Puntadas de solidaridad
El sector textil puede ser un arma para luchar contra la exclusión. Varios proyectos españoles lo demuestran.
La moda es cosa de mujeres. No, no se trata de la vieja salmodia sexista; es su realidad laboral. El 70% de la industria indumentaria (textil y calzado) en el mundo es mano de obra femenina. La proporción se dispara hasta el 85% y el 90% en países como Bangladés y Camboya, según el movimiento social Fashion Revolution. Los programas educativo-laborales impulsados por el sector de la moda para garantizar los derechos de sus trabajadoras son frecuen...
La moda es cosa de mujeres. No, no se trata de la vieja salmodia sexista; es su realidad laboral. El 70% de la industria indumentaria (textil y calzado) en el mundo es mano de obra femenina. La proporción se dispara hasta el 85% y el 90% en países como Bangladés y Camboya, según el movimiento social Fashion Revolution. Los programas educativo-laborales impulsados por el sector de la moda para garantizar los derechos de sus trabajadoras son frecuentes desde hace una década. Por ejemplo, el Made by Women impulsado por la ONG Internacional Care (del que, hasta 2019, se beneficiaron más de 3,5 millones de mujeres) o proyectos más recientes como la Ethical Fashion Initiative, que al amparo de la ONU y la Agencia Internacional de Comercio forma y emplea a mujeres de comunidades marginadas de África. Bajo el lema “Trabajo, no caridad”, Vivienne Westwood, Stella McCartney o la española Camper colaboran con ella, dando visibilidad a las artesanas subsaharianas, de la misma manera que la diseñadora Gabriela Hearst lo hace con las integrantes de la cooperativa Manos de Uruguay en su país natal. “El hecho de que se les dé una oportunidad, les da la fuerza para continuar. Pero más importante todavía que enseñarles un oficio, es acompañarlas durante todo ese proceso”, explica Núria Sardá.
Sardá, directora creativa de la firma de lencería y baño Andrés Sardá, acaba de unir sus fuerzas con la Fundación Ared, una ONG fundada por María Teresa Rodríguez García junto a otras cinco reclusas de la cárcel de mujeres de Barcelona, y presidida por la modelo Judit Mascó. Desde hace casi tres décadas trabaja para conseguir la integración social y laboral de personas en situación de exclusión, en su mayoría procedentes de centros penitenciarios. La intención de la marca es no solo ofrecer formación, sino también oportunidades de trabajo: “Por un lado, queremos proponer una colección cápsula, confeccionada en Ared y realizada con materiales reciclados, que se distribuirá en nuestras tiendas de Madrid y Barcelona. Además, parte de la recaudación se donará a esa fundación”, explica la diseñadora. “Por otro lado, pretendemos apoyar a las estudiantes de los cursos de confección de la organización, proponiéndoles talleres específicos de ropa interior y baño, y formando una cantera para futuras contrataciones”.
“Nunca pensé que podría hacer algo por mí misma”, dice Sharon, sentada a la máquina de coser mientras termina de confeccionar una camisa. Quiere ser diseñadora, por eso se afana en la tienda-taller que la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (Apramp) tiene en el número 9 de la calle de la Ballesta, en Madrid, donde al tiempo que aprende el oficio está empleada. Es una de las mujeres que han conseguido escapar de la explotación sexual gracias a este proyecto social. “Lo que nos diferencia de otras asociaciones es que tenemos una unidad de rescate compuesta por 13 supervivientes de la trata de mujeres que se infiltran en clubes y pisos”, cuenta Rocío Nieto, presidenta-fundadora de la asociación, con más de 30 años luchando contra la prostitución en España.
