Columna

Organizar la resistencia

Hay que hacer de golpe, a la fuerza y pagando un precio insoportable, lo que no se supo o no se quiso hacer cuando estábamos a tiempo

Fundación Jiménez Díaz, 20 de Marzo, 2020. José Ramón Hernando (Europa Press)

No es una metáfora. Es una guerra. Con la salvedad de que no tenemos propiamente un adversario. Las epidemias surgen de nuestra forma de vida. Primero, del contacto y domesticación de los animales: caballos, patos o cerdos, como vectores de su entrada en nuestro organismo. Luego, de una globalización tumultuaria, desgobernada.

La guerra es contra nosotros mismos. Nosotros somos el enemigo. Si no queremos caer derrotados tendremos que paralizar cuanto habíamos hecho hasta ahora. Todos en casa. Es la medicina amarga de la distancia social. No cabe el turismo ni siquiera por los espacios c...

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No es una metáfora. Es una guerra. Con la salvedad de que no tenemos propiamente un adversario. Las epidemias surgen de nuestra forma de vida. Primero, del contacto y domesticación de los animales: caballos, patos o cerdos, como vectores de su entrada en nuestro organismo. Luego, de una globalización tumultuaria, desgobernada.

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La guerra es contra nosotros mismos. Nosotros somos el enemigo. Si no queremos caer derrotados tendremos que paralizar cuanto habíamos hecho hasta ahora. Todos en casa. Es la medicina amarga de la distancia social. No cabe el turismo ni siquiera por los espacios comunes del edificio. Aislados, venceremos. Cuanto antes y cuantos más aislados, más rápidamente evitaremos imágenes trágicas como los desfiles de ataúdes en Bérgamo.

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Si efectivamente es la guerra contra una ocupación vírica, nosotros somos también la resistencia. Pedro Sánchez cuenta con un buen relato. Encabezó su libro (Manual de resistencia), lo repitió en su discurso sobre el estado de alerta y lo ha adornado con la canción del Dúo Dinámico. Resistiremos.

Pero vencer requiere algo más que un relato. La victoria no llegará ni siquiera el día, probablemente lejano, en que se dé el alta al último contagiado. Hay que hacer ahora, de golpe, a la fuerza y pagando un precio insoportable en vidas humanas, lo que no se supo o no se quiso hacer cuando contábamos con todos los elementos para saber que esto no podía seguir así. Todos podríamos entonar el inútil e hipócrita “yo ya lo dije”.

Gracias a la distancia social impuesta como terapia de guerra vamos a convertirnos en sociedades enteramente digitales. Ahorraremos en transporte y en oficinas. Trabajamos y estudiamos en casa. Se acabó la reunionitis. Baja la contaminación. También la circulación de monedas y billetes, sucio repositorio microbiano. La renta básica universal está más cerca. No habrá salud de nadie sin salud para todos. Regresa el Estado protector.

Apenas acaba de empezar y ya valoramos mejor lo que queda del trabajo manual, imprescindible para los suministros, la seguridad, la salud o la limpieza. Habrá que pagarles mejor también. Una nueva cortesía nos acerca a los otros sin necesidad de tocarnos. La distancia social es física, pero no comunicativa. La hiperconexión digital nos hace más amables y solidarios.

Si este cambio forzado por el coronavirus, después de vencer a la epidemia, nos hace mejores, como personas y como sociedad, entonces podremos cantar victoria. Caeremos derrotados si regresamos a las andadas.

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