La leyenda del tiempo submarino

Los avances de mediados del siglo XX en las técnicas de buceo dieron lugar a nuevas soluciones de adaptación humana a un medio durísimo, donde la fiabilidad horaria podía determinar la vida o la muerte durante una inmersión. Medio siglo después, aquellos relojes legendarios reviven con salud de acero.



Exploradores e inventores

LA HISTORIA de la relojería ha estado vincu­lada al mar desde el siglo XVIIl, cuando las potencias navales organizaron concursos para resolver el llamado “problema de la longitud”. Durante siglos, la imposibilidad para determinar esta coordenada y, por tanto, la posición de un buque alejado de la costa se había cobrado las vidas de tripulaciones enteras que embestían un escollo o eran incapaces de encontrar un puerto en el que avituallarse. En 1759, John Harrison, un modesto relojero inglés, consiguió fabricar el primer...

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Exploradores e inventores

LA HISTORIA de la relojería ha estado vincu­lada al mar desde el siglo XVIIl, cuando las potencias navales organizaron concursos para resolver el llamado “problema de la longitud”. Durante siglos, la imposibilidad para determinar esta coordenada y, por tanto, la posición de un buque alejado de la costa se había cobrado las vidas de tripulaciones enteras que embestían un escollo o eran incapaces de encontrar un puerto en el que avituallarse. En 1759, John Harrison, un modesto relojero inglés, consiguió fabricar el primer reloj lo bastante reducido y preciso como para conservar a bordo la hora de un punto de referencia terrestre (Greenwich) que, comparada con la hora local, permitía fijar la posición exacta del barco. El cronómetro marino de Harrison fue inmediatamente adoptado por James Cook en sus exploraciones de los mares del Sur y desde ese momento, en sus múltiples desarrollos y variantes, sería una herramienta indispensable para la navegación, hasta que, a comienzos del siglo XX, la aparición de la radio y la telegrafía sin hilos hicieron posible la recepción de las señales horarias internacionales.

El primer Rolex Oyster se dio a conocer con la gesta de Mercedes Gleitze de atravesar a nado el canal de la Mancha.

Aunque la práctica del buceo es tan antigua como la de la navegación, hacia 1907, año de la publicación de las tablas de descompresión de Haldane, seguía tropezando con las mismas limitaciones que a fines del siglo XVIII. Los trajes de buzo se fabricaban en aleaciones muy pesadas destinadas a soportar la presión, lo que reducía la movilidad, y aún no se había encontrado otro sistema para respirar bajo el agua que el de bombear aire por medio de un tubo conectado con la superficie. No sería hasta 1945 cuando Emile Gagnan y Jacques-Yves Cousteau comercializarían la primera escafandra autónoma, compuesta por una botella de aire comprimido y un regulador encargado de proporcionar aire a la misma presión que el agua en la que evolucionaba el submarinista. Surgía entonces la necesidad de administrar el oxígeno y, en consecuencia, de medir el tiempo de inmersión, así como las paradas de descompresión durante el ascenso a la superficie. Pero en 1945 todavía no existía un reloj capaz de todo eso.

Entre los primeros relojes resistentes al agua, el más famoso fue el Rolex Oyster, cuyo diseño con fondo roscado se cerraba tan herméticamente como una ostra

El reloj de pulsera se había popularizado lentamente a partir de la Primera Guerra Mundial, cuando pilotos y artilleros adoptaron la costumbre de fijar sus relojes de bolsillo a la muñeca para consultar la hora sin tener que ocupar las manos. Después del conflicto, las compañías relojeras tuvieron que aguzar el ingenio para mejorar la resistencia a los golpes y al agua, y para convencer a sus clientes de que sus productos estarían tan seguros en sus muñecas como antes lo habían estado en sus bolsillos. A lo largo de los años veinte, patentaron varios sistemas para mejorar el hermetismo, descubrieron los cristales minerales irrompibles y comercializaron el primer mecanismo automático. Estas innovaciones hicieron posible el desarrollo de los primeros relojes realmente resistentes al agua.

Un modelo Rolex Submariner antiguo.

El más famoso fue el Rolex Oyster, llamado así porque se basaba en una caja redonda —lo que mejoraba su estanqueidad— y con fondo roscado que se cerraba tan herméticamente como una ostra. Hans Wilsdorf, fundador de la joven compañía, vio en la gesta de Mercedes Gleitze, que se proponía atravesar a nado el canal de la Mancha, una ocasión para darlo a conocer al gran público. Efectivamente, el 21 de noviembre de 1927, la nadadora se lanzó al agua desde las costas francesas con un Oyster al cuello. Aunque el frío le impidió completar la travesía, su hazaña tuvo una repercusión inmediata, ya que Wilsdorf había tomado la precaución de comprar la primera plana del Daily Mail. El Oyster aún estaba lejos de ser el reloj casi indestructible en que se convertiría más tarde, pero había llegado intacto y Wilsdorf había trazado las líneas maestras de su compañía: productos de altas prestaciones técnicas y una publicidad basada en la asociación de la marca con grandes logros deportivos o científicos.

Ejemplar del reloj Zodiac Seawolf.

Sin embargo, el primer reloj específicamente diseñado para la inmersión fue el Omega Marine, que contaba con una caja doble cuya eficacia quedaría probada por dos décadas de reinado absoluto. Probablemente inspirándose en las técnicas publicitarias de Wilsdorf, en 1936 Omega recurrió al explorador sub­acuático William Beebe, inventor de la batisfera, para una serie de pruebas en el lago Lemán durante las cuales el Marine soportó una inmersión de 30 minutos a 73 metros de profundidad. Aun así, este reloj representaba más la culminación de una larga búsqueda que el comienzo de una nueva época.

