Guerra generacional, otra trampa

La campaña preelectoral se centra hasta ahora más en las pensiones de los mayores que en los jóvenes

Jovenes en Preciados (Madrid) en una foto de 2018. Jaime Villanueva

En un programa de radio sobre el futuro de las pensiones se debaten dos temas: si tener una pensión pública y digna forma parte de los derechos de la ciudadanía (por el mero hecho de ser ciudadano, no para serlo), y cómo financiarlas. El programa procura aislarse, en lo posible, de los ruidos preelectorales que acontecen estos días. El resultado deja razonablemente satisfechos a los participantes y a la conductora del debate.

Al salir, los tuits que se reciben indican que la cosa no es tan sencilla. Los interrogantes que plantean parecen muy oportunos, aunque algunos de ellos sean injus...

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En un programa de radio sobre el futuro de las pensiones se debaten dos temas: si tener una pensión pública y digna forma parte de los derechos de la ciudadanía (por el mero hecho de ser ciudadano, no para serlo), y cómo financiarlas. El programa procura aislarse, en lo posible, de los ruidos preelectorales que acontecen estos días. El resultado deja razonablemente satisfechos a los participantes y a la conductora del debate.

Al salir, los tuits que se reciben indican que la cosa no es tan sencilla. Los interrogantes que plantean parecen muy oportunos, aunque algunos de ellos sean injustos: ya está bien de hablar de pensiones, ¿por qué no hablan tanto del paro juvenil?; ¿por qué tenemos (los jóvenes) que aportar a las pensiones y a los servicios de unos “viejos” que tienen un nivel de vida mucho mejor que el nuestro, mientras nosotros no llegamos a fin de mes?; ¿por qué tenemos que aguantar que esos mismos “viejos” nos impongan “democráticamente” (por el número cada vez mayor de la población de más edad) lo que va a ser nuestra existencia, por la vía de tener que pagar más impuestos o servicios?; ¿por qué vamos a confiar en una sociedad que para salir de la última crisis económica “montada” por los adultos, nos condena a una situación de precariedad económica desconocida y a horarios interminables?; ¿cómo voy a ser madre, cuidar a mis padres y a mis hijos al tiempo que ejerzo como una profesional intachable, que es para lo que me han educado?; ¿por qué el monto de la pensión de “ellos” es superior al salario “nuestro”?

En definitiva, ¿por qué tengo que pagar? Lo sucedido indica que peligrosamente también empieza a estar en cuestión, al menos para algunos, el pacto intergeneracional que indica que los activos de hoy pagarán las necesidades de los jubilados, para que cuando aquellos se retiren, quienes los sustituyan remuneren las suyas. Ese cuestionamiento es una trampa divisiva más del sistema. A reflexionar sobre ello se han centrado, entre otros, los trabajos de Javier Yangüas, director científico del programa de mayores de la Fundación Bancaria La Caixa, el proyecto Genera de la Fundación Felipe González, o Jorge Uxo, miembro de la secretaría de Economía de Podemos, en el blog La paradoja de Kaldor. Tres visiones diferentes del problema, elaboradas, sin embargo, en el mismo sentido de mantener y renovar el pacto intergeneracional.

La campaña preelectoral se centra hasta ahora mucho más en las pensiones de los mayores que en las dificultades de los jóvenes, seguramente porque los primeros son muchos más entre los que van a las urnas. Pero conviene reiterar, una vez más, que el estrago mayor que causó la gran crisis económica del pasado inmediato (y su gestión política) fue el de truncar el futuro de una generación, o quizá de más, porque redujo brutalmente las expectativas materiales y emocionales de esos jóvenes que ya no se sienten parte del futuro prometido: aquellos que ya no ascenderán tanto en la escala social como soñaron (o como les prometieron) y para lo que se prepararon. Esa es la herida más lacerante, la de los que se sienten arrebatados de las oportunidades que podrían haber tenido: el derecho a vivir una vida propia e independiente (que también es otro derecho de ciudadanía), obligándoles a aceptar cualquier empleo, por cualquier salario, a estudiar lo que el mercado laboral exige y no aquello por lo que sienten vocación, y a volver una y otra vez al hogar paterno (o materno), cuando les vienen mal dadas, generando una inmensa frustración.

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Recientemente fallecido el economista Alan Krueger, jefe de los asesores económicos de Barack Obama, rindámosle homenaje recordando que fue él el que a partir de los estudios de su colega canadiense Miles Corak activó “la curva del Gran Gatsby”, cuya evolución indica que en muchos lugares, el bienestar de los jóvenes depende cada vez más de la renta y la riqueza de sus mayores que de su propio esfuerzo.

No lo olvidemos y no nos dividamos.

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