El mayor disolvente de Europa

La Italia oficial de hoy transpira una profunda corriente de antipatía hacia Bruselas

Matteo Salvini, ministro del Interior de Italia. AP

Ni el contagio de Turquía, ni un hipotético default de Argentina, ni las guerras comerciales en curso con EE UU o China. Ni un Brexit total o ciego, ni otro descarrilamiento griego, ni una definitiva insurrección de algunos países del este de Europa por la cuestión migratoria o por los derechos humanos incumplidos. El mayor disolvente de la Unión Europea y sus estructuras se encuentra ahora en la explosiva Italia. De lo que se destile de las retortas políticas del Gobierno amarillo-verde italia...

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Ni el contagio de Turquía, ni un hipotético default de Argentina, ni las guerras comerciales en curso con EE UU o China. Ni un Brexit total o ciego, ni otro descarrilamiento griego, ni una definitiva insurrección de algunos países del este de Europa por la cuestión migratoria o por los derechos humanos incumplidos. El mayor disolvente de la Unión Europea y sus estructuras se encuentra ahora en la explosiva Italia. De lo que se destile de las retortas políticas del Gobierno amarillo-verde italiano en las próximas semanas (en resumen, su relación con Europa) dependerá en primera instancia el futuro geopolítico de nuestra zona.

Italia goza en la historia reciente de abundantes ejemplos en su construcción como laboratorio de la política. Lo fue, por ejemplo, en los recuelos de Mayo de 1968, cuando aparecieron en sus calles las Brigadas Rojas y se multiplicó el terrorismo de acción-reacción entre la extrema izquierda y las cloacas de los servicios secretos del Estado y de otros organismos supranacionales; lo fue en el periodo del “compromiso histórico” y del eurocomunismo de Berlinguer, tan sugerentes; o también en los precedentes de ese fenómeno populista-mediático de antes de ayer que fueron Berlusconi y sus mariachis. Y lo vuelve a ser hoy con esa coalición atípica entre el antiestablishment Movimiento 5 Estrellas y la derecha extrema de La Liga, que gobierna desde hace unos meses. La más temida en los cuarteles generales europeos.

De hacer efectivas las promesas del programa conjunto con el que han decidido gobernar (el mínimo común denominador de la coalición, a veces contradictorio y, ya se sabe, cuantas más contradicciones, mayor agresividad), Italia se pondría en un déficit público del 7,4% de su producto interior bruto (PIB), según el banco de inversión Goldman Sachs. Y ello en el contexto de una brutal deuda pública de un 132,5% de su PIB (casi tres billones de euros, en términos absolutos). Ambos porcentajes de déficit y de deuda doblan ampliamente los objetivos del Tratado de Maastricht.

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Cómo administrar esta situación explosiva en el marco de la UE y de la eurozona, a la que Italia pertenece como país fundador y como cuarta economía por su fortaleza. Aunque la mayor parte de los movimientos pertenecen por ahora al territorio de la retórica y no de los hechos (estos se han hecho presentes, sobre todo, en las decisiones antiinmigratorias tomadas), no deja de expresarse una profunda corriente de antipatía hacia lo que supone Bruselas.

Tres ejemplos: primero, cuando hace unas semanas los países comunitarios no llegaban a un acuerdo para repartirse el centenar y medio de inmigrantes depositados en la patrullera Diciotti, el Gobierno de Roma amenazó con la bomba atómica: retirar su aportación del presupuesto europeo, lo que hubiera supuesto una violación de las obligaciones de los tratados comunitarios; lo que ningún país ha hecho jamás. Segundo: cuando la prima de riesgo subía y subía, traduciendo la desconfianza de los inversores en la deuda pública, el primer ministro y el ministro de Economía viajaron allende de Europa, a Washington, Pekín y Moscú, buscando el apoyo de las principales potencias competidoras de Europa, algunos de cuyos mandatarios (Trump y Putin, sobre todo) se significan por cuanto debilite las posiciones europeas. El ministro de Asuntos Exteriores, el eurófobo Paolo Savona, declaró entonces: “Si ocurre lo peor, la fantasía irá al poder”. Tercero: el ministro del Interior, Salvini, el vicepresidente Luigi Di Maio, o el propio Savona, han manifestado la posibilidad de que cuando Italia presente a la Comisión Europea en unas semanas sus programas de estabilidad y reformas, lo hagan con el déficit público por encima de lo autorizado; el pretexto surgió a raíz del hundimiento del puente Morandi en Génova: se necesita más dinero para mantener la seguridad en las infraestructuras y en las escuelas.

No es extraño que el comisario de Asuntos Económicos y Financieros viaje a Madrid y a pesar de los problemas del Gobierno de Pedro Sánchez para presentar unas cuentas macroeconómicas propias, no heredadas, y en plazo para el próximo año, Moscovici declare aliviado: “España no es Italia, tiene un Gobierno que cumple las reglas”.

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