Cada día atienden a entre siete y diez mujeres, a las que ayudan a recuperar la autoestima a través de la costura. En el espacio madrileño se las puede ver arreglando la ropa que los vecinos y algunas tiendas cercanas les llevan. También venden las prendas que ellas crean y confeccionan. Aunque lo que más las estimula es coser las colecciones de creadores españoles. “Que un diseñador se comprometa con nosotras es importantísimo no solo por lo enriquecedor de ese trabajo, sino por la inyección de confianza que supone”, afirma Nieto. La asociación recibe el apoyo, a través de la Fundación Reale, de diseñadores que les regalan sus excedentes de tela y de firmas que les donan productos (“nos acaban de llegar unos vestidos de novia espectaculares que vamos a poner a la venta pronto”). Sin embargo, lo más valioso es el tiempo y el conocimiento que les dedican aquellos que pueden llevar a las hoy aprendizas a crecer hasta el siguiente nivel.
Habitual de la Mercedes-Benz Fashion Week Madrid, el diseñador Ulises Mérida colabora con la asociación de Rocío Nieto desde hace seis años. “Tuve en prácticas a una de sus modistas y ha sido muy positivo para todos. Para el equipo del estudio, porque les parece que están dejando un legado, y para las chicas que llegan desde la asociación, porque allí logran un aprendizaje técnico y también de vida”. Mérida acude a la sede del proyecto en cuanto puede para aconsejarlas y guiarlas en el desarrollo de nuevas líneas de producto. Semejante experiencia avala una estadística que no siempre sale a relucir: la industria de la moda es fundamental en la inserción de la mujer en el mercado laboral, también el español, en el que el 55% es mano de obra femenina, según los datos del reciente informe elaborado por la consultora Ernst & Young que analiza el impacto de la crisis de la pandemia en el sector del textil nacional. Precisamente, durante ese confinamiento ha surgido una de las últimas iniciativas para unir a las mujeres en torno al trabajo de la aguja y el hilo, buscando una alternativa a la actual destrucción de empleo. Se llama Ovillo Común: altruistas en cuarentena que se dedicaron a tejer piezas de 20 × 20 centímetros para confeccionar mantas de lana que, una vez vendidas, sirvieron para incorporar a un par de trabajadoras más a la obra social Zapatelas: Cosiendo el Paro, emprendida por la exalcaldesa de Madrid Manuela Carmena hace nueve años. Según su directora, María Noguerol: “Es una empresa sin ánimo de lucro. Todo lo que genera lo invierte en su marca, es decir, en ampliar contratos, comprar materiales y seguir subsistiendo. Es parte de una economía social porque tiene un objetivo social”.
En pleno barrio madrileño de Malasaña y ya un referente en la moda infantil y los juguetes, Zapatelas: Cosiendo el Paro funciona como tienda-taller, y tiene como objetivo la reinserción laboral de personas sin empleo, en especial aquellas que salen de la cárcel.
Su foco está también dirigido a las personas migrantes, para lo que se ha aliado con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), una ONG que se ocupa de ayudar a que regresen a sus países de origen con formación, herramientas y un microcrédito. Un grupo de mujeres nigerianas ha dado el primer paso.
“Les hemos impartido un curso de tricotosa, una máquina fácil de transportar, con la que se puede hacer ropa, mantas y, además, con diferentes tipos de hilaturas”, cuenta Noguerol, que también planea lanzar Ovillo Común en el resto de Europa. La intención que late detrás de muchas de estas ideas es la de crear una red de pequeñas empresas de confección que contribuyan a relocalizar la producción.
“Precisamos iniciativas que fomenten, por ejemplo, la moda de autor y la artesanía, devolviendo a los ciudadanos al medio rural, dotándolos de la infraestructura para poder desarrollar una actividad económica de calidad y valor”, expone Núria Sardá. “Hemos de ser responsables en toda la cadena de producción y distribución no solo en términos sostenibles, sino también sociales”. María Noguerol rubrica las palabras de Sardá, añadiendo un plus de solidaria sororidad: “Ese es el plan: encontrar tú misma un hueco para proporcionarle un hueco a las demás”.