Columna

La desigualdad justa

Mientras la derecha española sigue aferrada a la táctica del juzgado de guardia, es la izquierda la que crea una mesa para hablar

Reunión de negociación sobre la investidura de Sánchez entre ERC y PSOE el pasado diciembre.Massimiliano Minocri (EL PAÍS)

Dice Thomas Piketty que la historia es el producto de las crisis, que de ellas salen las grandes oportunidades. Y que es la hegemonía ideológica la que marca los signos de los tiempos. España lleva más de una década encadenando crisis: la económica sacudió terriblemente la sociedad, hasta cambiar por completo el sistema de clases sociales, y a su vez puso en evidencia a la clase política que erró en el diagnóstico y agravó los destrozos con el mito de la austeridad. Vino así la crisis institucional, visible desde 2014, que como en toda Europa ha sembrado las dudas sobre la capacidad de la vers...

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Dice Thomas Piketty que la historia es el producto de las crisis, que de ellas salen las grandes oportunidades. Y que es la hegemonía ideológica la que marca los signos de los tiempos. España lleva más de una década encadenando crisis: la económica sacudió terriblemente la sociedad, hasta cambiar por completo el sistema de clases sociales, y a su vez puso en evidencia a la clase política que erró en el diagnóstico y agravó los destrozos con el mito de la austeridad. Vino así la crisis institucional, visible desde 2014, que como en toda Europa ha sembrado las dudas sobre la capacidad de la versión bipartidista de la democracia liberal para gobernar el mundo presente. La multiplicación de los actores políticos se pretendió neutralizar etiquetando a los nuevos de populistas como forma de denegación de la habilitación para gobernar. Uno de los estigmatizados por PP y PSOE ya está ahí. Por si fuera poco, con el proyecto soberanista la crisis institucional derivó en constitucional y territorial. ¿Ha llegado el momento de que este encadenado de crisis alumbre futuro?

Fruto de estos conflictos, la política se ha radicalizado. Del tradicional teatro parlamentario bipartidista hemos pasado a la pelea identitaria, en la que los argumentos encallan en las apelaciones trascendentales: todo por la patria. Y las razones se pierden en el ondear de banderas, bajo el que se esconden las luchas de intereses. Estamos ahora en la resaca de esta fase. Donde la ciudadanía constata que, por mucho que la crisis se dé por amortizada, el horizonte de futuro sigue clausurado para mucha gente. Y donde a su vez las peleas patrióticas han llevado a un bloqueo que se ve difícil de romper. Y, sin embargo, el Gobierno de coalición y el acuerdo de investidura entre PSOE y Esquerra Republicana apuntan a la única vía posible de salida del impasse: que se abran brechas en cada uno de los bloques (el PSOE se aleja de la derecha que le tenía atrapado por el desafío independentista) y el independentismo catalán se parte por momentos, volviendo lentamente al eje derecha/izquierda.

En uno y otro caso, la radicalización se desplaza a la derecha, quizás porque con ello disimula su inmovilismo económico y social. De modo que en este momento, mientras la derecha española sigue aferrada a la táctica del juzgado de guardia y la derecha catalana a la confrontación, es la izquierda la que crea una mesa para hablar. Una vez formado Gobierno, las pesadillas de Pedro Sánchez han dejado paso a los sueños fantásticos: “Si se llega a una votación será porque se habrá llegado a un acuerdo. Y habremos resuelto la crisis de Cataluña”. Pero esta izquierda afanosa tiene un compromiso capital por el que será juzgada: devolver un horizonte de progreso a la ciudadanía. Piketty da nombre al empeño: la búsqueda de una “desigualdad justa”. Y asegura que no es oxímoron.

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