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Coordinado por Lola Huete Machado
CULTURA

Cine ambulante y debates en la prisión marroquí de Zagora

La asociación Liljamii Wa Fi Kouli Makane inaugura un ciclo de sesiones cinematográficas para la población reclusa en el sur de Marruecos

Tráiler de la película Hayat, de Raouf Sebbahi.

En un lugar donde el horizonte es tan profundo que no hay siquiera espejismos, los ovillos de alambre de espino advierten que hay un límite antes del muro. Es la cárcel de Zagora, en el sur de Marruecos, a las puertas del desierto del Sahara, adonde hemos venido esta mañana de invierno a compartir una proyección de cine con los reclusos, hombres y mujeres de la región que, intuimos, esperan ansiosos cualquier acontecimiento que los arranque un rato de la rutina, aunque frente a la comitiva cinematográfica no expresen –de primeras– el más mínimo entusiasmo.

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Nos han invitado Laila Madjouli y Karima Zahri, voluntarias de Liljamii Wa Fi Kouli Makane (cine para todos y en todas partes), una asociación de cine ambulante que va consolidando su actividad en Marruecos, a través de sesiones de cine-debate en centros culturales de zonas rurales casi inaccesibles, escuelas y cárceles. Esta vez, aprovechando la celebración de la XV edición del Festival International du Filme Transsaharien de Zagora, ocuparán por unas horas al proyeccionista del Centro Cinematográfico Marroquí (CCM) y sacarán del bullicio de las galas festivaleras a un nutrido grupo de actores marroquíes, directores y periodistas, para proponerles ir a pasar un rato de tiempo con otra gente, más melancólica y encerrada.

Fuera de las verdades que retrata el cine, nada puede haber más verdadero que la vida de un hombre o una mujer que pagan con encierro sus faltas frente a la sociedad. Miradas al suelo, como de vergüenza y dolor; zapatillas de andar por casa (para qué calzarse si siempre se está adentro) y alguna que otra sonrisa arrancada, quizá por hacerle una morisqueta a un bebé o una pequeña niña de esas que se crían junto a sus madres internas. Luego vendrán las palabras institucionales, un pequeño concierto de los reclusos que han aprendido a tocar algún instrumento en la cárcel y la entrega de diploma a quien llegó a terminar un grado universitario desde dentro. Pero hay un momento en que las miradas comienzan a levantarse, y es cuando los actores –conocidos por los allí presentes a través de la televisión y el cine de entretenimiento– les hacen unas chanzas mirándoles a los ojos: “Yo espero no volver a veros , al menos no aquí”, bromea un galán, aludiendo a que no quiere entrar jamás a la cárcel. La actriz, en cambio, alienta a las mujeres; luego, una cantante entona a capella una canción tradicional magrebí, y entonces se suman muchos hombres y casi todas las mujeres de la sala.

Entre paredes pintadas con pintura al aceite, y guardiacárceles distendidos delante de las rejas que nos separan de las celdas, resuenan las palabras de uno de los invitados del Festival: “en realidad, todos estamos en libertad condicional, también quienes estamos ahí fuera; porque en la calle hay gente encarcelada en sus problemas, apesadumbrada e incapaz de encontrar una salida, y para esos problemas no hay un plazo de cumplimiento de condena”. Por este único instante, cada prisionero se siente acompañado.

La película que se exhibe es un hit marroquí que ganó varios premios, entre ellos, en el Festival Nacional de Tánger de 2017 y en el Festival de Cine Africano de Helsinki. Se trata de Hajat, de Raouf Sebbahi, que filmó una road-movie por territorio marroquí, a bordo de un bus con unos 30 emigrantes que acaban de volver de Francia, a reinstalarse en su tierra. Sobre su película, dijo Sebbahi a una publicación francesa: “Hajat (que significa ‘vida’) no es un filme, es una mujer. Es un homenaje a mi madre y, a través de ella, a todas las mujeres inmigrantes en Europa que, en el fondo, nunca dejaron su país”.

Otras mujeres valerosas, en este caso, las voluntarias de Liljamii Wa Fi Kouli Makane están exultantes: la proyección está siendo un éxito y existe la firme promesa de las autoridades de repetir una sesión por mes de cine en la cárcel de Zagora, a lo largo de 2019. Cuentan que, en Temara, otra localidad cercana a Rabat, ya se organiza un cineclub a partir de las proyecciones de la asociación. Su tarea no cesa: están atentas a los lugares a los que pueden desplazarse, pero, además, a posibles títulos que abrirán nuevos debates y borrarán inhibiciones. No solo quieren que la gente que habitualmente no va al cine vea cine sino que chicos y chicas se atrevan a levantarse y hablar en voz alta, frente a otros, a dar su opinión y a discutir. Encomiable.

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