más abierto y libre, la relación ha sido más abierta. En realidad, mis canciones, tanto las mías como las que me he ido encontrando y eligiendo por el camino, son como el álbum de mi vida. Si alguna vez perdiera la memoria, podría reconstruirla repasando mi repertorio.
Parece usted hipersensible. ¿Eso es una condena o una bendición?
Lo soy. No entiendo cómo alguien se puede dedicar a la música si no lo es. Pero para mí no es nada extraordinario. Es parte de mí, de mi circunstancia, del camino que llevo recorrido. En general, es una bendición, aunque en la vida corriente, a veces, me cause algún trastorno y muchísima dispersión. Ahora mismo estoy mirando al chico este que nos ha guiado en el teatro, que está haciendo prácticas, me fijo en su juventud, en sus ganas de agradar, ya he sacado un par de notas que puede que un día aparezcan en alguna canción. A lo mejor por eso soy una persona tan ilusionada por la vida, hay cantidad de cosas que me tienen entretenida.
Hablaba de su rabia. ¿Contra qué, o contra quién?
Casi desde que recuerdo, contra las injusticias, contra el no respetar las diferentes maneras de ser de las personas. Para mí es más importante que nada saber quién es y quién puede ser la persona que tengo enfrente. No me gusta juzgar, y me rebelo con ser insolidario o injusto con quien es diferente. Me dan ganas de salir a defenderlo.
¿De sacar la recortada?
No tanto, porque no soy violenta. De serlo, lo sería a través de la voz cantada, ni siquiera la hablada. Tengo ese espíritu de defender al débil.
A los 63, ¿se es una vieja rockera?
Vieja no, vieja es la ropa. No seré nunca vieja. Seré mayor, espero ser mayor. Vieja es una palabra que detesto, sobre todo cuando se usa para degradar a la persona. Es patético que a estas alturas estemos clasificando a la gente por edades, sobre todo en cosas esenciales. Vale que a un chaval de 16 le interese menos estar con alguien de 40 que con uno de su edad. Pero eso de marcar a la gente por su edad creo que hoy es casi más presente que el racismo. Considerar a la gente mayor inservible y marginada me produce tristeza y rabia.
¿Lo dice como observadora o ha empezado a notar algo ahí fuera?
El día que lo note me voy a mosquear y me voy a defender como una leona. Es inadmisible que te tires el 90% de tu vida para desarrollarte y ser mejor en tu trabajo y como persona y, cuando lo estás consiguiendo, resulta que no sirves. Además, yo siempre he estado en una edad digamos indefinida. Cuando tenía 10, porque parecía que tenía 15, y cuando tenía 30 parecía que tenía 15. Es como cuando te dicen si eres gallega o asturiana. Qué manía de clasificarlo todo. Joder, soy las dos cosas, ¿cuál es el problema?
Y usted, ¿canta ahora mejor que nunca?
Es una pregunta comprometida, porque no depende de mí el juzgarlo. Diría que sí. Al menos, si no canto mejor, soy más expresiva, que es casi lo mismo.
Ha dicho que el cuerpo guarda memoria de lo vivido. Ha pasado por dos cánceres. ¿Todavía duele?
No, tengo memoria selectiva y todo aquello que me parece un peso que no me sirve para nada es como si no existiera. Existieron, claro, pero no lo incorporo a mí. Incluso cuando tengo revisiones no voy con ansiedad. Tengo, de alguna manera, una sensación de cierto fatalismo. Lo que tenga que ocurrir, ocurrirá con mi voluntad a favor o en contra. No pierdo el tiempo en prepararme para algo que no sé qué va a ser. No me interesa. Y el dolor, cuanto menos esté presente en mi vida, mejor.
Ha descrito su repertorio como el álbum de su vida. ¿Falta alguna foto? ¿Ha completado el puzle?
Espero no completar el puzle hasta un segundo antes de irme de este mundo. Por ese afán de mantenerme siempre alerta, entretenida, que, al menos hasta donde yo sé, se requiere en lo que yo me dedico. Debes tener siempre ese punto de insatisfacción, de incomodidad. Primero, para sorprenderme yo misma y no acomodarme. Y segundo, porque yo dependo de los demás: mi voz, la música, lo que escribo y compongo, es la manera más natural que tengo de relacionarme con el mundo. No quiero que el puzle se acabe. Aún estoy empezando.