Entre Chueca y Gran Vía

John G. Mabanglo (Efe)

ESTA BOMBILLA permanece vigilada durante las 24 horas del día por una cámara a la que puede acceder cualquiera que tenga un ordenador o un teléfono inteligente. Miles de personas se conectan todo el rato a ella con la esperanza enfermiza de ver cómo se funde. Pero no se funde. Lleva 116 años encendida de forma ininterrumpida dibujando el garabato luminoso que pueden apreciar en la fotografía. Queremos suponer que bloquearon hace tiempo su interruptor para evitar que algún despistado la apag...

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ESTA BOMBILLA permanece vigilada durante las 24 horas del día por una cámara a la que puede acceder cualquiera que tenga un ordenador o un teléfono inteligente. Miles de personas se conectan todo el rato a ella con la esperanza enfermiza de ver cómo se funde. Pero no se funde. Lleva 116 años encendida de forma ininterrumpida dibujando el garabato luminoso que pueden apreciar en la fotografía. Queremos suponer que bloquearon hace tiempo su interruptor para evitar que algún despistado la apagara en un gesto mecánico al salir de la estancia. Si le parecen pocos 116 años, intente usted no parpadear durante 116 segundos y verá cómo le arden los ojos.

El prodigio sucede en el cuartel de bomberos de Livermore, en California, y en realidad son dos prodigios: el de la bombilla en sí y el del hecho de que podamos verla desde una cafetería de Cuenca o desde un vagón del metro de Madrid, entre las estaciones de Chueca y de Gran Vía, por poner un ejemplo. Ahí estoy yo ahora mismo, en el metro, observándola al acecho de un desfallecimiento momentáneo o de una muerte súbita. Parece mentira que una burbuja de luz produzca tal fascinación, pero así es. Entre usted en www.centennialbulb.org y lo comprobará por sí mismo. Ahora bien, lo más increíble no es que la bombilla lleve 116 años encendida, ni que desde la aparición de Internet se pueda contemplar simultáneamente desde una vivienda rusa o desde un iglú esquimal, sino que en más de un siglo no se haya ido la luz en ese parque de bomberos. En mi casa, y solo en los últimos años, debe de haberse ido unas seis o siete veces. 

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