Traidores

Comparto mi preocupación por quienes persiguen sus aspiraciones desde la fidelidad a una idea aunque ello ponga en riesgo el progreso de la sociedad para la que trabaja

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, sale del Parlament de Cataluña.Foto: atlas | Vídeo: Albert García (EL PAÍS) / ATLAS

Dícese de aquellos que cometen traición, que no cumplen su palabra o que no guardan la fidelidad debida. Si nos centramos en la vida pública, nadie osaría calificar a los traidores como ejemplo de nada. Al contrario, es frecuente saludar y reconocer como virtuoso el comportamiento de quien acredita una trayectoria de fidelidad a su palabra, a sus compromisos y convicciones. El reconocimiento es todavía mayor si afronta costes personales o profesionales. En ese caso, no faltará quien quiera convertir a la persona en un objeto político de veneración. Desde esta provocación quiero compartir mi pr...

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Dícese de aquellos que cometen traición, que no cumplen su palabra o que no guardan la fidelidad debida. Si nos centramos en la vida pública, nadie osaría calificar a los traidores como ejemplo de nada. Al contrario, es frecuente saludar y reconocer como virtuoso el comportamiento de quien acredita una trayectoria de fidelidad a su palabra, a sus compromisos y convicciones. El reconocimiento es todavía mayor si afronta costes personales o profesionales. En ese caso, no faltará quien quiera convertir a la persona en un objeto político de veneración. Desde esta provocación quiero compartir mi preocupación por quienes persiguen sus aspiraciones desde la fuerza que impulsa la firmeza y fidelidad a una idea, aunque ello ponga en riesgo la convivencia y el progreso de la sociedad para la que dicen trabajar.

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Si proyectamos estas ideas sobre los grandes problemas que vertebran nuestra política, creo que puede apreciarse bien el espacio que dejo a la reflexión: ¿Podemos aceptar que el president sirve a todos los catalanes al ordenar su acción política sin más condiciones que las que impone su lealtad absoluta a las aspiraciones de independencia? ¿Es asumible que quien preside el Gobierno de España renuncie, también desde sus convicciones, a abordar un problema de envergadura constitucional que afecta a todos los españoles confiando el resultado a las decisiones de los tribunales nacionales y extranjeros? ¿Podemos dar por válido que haya quien, desde su lealtad a la bandera, aproveche la crisis institucional que vive España para utilizar los símbolos del Estado en un ejercicio de patriotismo frívolo?

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Quienes tuvieron la oportunidad de tomar parte en el proceso de elaboración de la Constitución de 1978 —entre ellos 27 mujeres a las que se rinde un merecido homenaje en el documental Las constituyentes— saben que aquel proyecto fue posible porque hubo quien aceptó traicionar la esencia de sus ideales, aspiraciones y compromisos para hacer viable un proyecto político favorecedor de la convivencia. Quienes actuaron así fueron calificados por los suyos de traidores. El tiempo, sin embargo, les ha convertido en una referencia honrosa de nuestra historia reciente.

Los que ahora nos gobiernan, y los que aspiran a hacerlo, deberían preguntarse si reúnen la audacia suficiente para no permanecer fieles a las pretensiones de máximos que reclaman los suyos y poder abrir un espacio de entendimiento con los otros en un renovado proyecto válido para todos. Quizás no se equivoca quien piense que en España sobran los hombres de firmes convicciones y es la hora de quienes estarían dispuestos a la traición.

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