Columna

Seamos coherentes

El activismo está superando con creces la capacidad de movilización de los partidos, sobre todo, de los de izquierda. Y es urgente que se replantee la forma en que los ciudadanos nos sumamos a estos compromisos

Un manifestante disfrazado de oso polar participa en la marcha para el clima, el pasado 6 de diciembre en Madrid. Rodrigo Jiménez (EFE)

El compromiso ha cambiado. El compromiso que nos exigían los partidos políticos era sencillo de sobrellevar. Se trataba de sumarse con una foto, de firmar un manifiesto, de declararse defensor de ciertas causas. Pero una vez que habíamos hecho una declaración pública volvíamos a nuestra intimidad, en la que incluso podíamos ejercer comportamientos que se contradecían con nuestra ideología. Se entendía que era lógico un margen de flexibilidad entre lo que se dice y lo que se hace, porque ya se sabe que los seres humanos somos imperfectos y contradictorios. La cuestión es que mientras se trató s...

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El compromiso ha cambiado. El compromiso que nos exigían los partidos políticos era sencillo de sobrellevar. Se trataba de sumarse con una foto, de firmar un manifiesto, de declararse defensor de ciertas causas. Pero una vez que habíamos hecho una declaración pública volvíamos a nuestra intimidad, en la que incluso podíamos ejercer comportamientos que se contradecían con nuestra ideología. Se entendía que era lógico un margen de flexibilidad entre lo que se dice y lo que se hace, porque ya se sabe que los seres humanos somos imperfectos y contradictorios. La cuestión es que mientras se trató solo de alinearse con una opción partidista, el viejo tipo de compromiso verbal funcionaba a las mil maravillas. Los partidos se contentaban con nombres que sumar a su causa, a su campaña.

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Pero debiéramos entender que ahora estamos en otro momento de la historia. El activismo está superando con creces la capacidad de movilización de los partidos, sobre todo, de los de izquierda. Y es urgente que se replantee la forma en que los ciudadanos nos sumamos a estos compromisos. Una de las afirmaciones ineludibles de la cumbre del clima ha sido la constatación de que según aumenta nuestro nivel económico y, por tanto, la capacidad de consumo, se incrementa nuestra aportación al deterioro del medioambiente; por el contrario, son los más desfavorecidos quienes menos contaminan pero más sufren el impacto de las sociedades desarrolladas. El movimiento ecologista no debiera entrar en la vieja y manida táctica de los partidos de buscar rostros que les proporcionen visibilidad, porque lo único que consiguen es que el foco de atención sean los personajes célebres y no las causas. Ya no es el momento, a mi entender, de corralitos VIP en las manifestaciones, lo urgente es transmitirle a los ciudadanos la idea de que nuestros hábitos de vida han de ir adaptándose a la asunción de la austeridad. Y eso precisa de líderes que sepan expresar la urgencia del cambio, que sean convincentes, que transmitan confianza. Greta ha cumplido un papel esencial para que el mensaje calara en la población adolescente y juvenil. Si su presencia ha acaparado toda la atención no ha sido responsabilidad suya sino de los medios que, de manera irritante, solo advierten su presencia e ignoran la de jóvenes activistas de Angola o de la Amazonia.

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Todos contaminamos. Entre otras cosas, porque no sabemos cómo movernos, disfrutar, estar en casa o trabajar sin contaminar, pero hay que disminuir el impacto individual en la medida de lo posible. Hay personas que se sienten agredidas cuando se les conmina a no viajar tanto en avión, o se les insinúa que se puede elegir otro tipo de ocio que no sea un crucero, hay personas que compran ropa para tirarla a los dos meses, las hay que presumen de la baratura de un modelito sin tener en cuenta de dónde procede, cuánto contamina su producción, cuántas vidas esclaviza. Y hay quien afirma que el compromiso individual no arregla nada, que es pueril, como de ecologista de salón, que la única salida es la presión a los acuerdos internacionales. En mi opinión, esa exigencia política a los estados ya no puede estar exenta de un cambio sustancial en nuestro día a día. Adoro a Harrison Ford, pero es insostenible que aparezca en unas imágenes informativas calificado (no sé por qué) de valiente por su defensa del planeta y en otras del corazón celebrándosele su colección de jets privados, helicópteros y avionetas. Es probable que Nueva York albergue una cantidad notable de detractores de Trump, pero no parecen advertir la contradicción entre esa posición política y las toneladas de basuras que arrojan a las calles, o esa costumbre habitual de encender el aire acondicionado para contrarrestar una calefacción asfixiante.

No es necesario que los líderes ecologistas sean puros o coherentes al extremo, es imposible en este sistema, pero el asunto es tan crucial que necesitamos discursos a la altura de esta causa, que nos animen a sumarnos con palabras y con hechos.

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