Maya Gabeira, la surfista que entró en el Guinness por pillar una ola de 22 metros
Viajamos hasta Comporta para que la deportista brasileña nos cuente por qué nada es comparable a levantarse a las seis de la mañana para meterse en el mar con una tabla
Tiene que hacer malo para que salga un día bueno. Maya Gabeira, la surfista que cogió la ola más grande (22,4 metros) de 2020, celebra cuando amanece gris y desapacible, cuando se originan tormentas en alta mar y llegan los días de viento y lluvia. Lo celebra a medias, porque a esta brasileña de 34 años no le gusta madrugar y porque es friolera, pero sabe que son las condiciones idóneas para que se levanten esas enormes paredes de agua en movimiento en la playa del Norte de Nazaré, el ...
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Tiene que hacer malo para que salga un día bueno. Maya Gabeira, la surfista que cogió la ola más grande (22,4 metros) de 2020, celebra cuando amanece gris y desapacible, cuando se originan tormentas en alta mar y llegan los días de viento y lluvia. Lo celebra a medias, porque a esta brasileña de 34 años no le gusta madrugar y porque es friolera, pero sabe que son las condiciones idóneas para que se levanten esas enormes paredes de agua en movimiento en la playa del Norte de Nazaré, el pueblo costero ubicado a 120 kilómetros al norte de Lisboa en el que reside y trabaja desde hace seis años. Con el frío y el mal tiempo comienza la temporada de surf de olas grandes, una modalidad que cuenta con la asistencia de una moto de agua para remolcar a la surfista y situarla —con la ayuda de un observador que controla la situación desde la costa— cerca de esas olas intimidantes de las que Gabeira vive a pesar de que casi la matan.
Fue en la misma playa de Nazaré, en 2013, cuando un muro envolvente cargado de fuerza la arrolló y la dejó en zozobra hasta que llegó su compañero a bordo de la moto de agua. Aturdida y con un tobillo roto, consiguió agarrarse a la cuerda remolcadora. Ya en la orilla, exhausta y malherida, se desplomó y perdió la consciencia y el pulso. Le realizaron un masaje cardiaco. Despertó y lo contó. Lo narra de nuevo hoy sentada en la terraza de un hotel en Comporta, donde asegura que siempre tiene miedo porque sería estúpido no tenerlo. “Los días grandes en Nazaré es imposible no tenerlo. Todo el mundo está asustado”, afirma sin dramatismo, más con un tono sensato y maduro, el de una mujer con 15 años de experiencia enganchada a un deporte de riesgo cada vez más seguro.
“Ahora contamos con una segunda moto de asistencia en caso de accidente. El equipo está mucho más sincronizado. El chaleco salvavidas se hincha de forma automática gracias a unos cartuchos de aire comprimido”, enumera las diferencias. “El surf era algo nuevo entonces en Nazaré. Tomábamos muchos más riesgos de los necesarios”, asegura esta deportista nacida en Río de Janeiro, que cuando recobró la consciencia lo primero que pensó fue cómo habría sido morirse. “Ahora sé que hay riesgo en lo que hago, pero no tanto como ese día”, afirma esta activista por la protección de los mares que con 17 años se trasladó a Hawái para surfear y donde trabajó como camarera para vivir.
Gabeira es embajadora de la marca de relojes Tag Heuer, firma con la que hemos viajado hasta Comporta, porque el fallecido piloto brasileño Ayrton Senna, su ídolo, también lo fue y porque es una mujer que tuvo más suerte que su compatriota, se sobrepuso y volvió a competir y batir marcas. Superó las secuelas mentales y tres operaciones de espalda por las lesiones que le provocó el accidente, y volvió a Nazaré. Volvió y se salió. “La motivación no la encuentro en la posibilidad de romper el récord”, afirma Gabeira, que ya en 2018 se convirtió en la mujer que había cogido la ola más grande del mundo (20,8 metros). No se trata de ganar siempre, sino de hacerlo mejor hoy que ayer para algún día ganar mañana.
Hija de Fernando Gabeira, uno de los fundadores del Partido Verde brasileño, y de Yamê Reis, una socióloga y diseñadora de moda, tomó su propio camino para no estar a la sombra de ninguno de ellos. “Cuando estás rodeada de gente tan fuerte te sientes impelida a ser alguien”, cuenta. Su intención fue convertirse en una deportista de élite y hacerlo en una disciplina dominada por hombres. “Necesitamos más mujeres deportistas. Las necesitamos a todos los niveles”. Y apunta un aspecto menos obvio pero decisivo para crear una industria más potente y que se retroalimente: “Necesitamos gente que consuma deporte femenino”. Se refiere a aficionados que sigan por televisión o en directo surf o cualquier otra disciplina en mar o en tierra practicada por mujeres al más alto nivel. “Queda mucho, pero ha habido grandes cambios. Hay competiciones que cuentan con el mismo premio en dinero para hombres y mujeres”, afirma.
