Opinión

La competencia viciosa de Casado y Rivera

La espiral del ruido entre PP y Ciudadanos aboca a la derecha a una tensión áspera que puede beneficiar a Sánchez

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, pregunta al Gobierno en la sesión de control este miércoles.Vídeo: Juan Carlos Hidalgo (EFE) / ATLAS

A la política, y desde luego a las trincheras de la sesión de control de los miércoles en San Jerónimo, se va llorado de casa. Aunque la teatralidad política incluya rasgarse las vestiduras, la leal oposición nunca ha existido. Es solo un sintagma retórico. Y hoy, en el Congreso, se ha vuelto a ver que la metralla verbal va a ser implacable semana tras semana, con un duelo de descalificaciones inmisericordes de Rivera y Casado llamando al presidente fraude, fake, ruina, ment...

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A la política, y desde luego a las trincheras de la sesión de control de los miércoles en San Jerónimo, se va llorado de casa. Aunque la teatralidad política incluya rasgarse las vestiduras, la leal oposición nunca ha existido. Es solo un sintagma retórico. Y hoy, en el Congreso, se ha vuelto a ver que la metralla verbal va a ser implacable semana tras semana, con un duelo de descalificaciones inmisericordes de Rivera y Casado llamando al presidente fraude, fake, ruina, mentira, peligro y otras tantas lindezas. Pero todo eso está más o menos descontado. En el juego político, que no es precisamente un juego sino la lucha encarnizada por el poder, el gobernante no puede esperar cortesías de salón. En esa guerra, como en todas las guerras, hay barra libre con el arsenal. Y las jeremiadas del Gobierno lamentándose por el acoso forman parte también del teatro como estrategia defensiva para victimizarse y apelar a la simpatía solidaria de su electorado. Rajoy usó a menudo ese recurso, a sabiendas de que iba en el sueldo.

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Establecido todo eso, hay líneas rojas. Una de ellas es que la oposición se practica en el ámbito doméstico, no en las instancias internacionales. Casado puede tratar de desacreditar el proyecto presupuestario virtual de Sánchez tanto como crea por convicción o por tacticismo, pero la idea de viajar a Bruselas a proclamar que el Gobierno español “ha engañado a Europa” y que “España es un desastre” va más allá de los usos aceptables. Está por ver, además, que pueda ser eficaz. No parece probable que los mercados vayan a asfixiar a Pedro Sánchez por un plus de retórica chusca, y tampoco parece probable que nadie en Bruselas vaya a tomar muy en serio a un líder haciendo ese papelón del patriotismo de hojalata como un personaje de Echegaray: ¡lo hacemos por España, por salvar España! Bruselas y los mercados tienen mejores argumentos para valorar las debilidades del presupuesto. Entretanto, antes o después Casado descubrirá que emular el “pedigüeño” de Maastricht o proclamar “váyase Señor Sánchez” no lo convierten en Aznar, solo en la caricatura del peor Aznar.

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El duelo cada vez más altisonante de Rivera y Casado –esta mañana el líder de Ciudadanos ha vuelto a brillar más– no está exento de riesgos. Esa espiral del ruido aboca a la derecha a una tensión áspera que, creen algunos asesores en Moncloa, acabará beneficiando a Sánchez. Como advertía Andreotti, “el poder desgasta, sobre todo cuando no se tiene”. Y PP y Ciudadanos corren el riesgo de laminarse en una competencia no virtuosa sino viciosa: el pulso apocalíptico que practican tiene límites de credibilidad. Proclamar a diario “la ruina” o “el infierno fiscal” acaba por agotarse. Uno dice "usted es capaz de pactar con los que están en la cárcel para estar un cuarto de hora más en La Moncloa", otro habla de “negociar con el terrorista Otegi” o de “negociar con golpistas”, el otro lo llama “fake”, el otro “plagio de Zapatero”, el otro clama “¡ilegal!”... Estos espectáculos sobreactuados de los miércoles deben excitar a sus clientelas, sí, pero efectivamente también a la clientela de la izquierda, donde el imaginario del dóberman siempre ha funcionado bien.

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