Columna

El descrédito populista

Las últimas semanas prueban que los fantasmas que conjura se desvanecen fácilmente

El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, este miércoles en Downing Street. Kirsty O'connor/PA Wire/dpa

El populismo se presenta a sí mismo como salvador de mayorías ante situaciones extremas. Vive de proporcionar soluciones simples a problemas complejos. Muchas veces, ni siquiera eso: su único sostén es la equivalencia de enfados, la búsqueda de enemigos del pueblo o de la nación, de los que esta puede librarse mediante su acción unilateral soberana. Pero las últimas semanas prueban que los fantasmas que conjura se desvanecen fácilmente: cuando llega el momento de la verdad, cuando un desafío realmente global e inabarcable llama a las puertas de la humanidad, los populismos se quedan sin recurs...

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El populismo se presenta a sí mismo como salvador de mayorías ante situaciones extremas. Vive de proporcionar soluciones simples a problemas complejos. Muchas veces, ni siquiera eso: su único sostén es la equivalencia de enfados, la búsqueda de enemigos del pueblo o de la nación, de los que esta puede librarse mediante su acción unilateral soberana. Pero las últimas semanas prueban que los fantasmas que conjura se desvanecen fácilmente: cuando llega el momento de la verdad, cuando un desafío realmente global e inabarcable llama a las puertas de la humanidad, los populismos se quedan sin recursos, añorando la vuelta de sus fantasmas manejables.

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Una pandemia global asociada a un parón severo de la actividad económica cumple precisamente con estas características: es un problema complejo tanto técnica como moralmente, de obvio alcance global. No admite alternativas obvias, y crecerá alimentándose de divisiones internas artificiosas, de fronteras entre grupos, pueblos o naciones.

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Sucede además que científicos y médicos mantienen una credibilidad considerable, a diferencia de políticos, periodistas, opinólogos y otras voces más habituales en el coro que rodea la toma pública de decisiones. En la medida en que estos últimos hagan caso a los primeros, prestando atención, amplificando las voces de la epidemiología, la virología y el manejo especializado de crisis sanitarias, podrán navegar la crisis con mayor acierto. También, en el camino, les recaerá algo del beneplácito con el que cuenta la comunidad médico-científica. Los economistas, por cierto, no deben quedar fuera de escena: esta será una buena oportunidad para aportar al bien común, recuperando el prestigio perdido en la década pasada.

Pero si cedemos ante la tentación simplista, si nos sobrepasa el miedo, entonces el círculo se cerrará devolviéndonos al punto en el que entramos tras la Gran Recesión: una debacle ofrecerá un nuevo escenario para que los populismos recuperen su menú de agravios, enemigos, soluciones obtusas. La catástrofe puede venir tanto del frente sanitario de esta crisis como del económico y social. Este es el estrecho, trágico filo por el que transitaremos los próximos meses, tratando de no caer en ninguno de los dos abismos. No podemos, ni debemos, hacerlo sin escuchar a las personas que tienen alguna luz que arrojar sobre el incierto camino. @jorgegalindo

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