14 fotos

Centroafricanos que buscan un futuro en Camerún

Los miles de refugiados de RCA ven como los fondos de ayuda se agotan mientras ellos no han podido encontrar una forma de ganarse la vida

Levis Mbe, presidente de los refugiados centroafricanos en Betaré-Oya (Camerún), toma notas durante una reunión con miembros de Acnur y de otras organizaciones que les asisten. La falta de fondos hace que los campos de refugiados no alcancen para acoger a los cerca de 152.000 centroafricanos que hay en el Este, la región más pobre y rural de Camerún. Grupos como el de Betare-Oya ha optado por instalarse junto a las comunidades locales, con las que comparten lengua y etnia en la mayoría de ocasiones. Pero si los servicios ya eran pobres para los cameruneses, ahora se ven desbordados ante el aumento de la población.Eva Garrido (Eacnur)
En un cerro junto a varias minas de oro en Betare-Oya se han instalado cientos de refugiados centroafricanos. La falta de ganado y de tierra (la mayoría eran pastores o agricultores) hace que muchos se expongan a la explotación en los yacimientos, esperando obtener dinero suficiente para salir adelante. Pese a que Acnur ha acordado con el Gobierno y las autoridades tradicionales camerunesas que se ceda tierra a los refugiados, muchos siguen pagando por el alquiler del terreno donde luego levantan chozas como las de la imagen.Eva Garrido (Eacnur)
"Los jóvenes refugiados necesitamos formación profesional. Aprender oficios", reclama Francis Giniti, representante de los centroafricanos de Betare-Oya (Camerún). "Muchos se quedan sin hacer nada, pues no conocen ningún oficio, y eso es un peligro", advierte. Eva Garrido (Eacnur)
Sylvin Boda señala con el dedo rodeado de varios vecinos y algunos de sus 12 hijos. Boda prefiere vivir cerca de las minas y hacer trabajos informales para quienes las explotan, a pesar de que tiene que pagar por alquilar el terreno donde ha levantado su choza. "La ayuda alimentaria no alcanza, tenemos muchas necesidades", lamenta este refugiado centroafricano. Eva Garrido (Eacnur)
Acnur paga las tasas de los niños refugiados y ayuda a abrir o ampliar las escuelas, pero los fondos son a todas luces insuficientes. Además, muchos de los menores que llegan a Camerún no habían ido nunca a la escuela en República Centroafricana. Otros muchos se ven obligados a colaborar en casa o incluso a trabajar en las minas de oro para ayudar a su familia a salir adelante. Eva Garrido (Eacnur)
Vista de un asentamiento de refugiados centroafricanos en Betare-Oya (Camerún). Al fondo se ven una mina de oro en la que muchos aspiran a encontrar una alternativa de vida. Cerca del 30% de los 150.000 refugiados centroafricanos en Camerún están en los campos gestionados por Acnur, pero el otro 70% vive integrado con las comunidades locales. Eva Garrido (Eacnur)
Gran parte de los refugiados centroafricanos que han llegado al Este de Camerún eran pastores. Los que no han podido traer su ganado encuentran dificultades para ganarse la vida. Los que sí lo han hecho, rozan con las comunidades locales cuando sus animales pastan en la tierra de otros. Aun así, la armonía es la nota predominante entre autóctonos y foráneos. "Nos han acogido muy bien: vivimos en perfecta cohesión", dice un representante de los centroafricanos en Ndokayo (Camerún). "Vivimos juntos y en armonía", confirma Yakoro, el jefe del pueblo. "Pero la población sigue creciendo porque los refugiados continúan llegando, y ncesitamos ayuda para poder seguir conviviendo", añade. En la imagen, un refugiado centroafricano en Ndokayo.Eva Garrido (Eacnur)
En muchas aldeas, como esta de Ndokayo (Camerún) las autoridades y comunidades locales ha cedido terreno a los recién llegados para que levanten sus casas sin pagar por el alquiler.Eva Garrido (Eacnur)
La mayoría de las mujeres llegadas al Este de Camerún desde República Centroafricana son viudas con niños. "La única opción para muchas jóvenes es la prostitución", denuncia Francis Giniti, representante de los jóvenes centroafricanos en Betare-Oya. "Muchas eran intelectuales, pero al llegar aquí lo perdieron todo. Pedimos ayuda para que puedan encontrar otro camino", ruega.Eva Garrido (Eacnur)
"Faltan fondos por todas partes", lamenta Baseme Kulimushi, jefe de la oficina de Acnur en Baturi (Camerún). La organización destina el 70% de ese dinero a gestionar los campos y asistir a los refugiados que viven en ellos, y el 30% a aquellos que viven con las comunidades. Y todo pese a que "lo ideal", según Kulimushi, es que se integren junto a la población local. Pero una vez que la organización levanta un campo, está obligada a cumplir con los estándares mínimos de atención, aunque aquí, con el poco dinero que llega, hasta eso es difícil. En la imagen, unos niños en el campo de Mbile, que acoge a más de 12.500 refugiados. Eva Garrido (Eacnur)
En los campos comienzan –"por fin", suspira Baseme Kulimushi, de Acnur– a desarrollar actividades para que los refugiados puedan ganarse la vida y no depender exclusivamente de la ayuda. Apirua Patuma, una abuela centroafricana que llegó con sus cinco nietos, ya cultivaba algunas cosas de forma informal en los alrededores del recinto, pero ahora ha recibido oficialmente del jefe local (según la tradición camerunesa) un pedazo de terreno en el que ha plantado semillas de yuca, judías, tomates y mandiocas que le han proporcionado los gestores del campo. Hay unas 200 personas recibiendo formación agrícola y 20 que ya han obtenido tierras.Eva Garrido (Eacnur)
En campos como Mbile se han conseguido poner en marcha talleres de costura, elaboración de jabones o mecánica, y se apoyan actividades como la agricultura y la ganadería. Pero estas iniciativas solo llegan a unos pocos cientos de beneficiarios. En la imagen, un taller de costura en Mbile.Eva Garrido (Eacnur)
Alidu Abubakar, refugiado centroafricano de 23 años, sigue las instrucciones de su maestro, también refugiado. "No tenía otra cosa que hacer aquí, así que ahora me siento bien. Esto me ayudará a sobrevivir", dice el joven.Eva Garrido (Eacnur)
Yusufa, de 57 años, era pastor. Y aquí ha recibido una pareja de oveja y carnero y otra de cabra y cabrito, además de un gallo y varias gallinas. "Si consigo que el rebaño crezca, será un seguro para mis ocho hijos y mi mujer", aventura. Su reto, y el de la cincuentena de refugiados que también se han beneficiado de este proyecto, es encontrar forraje para los animales y controlar que estos no molesten a otros ni estropeen los cultivos que rodean el recinto.Eva Garrido (Eacnur)