Análisis

Nostalgia de Obama

Lo peor es el lugar donde Trump ha puesto el listón de la autoridad presidencial

La familia Obama camina junto a una multitud por el puente Edmund Pettus, para conmemorar el 50 aniversario de las marchas del movimiento de derechos civiles, el 7 de marzo de 2015.Lawrence Jackson (The White House)

La entrevista del príncipe Harry de Inglaterra a Barack Obama, retransmitida ayer por la BBC, estimula a la nostalgia. Un año de Trump es más que suficiente. El león era mucho más fiero de lo que lo pintaban. Nada bueno ha aprendido el magnate en este tiempo. Los controles y equilibrios del Estado de derecho han funcionado, pero casi siempre se han quedado cortos. Finalmente, es peor incluso de lo que parece, y será difícil echarle, por más que el fiscal especial Robert Mueller, que llev...

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La entrevista del príncipe Harry de Inglaterra a Barack Obama, retransmitida ayer por la BBC, estimula a la nostalgia. Un año de Trump es más que suficiente. El león era mucho más fiero de lo que lo pintaban. Nada bueno ha aprendido el magnate en este tiempo. Los controles y equilibrios del Estado de derecho han funcionado, pero casi siempre se han quedado cortos. Finalmente, es peor incluso de lo que parece, y será difícil echarle, por más que el fiscal especial Robert Mueller, que lleva el caso de la colusión con el espionaje ruso, esté trabajando bien y con discreción.

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Parte de las medidas más escandalosas no han tenido todavía efectos, como el muro con México, pero todas terminarán teniéndolos. Y no son pocas, especialmente la retirada o denuncia de pactos e instituciones internacionales, como el Tratado Transpacífico, el acuerdo del clima de París, el nuclear con Irán, la apertura a Cuba, el estatus de Jerusalén o la participación en la Unesco.

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Sin contar las que ya lo han tenido, como las expulsiones de extranjeros, y las prohibiciones de viaje a EE UU a ciudadanos de siete países musulmanes. Entre las que van a dejar huella se hallan también los recortes fiscales destinados a favorecer a los más ricos y a desarmar buena parte de los programas sociales de Obama, especialmente la reforma sanitaria, que contribuirá al déficit público con 1,3 billones de dólares en los próximos diez años.

Pero ninguna medida dejará una impronta tan profunda como los nombramientos de jueces conservadores, desde el Supremo hasta tribunales de rango inferior. El 90% de los designados son blancos, el 80% hombres y entre ellos hay incluso algún juez caracterizado por su proximidad al supremacismo blanco del Ku Klux Klan. La velocidad con que se han cubierto las vacantes judiciales contrasta con la lentitud con que está todavía ahora llenando vacantes en la Administración y especialmente en el departamento de Estado, que Trump desprecia y detesta.

Lo peor no son las decisiones inspiradas en el programa republicano más genuino, especialmente en fiscalidad y desregulación, que habría aplicado cualquier otro candidato de las primarias. Ni siquiera las vinculadas al extremismo disruptivo de la derecha alternativa o alt right de Steve Bannon, aunque en este caso erosionan las instituciones de Washington y el edificio de las relaciones internacionales construido por EE UU en los últimos 70 años. Lo peor es la cuestión que Obama suscita por contraste y es su desastrosa ejemplaridad.

Un presidente como este es un pésimo modelo, en su forma de comunicarse, en su estilo arrogante y amenazador, en su gestión caótica, en su ignorancia devastadora o en su desprecio a las mujeres. Sin capacidad ni voluntad de reflexión, sin sentido de la responsabilidad ni visión sobre las consecuencias a largo plazo de sus decisiones. Obama no habla nunca de Trump, pero Trump no puede dejar de atacar su legado y seguir difamándole. El legado de Obama es insoportable para Trump y por eso no quiere dejar tras de sí ni sus cenizas.

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