Columna

¿Apaciguamiento o humillación?

Una sentencia durísima contra los acusados podría propiciar el triunfo electoral del secesionismo por mayoría de votos. ¿Merecería la pena?

Manifestación en Barcelona por la libertad de los políticos presos. ENRIC FONTCUBERTA (EFE)

Se acaba de celebrar el centenario del Armisticio que puso fin a la Gran Guerra bajo un ominoso clima de temor a la regresión, pues hoy Occidente está de nuevo polarizado por el acoso del nacional-populismo a las democracias liberales. Un nacional-populismo que también impone su agenda en la democracia española, desde que el 15M rompió la alternancia bipartidista mientras CDC adoptaba el secesionismo como cortina de camuflaje. Y dada la terrible herencia del periodo de entreguerras, cuando el nacionalismo völkisch arrasó a Europa, no es extraño que también aquí hayamos recurr...

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Se acaba de celebrar el centenario del Armisticio que puso fin a la Gran Guerra bajo un ominoso clima de temor a la regresión, pues hoy Occidente está de nuevo polarizado por el acoso del nacional-populismo a las democracias liberales. Un nacional-populismo que también impone su agenda en la democracia española, desde que el 15M rompió la alternancia bipartidista mientras CDC adoptaba el secesionismo como cortina de camuflaje. Y dada la terrible herencia del periodo de entreguerras, cuando el nacionalismo völkisch arrasó a Europa, no es extraño que también aquí hayamos recurrido a la reductio ad Hitlerum para argumentar nuestras contiendas políticas.

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Los secesionistas aliñan su relato con la descalificación sin matices de todo lo relativo al Estado español, tachado de fascista por el mero hecho de serlo. Pero lo mismo hacen los unionistas, que denigran a los indepes tachándolos de nazis indiscriminadamente. Y es tal su común obcecación por fascistizar y nazificar al adversario que ambos bandos coinciden en tachar de traidores a los “equidistantes” no alineados, bajo el principio de que quien no está conmigo está contra mí. Pues al parecer, la “equidistancia” es un pecado todavía más imperdonable que el extremismo del adversario. Y para justificar el presunto crimen cometido por el equidistante se apela de nuevo a la reductio ad Hitlerum, tras identificar la equidistancia con la “política de apaciguamiento” frente al nazismo seguida en 1938 por el premier Chamberlain en la Conferencia de Múnich. Que es lo que le recuerdan ahora al presidente Sánchez cuando busca la distensión del conflicto catalán, acusándole de apaciguador y equidistante. Y lo mismo hace el secesionismo radical con los moderados de ERC que aceptan el diálogo con Madrit, acusados de equidistantes y apaciguadores.

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Ahora bien, puestos a recurrir a la memoria histórica europea del siglo XX, para extraer de ella argumentos o marcos (frames) con los que encuadrar nuestros argumentos, además del denostado “apaciguamiento” de 1938 también deberíamos recordar las terribles consecuencias de la “humillación” que se impuso a los alemanes con el Tratado de Versalles de 1919 para castigarlos como únicos culpables de la Gran Guerra, lo que posibilitó el triunfo electoral de Hitler en 1932. Y el centenario de ese Tratado, que condenó a los alemanes a unas reparaciones de guerra imposibles de satisfacer, se va a celebrar a la vez que el juicio en el Tribunal Supremo contra los responsables del fallido intento de secesión durante los Hechos de Octubre de 2017. Hoy son muy ruidosas las voces que reclaman una sentencia durísima contra los acusados, a fin de que resulte tan ejemplar y aleccionadora que jamás vuelvan a repetirse hechos semejantes. Pero para parte del pueblo catalán, eso supondrá una humillación comparable a la que sufrieron los alemanes en 1919, lo que podría propiciar el triunfo electoral del secesionismo por mayoría de votos. ¿Merecería la pena?

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