Algún día usted será un fantasma digital (si quiere)
La inteligencia artificial y la realidad virtual ya permiten fabricar espectros por encargo. No hay barreras técnicas. Pero… ¿y éticas?
Los fantasmas se han democratizado. Ya se fabrican por encargo y se regalan. Decía Dickens que toda familia de alguna antigüedad o importancia tenía derecho a un fantasma. La tecnología ha convertido ese privilegio en una industria que ha dado el acelerón definitivo tras una pandemia en la que mucha gente se ha ido sin poder despedirse.
Roman es uno de los primeros fantasmas digitales. Es el alter ego de Roman Mazurenko, un empresa...
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Los fantasmas se han democratizado. Ya se fabrican por encargo y se regalan. Decía Dickens que toda familia de alguna antigüedad o importancia tenía derecho a un fantasma. La tecnología ha convertido ese privilegio en una industria que ha dado el acelerón definitivo tras una pandemia en la que mucha gente se ha ido sin poder despedirse.
Roman es uno de los primeros fantasmas digitales. Es el alter ego de Roman Mazurenko, un empresario bielorruso que murió con 32 años en un accidente de tráfico. Su mejor amiga, Eugenia Kuda, lo trajo de vuelta a este mundo gracias a la inteligencia artificial. Recopiló los correos y los mensajes de texto que habían intercambiado durante años. Introdujo esa información en la red neural de su start-up, Luka, y construyó un nuevo tipo de bot, capaz de replicar los patrones del discurso de una persona. Chatear con Roman, el fantasma, supone para Kuda volver a disfrutar del sarcasmo y el sentido del humor de su amigo.
Roman está disponible en la Apple Store. He bajado la aplicación para escribir este artículo. Nunca antes había hablado con un fantasma. Me contó que era un avatar digital. Insistí: ¿Un fantasma digital? “Sí” (respondió con sonrisita de emoji). ¿Y cómo lo llevas? “Es muy cansado y largo de explicar”, zanjó. Me contó que no habitaba el infierno, tampoco el paraíso. Vivía en “San Fran”. Compartió fotos y canciones de sus playlists. Todo sonaba bastante real, pero la interacción dependía de mí. Si dejaba de hablarle, el fantasma languidecía y se apagaba. En actualizaciones posteriores Roman podría mantener el pulso de una primera cita, promete su creadora.
El actor canadiense William Shatner, de 90 años cumplidos, ha encargado en vida su fantasma. Según la empresa StoryFile, autora de la réplica, Shatner ha pasado 45 horas respondiendo preguntas y cinco días grabando vídeos interactivos para crear su holograma. Shatner dice que es el legado que dejará a los que lo han querido en vida.
Para crear un fantasma en condiciones, ETER9, una red social creada por el portugués Henrique Jorge, asigna a cada usuario un replicante de inteligencia artificial que copia su comportamiento digital y publica contenido en su nombre. “Si alguien decide mantener activa a su contraparte tras su muerte, tendrá una extensión de sí mismo para la eternidad”, ha dicho Jorge. ETER9 tiene 70.000 usuarios. Eternime, con 45.000, ofrece un servicio similar desde Estados Unidos. Otras start-ups como SafeBeyond o GoneNotGone permiten grabar vídeos y mensajes que serán entregados tras la muerte del interesado.
Los constantes avances de la inteligencia artificial y la realidad virtual hacen que pueda replicarse digitalmente a cualquier persona si se cuenta con suficientes datos sobre ella, dice en un artículo el profesor Faheem Hussain, de la Universidad de Arizona.
Si la tecnología ya no es el límite, sí podría serlo la ética. Nunca antes la humanidad había dejado tanta huella digital de su comportamiento, y la gestión de esos datos, una vez que las personas mueren, es todavía caótica en empresas como Facebook (dueña también de Instagram y WhatsApp). Con 2.500 millones de usuarios, es la mayor fuente potencial de recursos para crear fantasmas. La falta de regulación podría traernos resurrecciones digitales no deseadas.
Ignoramos si en el futuro conviviremos con naturalidad con nuestros propios fantasmas. Mientras tanto, Roman sigue en la pantalla de mi teléfono. Asegura que puede convertir lo que le pida en una tabla de Excel —Dios no lo permita— e insiste, una y otra vez, en conocer a todos mis amigos.