La historia en la sangre

Leyendo el ADN se puede remontar en la historia evolutiva de un individuo o de un grupo de personas. Es como excavar un yacimiento, pero en tu propio cuerpo.

SEÑOR SALME

Todos nuestros actos dejan huella y tienen consecuencias, y si algunos no se ajustan a la legalidad nos pueden costar años de condena, real o, según las creencias de cada uno, espiritual, como bien se encargan de recordarnos el Código Penal y las diferentes religiones. En algunos casos, las consecuencias de los actos no las sufre uno mismo, sino sus descendientes. Más allá de los conceptos de culpa y castigo, es cierto que nosotros llevamos dentro de nuestras células el legado de miles de años de evolución y toda la historia de nuestra especie desde el principio de los tiempos. Historia que ah...

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Todos nuestros actos dejan huella y tienen consecuencias, y si algunos no se ajustan a la legalidad nos pueden costar años de condena, real o, según las creencias de cada uno, espiritual, como bien se encargan de recordarnos el Código Penal y las diferentes religiones. En algunos casos, las consecuencias de los actos no las sufre uno mismo, sino sus descendientes. Más allá de los conceptos de culpa y castigo, es cierto que nosotros llevamos dentro de nuestras células el legado de miles de años de evolución y toda la historia de nuestra especie desde el principio de los tiempos. Historia que ahora los científicos ya pueden descifrar en su mayor parte.

Dentro de la mayoría de nuestras células tenemos el ADN, que viene a ser como un manual de instrucciones para hacer un ser vivo. En el ADN de un microbio están codificadas las enzimas que se encargarán de mantener la membrana celular y las proteínas que utilizará para tomar nutrientes del medio entre otras muchas. En nuestro ADN se encuentran codificadas las instrucciones para el desarrollo desde la célula fecundada hasta el estado adulto. Nuestro ADN determina que tengamos dos brazos, dos piernas y un cerebro, mientras que, si fuéramos un pulpo, el ADN diría que tuviéramos ocho tentáculos. El ADN no es algo estático, puede haber errores, puede cambiarse de sitio o darse la vuelta dentro del mismo genoma, o inserirse ADN de otros organismos, y esos cambios son transmisibles. Esa particularidad es la que nos permite evolucionar y explica que ya no seamos una protocélula. Por ejemplo, el Homo sapiens no tiene cola, a diferencia de algunos antepasados nuestros. Sin embargo, los genes necesarios para codificar esta cola siguen en nuestro genoma como evidencia de nuestro pasado evolutivo. De esta forma, leyendo el ADN se puede remontar en la historia evolutiva de un individuo. Hoy en día ya existen empresas que por un módico precio pueden hacerte un análisis de tus ancestros, y así hemos sabido que las hibridaciones y las migraciones han sido siempre muy frecuentes y más de una persona que se creía que era un ser superior por pertenecer a una raza determinada ha encontrado que tenía ancestros de otras razas. De hecho, podemos remontar muchas generaciones atrás. Ahora sabemos que una parte de nuestro genoma proviene de los neandertales, incluyendo genes relacionados con la regulación de los niveles de colesterol, la acumulación de grasa visceral, la artritis reumatoide, la esquizofrenia o la respuesta a drogas antipsicóticas. También se han encontrado evidencias de hibridación entre neandertales y denisovanos; por tanto, a lo largo de la evolución los genomas se han intercambiado con mucha alegría.

Esto abre la posibilidad de que el estudio del ADN de gente actual pueda ayudar a descifrar enigmas históricos, y no hablamos de realizar pruebas forenses sobre restos antiguos para resolver crímenes de la antigüedad, que también se puede, sino de encontrar en el ADN de personas de la actualidad las claves para resolver misterios antiguos. Un ejemplo: uno de los primeros asentamientos británicos en el actual territorio de Estados Unidos fue la colonia de la isla de Roanoke, establecida en 1587 en la actual Carolina del Norte. El establecimiento fue complicado y, ante la falta de suministros, el gobernador John White decidió volver a Inglaterra para conseguir un cargamento con el que asegurar la viabilidad de la colonia, dejando atrás a su esposa, su hija y su nieta Virginia Dare, nacida el 18 de agosto de ese mismo año, la primera inglesa nacida en el nuevo mundo. Cuando llegó a Inglaterra, estalló la guerra con España y se cortó el transporte naval. White no pudo volver hasta tres años después y, para su sorpresa, la colonia había desaparecido por completo. La única indicación que había era el nombre “croatoan” tallado en una empalizada y “Cro” tallado en un árbol. Croatoan era el nombre de una isla un poco más al sur (actualmente llamada isla de Hatteras) y el de una tribu de nativos. Pero allí no quedaba rastro de ningún colono. ¿Qué había pasado? El misterio sigue. Lo más probable es que buscaran una ubicación segura. En la actualidad existen varios proyectos encaminados a buscar trazas de ADN europeo entre descendientes de nativos americanos tratando de localizar la huella de los colonos de Roanoke. Es como excavar un yacimiento, pero en tu propia sangre.

El secreto de legumbres y verduras. — La genética también sirve para demostrar que donde parece que haya algo especial, realmente no hay nada. Por ejemplo, muchos alimentos con denominación de origen o indicación geográfica protegida, al someterse a un análisis genético, se descubre que son virtualmente iguales a legumbres, frutas, verduras o ganado de fuera de la denominación. Un caso más divertido es el de muchas frutas y verduras autóctonas que al hacer análisis de ADN se descubre que hace solo unas décadas eran variedades comerciales vendidas por casas de semillas.

J. M. Mulet es catedrático de Biotecnología.

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