Gabeira admite que le supone un sacrificio lanzarse al agua por la temperatura y las condiciones climáticas, pero al mismo tiempo no hay sitio en el que mejor se encuentre. Es el momento en el que está más concentrada y conectada con la naturaleza, atrapada en el mar para ser libre. El trabajo pasa por estar muchas horas en el agua, a la espera. Se trata de posicionarse bien, ver el movimiento de las olas, observar al resto de surfistas. Paciencia y concentración. “Es raro que puedas pensar en otra cosa. Estás inmersa en el ruido y en las sensaciones del momento”. El plan consiste en dejarse guiar por el instinto basado en la experiencia acumulada y el entrenamiento previo. “El ruido es algo muy especial, es único. No solo escuchar cómo las olas golpean contra el acantilado, sino que hay movimiento en el agua constantemente. Hay agua blanca por todas partes”, relata para referirse a la espuma que se produce debido a una infinidad de burbujas de aire que asoman en la parte más alta y reflejan la luz.
El sonido en Nazaré es estruendoso por la magnitud de las olas y por la agresividad con la que enciman al surfista, pero lo que Gabeira destaca es la velocidad a la que se surfea en la playa de este pueblo de pescadores. “Es como hacer snowboard, como descender una montaña gigante a toda velocidad. Es una especie de caos. Algo muy salvaje, muy puro”, describe. “Es donde me siento mejor. Cualquier cosa se soluciona después de surfear”, añade esta surfista que insiste en la sensación de estar muy presente, de alcanzar ese estado mental de absoluta consciencia. Aparte del tiempo que estuvo convaleciente tras el accidente, nunca pasa más de tres o cuatro días alejada del mar. “Me cambia el humor”, dice. Hasta que termine la temporada, a finales de marzo, apenas se despegará del Atlántico.
Nazaré tiene unas particularidades que lo convierten en una de las playas para surfistas más famosas del mundo. Las olas mastodónticas que se forman en esta zona de la costa portuguesa se deben al cañón de Nazaré, un valle submarino de 5.000 metros de profundidad y 230 kilómetros de extensión. La abrupta diferencia entre esta gran depresión submarina y la plataforma continental propicia que se generen olas gigantes. El agua acumula una cantidad de energía enorme en esa fosa y al salir, al desbordarse, lo hace con una fuerza y una altura espectaculares. Esa ola rebosante se encuentra con otra ola que transita por la plataforma continental y se forma un pico gigantesco. La corriente que se crea desde la orilla mar adentro, una contraola, todavía insufla más energía y provoca que la pared de agua crezca hasta los 30 metros. Formada la ola, hay que estar bien situado y cogerla. O verla desde el acantilado, al que se acercan lugareños y visitantes atraídos por la violencia del mar.
No hay una rutina en el día a día de Gabeira porque depende de las olas y del viento, del tiempo, y porque lo prefiere así. “Me mantiene despierta, me motiva más no tener un plan rígido”, asegura. “Todo es muy libre. Me baso en lo que me ofrece la naturaleza”, explica. Sí es cierto que tiene un horario de entrenamientos alejada de la tabla y el mar. Sale con la bicicleta de montaña, trabaja en el gimnasio y realiza ejercicios de respiración en su piscina climatizada. Lleva una vida muy calmada en Nazaré con su pareja y sus dos perros. “Para un deportista de élite es bueno porque no tienes ninguna distracción”, explica. “No hay tráfico, llegas a los sitios rápidamente”, reconoce. Pasa seis meses sin moverse de esta localidad de 14.889 habitantes, con un horario más marcado por la luz que por el reloj. “Voy a comprar con mi chubasquero y todo el día llevo ropa de entrenamiento”, presume.
De salir por la noche, ni hablar. Los días de olas está a las seis de la mañana en el agua con su equipo. “La única forma de tener buen humor a esa hora es acostarme a las 20.30″, cuenta. “Somos diferentes de los skaters o de los windsurfistas, nuestro deporte empieza muy temprano”.
A pesar de haberse criado en una gran ciudad como Río, el cambio a Nazaré no fue brusco porque ya había vivido en pueblos en Hawái y en Indonesia. Cuando termina la temporada, viaja a Brasil a ver a su familia y a sitios cálidos porque ya pasa demasiado tiempo en aguas frías. Porque hay que compensar todos esos días de frío y viento que propician los mejores momentos de su deporte.