Relatos venenosos

Alexander Theodore Shulgin fue uno de los químicos más valientes y polémicos de los últimos tiempos

Un fotograma de 'Trainspotting'

Irvine Welsh es un escritor británico conocido por ser el autor de Trainspotting, novela de personajes adictos a la heroína que tuvo su adaptación cinematográfica a finales del siglo pasado. La crudeza de sus diálogos directos y su falta de pudor a la hora de reflejar el ambiente de los adictos, han convertido a Welsh en una referencia cada vez que toca hablar de relatos sobre drogas.

En otro de sus libros titul...

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Irvine Welsh es un escritor británico conocido por ser el autor de Trainspotting, novela de personajes adictos a la heroína que tuvo su adaptación cinematográfica a finales del siglo pasado. La crudeza de sus diálogos directos y su falta de pudor a la hora de reflejar el ambiente de los adictos, han convertido a Welsh en una referencia cada vez que toca hablar de relatos sobre drogas.

En otro de sus libros titulado Éxtasis, el autor británico nos presenta tres historias unidas por la presencia química de las drogas recreativas, en especial del MDMA, siglas con las que se conoce la 3,4-metilendioximetanfetamina, que es una sustancia sintetizada a partir de una remota base contenida en los aceites volátiles de la nuez moscada. Con todo, según nos cuenta Antonio Escohotado en su trabajo El libro de los venenos, no es aconsejable consumir grandes cantidades de nuez moscada para conseguir el efecto del MDMA. Cierto amigo suyo, tras una ingesta elevada, “sufrió un paro renal que pudo haber acabado con su vida”.

El empleo lúdico del MDMA o Éxtasis tuvo sus inicios a principios de la década de los 80, cuando se empezó a introducir en las noches del Studio 54 neoyorkino y del Paradise Garage, templo de la música electrónica de baile durante aquellos años de fiebre química. Ya fuera en polvo o en pastillas, la sustancia atravesaba la barrera de la inhibición para poner al consumidor en contacto con emociones que, por lo común, no están disponibles de otra manera.

El descubrimiento de la sustancia se debe al químico Alexander Theodore Shulgin, al que también se le conocía con el sobrenombre de Sasha, un californiano de Berkeley que murió a punto de cumplir los 89 años, en junio del 2014. Fue en la época hippie, con las flores, el amor libre y todo eso, cuando Sasha montó su laboratorio privado en un cobertizo que bautizaría como The Farm (La Granja). Se trataba de un espacio que era lo más parecido a la cueva de un alquimista y donde Shulgin sintetizó cientos de moléculas similares en su estructura a las anfetaminas, junto a la de un alcaloide relacionado químicamente con el aminoácido triptófano y que recibe el nombre de triptamina.

Comprimidos de MDMA utilizados por la asociación MAPS en un ensayo clínico contra el trastorno de estrés postraumático, en Boulder (EE UU)MAPS

Shulgin experimentaba de manera minuciosa con la síntesis de cada molécula, llevando una relación escrita de sus efectos. En un principio, dicha relación la publicaba en revistas científicas pero, a partir de los años 90, la decidió reunir en forma de libros que publicaría bajo los títulos PIHKAL y TIHKAL; trabajos en los cuales no sólo habla de su vida y de su relación con la química, sino que también revela las fórmulas de un buen número de sustancias y de su procedimiento a la hora de conseguirlas.

Son libros de cocina sobre cómo hacer sustancias psicotrópicas y cómo aplicarlas para uso terapéutico. Sin ir más lejos, Shulgin nos cuenta un caso en el que, gracias al uso de MDMA, se logró curar la tartamudez de un joven guitarrista. Con todo, la agencia del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, dedicada a la lucha contra el contrabando y el consumo de drogas y conocida como “las tres letras”, DEA, hizo una redada en el laboratorio de Shulgin. El químico acabó pagando una multa por delito contra la salud pública. Resulta curioso pues Shulgin, en un principio, fue colaborador de la DEA, un consejero fijo de la agencia que se dedicaba a redactar manuales sobre las distintas sustancias químicas, así como de sus efectos.

Shulgin sufriría un ictus en el año 2010, cuyas secuelas arrastró hasta su muerte, cuatro años más tarde. Al igual que dice uno de los personajes de Trainspotting en la novela de Welsh, la muerte, más que un suceso médico, fue para Shulgin un proceso natural subordinado a la vida. De ahí que para Shulgin existiesen muchas maneras de estar vivo, tantas como moléculas, pero sólo una manera de estar muerto.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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