Amor adolescente en tiempos de pandemia

Los jóvenes han sufrido durante el confinamiento y siguen viviendo de un modo intenso y con estrés la crisis del coronavirus

Dos adolescentes se sientan en una cornisa. Unsplash

El contacto físico entre las personas no ocurre (ni se permite que suceda) del mismo modo que antes de la pandemia de coronavirus. “Ha llegado a nuestras vidas una nueva forma de relación y eso afecta profundamente a los más jóvenes”, asegura Rocío González Herrera, psicóloga infanto-juvenil. Los adolescentes han sufrido durante el confinamiento y siguen viviendo de un modo intenso y con estrés esta situación. “Están experimen...

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El contacto físico entre las personas no ocurre (ni se permite que suceda) del mismo modo que antes de la pandemia de coronavirus. “Ha llegado a nuestras vidas una nueva forma de relación y eso afecta profundamente a los más jóvenes”, asegura Rocío González Herrera, psicóloga infanto-juvenil. Los adolescentes han sufrido durante el confinamiento y siguen viviendo de un modo intenso y con estrés esta situación. “Están experimentando desregularizaciones emocionales más intensas que los niños pequeños. Esto es porque en esta etapa es donde la socialización es primordial. El ser parte de un grupo es algo que se ha visto limitado considerablemente”, refiere la profesional.

González Herrera habla de la adolescencia como “un periodo para de compartir, elegir, de cambios hormonales, de necesidad de respuestas y deseos por encontrar personas afines a nosotros”. La sexualidad también desempeña un papel importante. “Estar mucho tiempo en familia, deseando más independencia y por lo general, donde existe una mayor distancia física y emocional con los padres, se torna complicado”, manifiesta la psicóloga. Antes los grupos de amigos se reunían para ir a discotecas, festivales… La mayoría de jóvenes necesita salir y relacionarse con sus iguales y eso supone exponerse al virus: “Salir y divertirse para algunos es algo placentero, liberador y alentador. Para otros se revierte en preocupación por los posibles contagios en ellos o sus seres queridos”, asevera González Herrera.

El contacto entre ellos se está produciendo con limitaciones. Actualmente el ocio nocturno se acota a una franja horaria. Semanas atrás era muy frecuente hablar con el entorno más próximo mediante la oferta que la tecnología brinda. “Nuestras familias son conservadoras”, asegura Saray V. [prefiere no dar su apellido completo], una joven gallega de 16 años. “Desde muy pequeños, a mis hermanos y a mí se nos ha inculcado la rectitud y el respeto a todo el mundo. Eso es lo que yo quiero para mis hijos”, prosigue. Saray pasó el confinamiento en su casa familiar en Vigo. Su hogar es humilde, pero da cobijo a cinco personas. Por otro lado, Pablo D. [también prefiere no dar su apellido completo], de 17 años vive con sus padres y su abuela materna en la misma ciudad. Cuando llegaba la “nueva normalidad” a Galicia, Saray y Pablo volvieron a retomar poco a poco su rutina individual. En el mes de julio, afrontaban sus tareas y obligaciones, pero también ansiaban poder salir con la bicicleta o los patines, sentarse en los bancos del parque con sus amigos o ir a la playa. No obstante, pese a las ganas, todo se producía con cautela porque la inseguridad y la precaución seguían instaurados en las calles.

El comienzo del amor en tiempos de pandemia

Una mañana Saray salió a hacer la compra y vio que su amiga Cristina Ruiz estaba paseando a su perro. La saludó desde la distancia y observo que caminaba junto a un chico. Le extrañó y le causó curiosidad. Al llegar a su casa Saray le mandó un WhatsApp a su amiga: “Cris, ¿y ese chico? ¿Estáis saliendo y no me has dicho nada?”. Y su amiga le contestó en poco tiempo con un emoticono de carcajada: “Noo. Es mi primo Pablo”. Pasaron los días y Saray y Cristina volvieron a coincidir. Esta vez la quedada la había organizado otro amigo de la pandilla. La sorpresa llegó cuando en ese grupo de tres, había una nueva incorporación. Era el primo de Cristina: Pablo. Para Saray resultó algo muy agradable. Ambos jóvenes, con mascarillas, estuvieron hablando toda la tarde. Los dos tenían muy interiorizadas las normas a cumplir por la covid-19 y mantenían la distancia de seguridad.

Quedaron en otra ocasión, pero apenas conversaron. En realidad donde más interactuaban era por videollamada y WhatsApp. Se pasaban horas contándose anécdotas familiares, aficiones, sueños por cumplir, temores por la situación en la que se encuentra el país… “Nos asusta pensar en la situación académica y sanitaria. Lo que hagamos las personas repercute en todos los sectores en la sociedad”, reflexiona Pablo.

Una auténtica prueba de amor

Pablo y Saray se gustaban cada día más. Sin embargo, ante la falta de información oficial sobre su estado de salud se hicieron una promesa. Prometieron estar 15 días guardando su cuarentena particular. Aunque ya se habían visto, llevaban días sin hacerlo. Su idea era que el día del reencuentro, cuando ambos hubiesen constatado que no tenían síntomas de coronavirus, se quitarían la mascarilla y se darían su primer beso. “Puede parecer raro. Se me ocurrió a mí. Pensé: “Me está gustando esta chica y creo que yo a ella también”. Su familia está muy concienciada con todo esto de la pandemia. En mi casa está mi abuela y es muy mayor”, confirma Pablo.

El romanticismo y la responsabilidad se habían apoderado de la situación que envolvía a los adolescentes. “Me pareció muy bonito que me dijese que quería besarme con todas las garantías y demostrarme que estaba bien. No podíamos hacernos las pruebas PCR porque no teníamos síntomas y suponían un dinero que no teníamos. Así que la otra opción era esperar unos días, aproximadamente los 14 recomendados, para confirmar que estábamos bien”, manifiesta Saray.

Los adolescentes deseaban demostrarse su amor y consolidar su relación más allá del poco contacto que habían tenido. “Mi padre estaría muy orgulloso de él. De algún modo me estaba pidiendo la mano de un modo especial y anteponiendo la seguridad de mi familia a sus deseos”, relata Saray. Un porcentaje de los jóvenes no está respondiendo con responsabilidad y se infecta. “Se desoyen las medidas preventivas con quedadas masivas y eso debe cambiar. A mí también me apetece salir de fiesta, pero tengo una familia a la que quiero más. No les pondría en peligro por noches de borrachera”, asegura serio Pablo.

Que los adolescentes sigan las normas puede resultar una ardua tarea. Para ellos no existe algo único dictado por un adulto. “Se transita entre la contención/regulación emocional y la transgresión de las normas y esto es esencial no dejarlo pasar”, retoma González Herrera. Existen estudios que indican que podrían existir razones biológicas del cerebro para no poder frenar los impulsos en la pubertad. “Todo esto puede causar estrés y ansiedad, más tras el confinamiento. Es necesaria la cercanía de los padres, la comprensión y comunicación”, finaliza la psicóloga.

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