Basilea, 1953: el reloj de buceo moderno

A comienzos de los años cincuenta, Francia estaba reorganizando su ejército. En un contexto de incipiente Guerra Fría, la Marina Nacional y el servicio secreto crearon una unidad de buzos de combate a cargo del capitán Bob Maloubier, antiguo comando de las Fuerzas de la Francia Libre con un amplio historial operativo. Esta unidad de élite necesitaba un material acorde a su misión y a las nuevas técnicas de buceo, ahora liberado de su dependencia de la superficie por la escafandra autónoma de Gagnan y Cousteau. No les fue difícil encontrar profundímetros y brújulas, pero no existía un reloj lo bastante fiable como para confiarle la seguridad de sus inmersiones.

El capitán Bob Maloubier lideró una unidad francesa de buzos de combate que inspiró el legendario Blancpain Fifty Fathoms.

El capitán Maloubier definió con sus hombres un pliego de condiciones y acudió a diversos fabricantes. La herramienta que necesitaban debía facilitar la lectura de la hora bajo el agua mediante la utilización de indicadores blancos sobre fondo negro y la generosa aplicación de material luminiscente en indicadores y agujas. Además, debía contar con un bisel giratorio graduado y con un punto luminoso a las 12, de modo que cuando el buzo girase el bisel para alinear el punto luminoso con la aguja minutera, la evolución de esta última indicase el tiempo transcurrido y de cuánto más disponía para completar la inmersión.

Tras algunas negativas y algún comentario sobre el escaso futuro del proyecto, Jean-Jacques Fiechter, director de la manufactura Blancpain, aceptó el reto. De hecho, este buzo aficionado introdujo algunas mejoras en el diseño de Maloubier, especialmente una que más tarde definiría el estándar del género: el bisel había de ser unidireccional para evitar movimientos accidentales que falsearan la lectura y pusiesen en peligro la vida del submarinista.

El resultado de esta colaboración fue el mítico Fifty Fathoms, o “cincuenta brazas” —profundidad máxima (91 metros) a la que era posible descender con la mezcla de oxígeno y nitrógeno de la época—, presentado oficialmente en la Feria de Basilea de 1953.

En esa misma edición se presentó también el Zodiac Seawolf, que, aunque con características diferentes, fue otro reloj de buceo netamente moderno. A fines de 1953 apareció el Rolex Submariner, que sería presentado oficialmente en la Feria de Basilea de 1954.

Tanto el Seawolf como el Submariner contaban con biseles giratorios bidireccionales, ya que Blancpain había patentado el unidireccional.

Cousteau (a la derecha) y Albert Falco, antes de una inmersión.

Este Submariner, que se basaba en casi tres décadas de investigaciones de la compañía de Hans Wilsdorf, habría de conocer múltiples evoluciones desde el año siguiente a su presentación (cuando pasó de 100 a 200 metros de profundidad máxima) para convertirse en el icono por excelencia de la relojería moderna y en el reloj más deseado e imitado de todos los tiempos.

Un mundo de silencio…pero a todo color

Pero ¿cómo llegó el reloj de buceo, una herramienta concebida por y para militares que en sus orígenes se vendía únicamente en tiendas de submarinismo (Fifty Fathoms), a convertirse en la tipología de reloj más popular de nuestros días? Tras el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial, las vacaciones pagadas se implantan definitivamente en Francia y luego en el resto de Europa, con dos consecuencias inmediatas: el turismo de masas y la popularización de las actividades como el buceo.

A partir de los años cincuenta, los progresos de la fotografía y la cinematografía submarina hicieron posible el descubrimiento por parte del gran público de un mundo prácticamente inexplorado. La rudeza del medio reforzaba el halo romántico que envolvía a los héroes de las profundidades ante una generación deseosa de olvidar las penurias de la guerra y que seguía con avidez los grandes hitos de la exploración del fondo marino.

Inmersión durante uno de los proyectos de naturaleza submarina impulsado por Rolex.

El gran divulgador de esa aventura fue, por supuesto, Jacques-Yves Cousteau, que entre 1954 y 1955 filmó El mundo del silencio, galardonado con la Palma de Oro de Cannes (1956) y un Oscar de Hollywood (1957). En este documental filmado en color se puede observar a varios miembros de la tripulación portando el Fifty Fathoms y al propio comandante con un Submariner, lo cual contribuyó al éxito de ambos modelos. En 1960, el Rolex Deepsea, un Oyster experimental, equipó a Jacques Piccard y Don Walsh, que a bordo del Trieste descendieron a una profundidad de 10.916 metros en la fosa de las Marianas, gesta solo superada 52 años después por el realizador canadiense James Cameron, esta vez en solitario.

Modelo antiguo de Omega Seamaster Ploprof.

Esta larga nómina de proezas y grandes nombres, así como las rigurosas pruebas a las que eran sometidos antes de su comercialización, contribuyeron a asentar la reputación de estas máquinas extraordinariamente fiables y duraderas. A partir de los años ochenta serían relegadas de la práctica profesional por los ordenadores de buceo, mucho más eficientes y económicos, pero nunca perderían el favor de los amantes de la relojería.

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